Giovanni Falcone, 30 años después
El recuerdo de quienes combatieron a las mafias en Italia nos convoca a reflexionar sobre la inestimable labor de valientes jueces y fiscales de nuestro país
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Se acaban de cumplir 30 años del asesinato del juez Giovanni Falcone, cabeza del equipo de magistrados que tuvo a cargo la instrucción del megaproceso contra los cabecillas de la mafia siciliana.
Toda Italia ha rendido tributo al coraje de un juez que entendió que el sangriento accionar de la Cosa Nostra debía ser combatido de manera integral, en lugar de juzgar hechos aislados. Su innovación consistió en introducir un modelo de gestión que posibilitó la detención y juzgamiento de dos centenares de mafiosos, a pesar de los obstáculos de todo tipo con que debió enfrentarse. No solo tuvo que lidiar con esa nefasta plaga, infiltrada también en las fuerzas del orden, sino también con testigos y arrepentidos que se desdecían de sus declaraciones por motivos más que imaginables. Por su volumen y complejidad, el proceso pareció inicialmente inmanejable cuando los investigadores debieron probar lo que muchos negaban: la propia existencia de la organización mafiosa.
Falcone, su esposa y dos custodios murieron como consecuencia de una enorme carga de explosivos que la mafia colocó en la autopista por la que circulaban, en las afueras de la ciudad siciliana de Palermo, hecho que difícilmente pudo haber ocurrido sin la colaboración de infiltrados en fuerzas de seguridad. Numerosos testimonios dan cuenta de que el magistrado estaba seguro de que tendría ese final, que su labor era simplemente “una carrera de postas” que él no podría terminar. Debió vivir en un virtual cautiverio durante muchos años: si iba a comer a un restaurante inmediatamente todos los clientes se retiraban, aterrados por la proximidad de alguien a quien veían como el blanco natural de la Cosa Nostra.
Falcone no fue el único mártir de esos tristes años. Varios funcionarios judiciales, entre los que cabe destacar a Paolo Borsellino, policías y testigos dieron su vida al haber decidido enfrentar a la calamidad del crimen organizado con la ley en la mano y la férrea voluntad de investigar no solamente los crímenes visibles, sino también los intrincados circuitos por los que el dinero obtenido en el tráfico de drogas terminaba en inversiones aparentemente lícitas, como la obra pública.
Hasta el proceso que llevaron a cabo Falcone y sus compañeros, imperaba en Italia la creencia de que la mafia era demasiado poderosa para que pudiera ser juzgada. Es cierto que quedó y queda aún mucha justicia por impartir. Las pruebas no fueron suficientes para poner entre rejas a varios de los mafiosos más prominentes y a sus cómplices de la política.
A pesar de las diferencias más que notorias con el caso de referencia, es imposible no contrastar los sentidos homenajes que la sociedad italiana ha realizado a diferentes magistrados para expresarles su gratitud con la desazón que siente buena parte de la sociedad argentina al comprobar que la corrupción pública, entre otros males, casi nunca paga por sus acciones. Un modelo ineficiente de gestión combinado con algunos jueces cuya dependencia del poder político es más que evidente nos ha traído hasta aquí.
Como contracara, corresponde destacar la encomiable labor de otros muchos jueces y fiscales que, a pesar de las presiones y de los ataques que reciben de representantes de la política –o de sectores de la Justicia encolumnados políticamente–, siguen investigando la corrupción pública en nuestro país.
La propia Corte Suprema de Justicia de la Nación los ha reconocido y los alienta a seguir investigando, como ocurrió recientemente en Rosario, adonde el pleno del más alto tribunal del país se trasladó para participar del encuentro nacional “El juzgamiento del narcotráfico”, organizado por la Asociación de Jueces y Juezas Federales de la República Argentina (Ajufe), con el fin de dar apoyo y buscar soluciones en una de las zonas más calientes de la Argentina por el avance del narcotráfico.
Si varios de aquellos temibles jefes mafiosos italianos fueron condenados a cadena perpetua fue porque Falcone, Borsellino y muchos otros valientes y comprometidos magistrados los llevaron a juicio. Merecen el homenaje de todo aquel que crea en el supremo valor de la Justicia, pues nos recuerdan que la defensa de los principios y valores demandan personas que los encarnen.