Gente que ayuda a la gente
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La enorme sensibilidad de nuestra gente llenó clubes, sedes religiosas, colegios de profesionales, universidades, escuelas y ONG de donaciones, transportadas en decenas de camiones, junto a kits para familias de Bahía Blanca sumados por los Bancos de Alimentos. Desde la Red Solidaria reportaron que hasta aquí ellos ya enviaron botellas de agua mineral para 22 mil personas durante una semana, ropa para 210 mil y alimentos para abastecer a los 360 mil bahienses durante dos meses.
En estos días, circuló en redes una reseña anónima de esta gesta, silenciosa e impactante, protagonizada por los propios bahienses. En sus barrios, mucha gente se desplaza portando baldes, escurridores y guantes. Donde hay alguien limpiando una casa o un negocio, habrá también un buen número de chicos ofreciéndose para ayudar a quienes por edad o condición apenas pueden con su alma como para limpiar tanto barro tras perderlo todo.
En el país de las avivadas, ni las velas ni el agua aumentaron de precio. No se puede alquilar una bomba para vaciar un sótano ni pretender pagarle a alguien para que revise una heladera antes de enchufarla, porque nadie quiere cobrar por absolutamente nada. Todo es ayudar, desinteresada y amorosamente. Hay grupos de scouts, de bomberos, de universitarios, de ONG como Cáritas o la Cruz Roja, y de simples vecinos dedicados a organizar la ayuda o incluso a cocinar para llegar con viandas a lugares de cuya existencia, hasta acá, ni los propios bahienses estaban al tanto.
Con la caída de la confianza ciudadana, son las asociaciones civiles, antes que los propios organismos gubernamentales, los que recogen más recursos, apuntando a referentes como deportistas famosos: el Club Liniers del futbolista Lautaro Martínez, el Dow Center del basquetbolista de la Generación Dorada Pepe Sánchez, y Franco Colapinto, cuyo padre es bahiense.
Un Tren Solidario que partió de Plaza Constitución cargó en su recorrido 1300 toneladas de alimentos, agua, colchones, ropa y artículos de limpieza. Con vías dañadas que no permitían su ingreso a la ciudad, decenas de jóvenes se autoconvocaron, a kilómetros de la ciudad, para clasificar y dirigir las donaciones, una distribución que se realiza a través de aplicaciones diseñadas por alumnos de la universidad.
Superado el primer momento de la emergencia, la mirada está puesta en quienes no son tan pobres como para recibir ayuda del Estado, y a quienes tampoco les va tan bien como para reponer solos lo perdido y se avergüenzan de pedir. Esa clase media trabajadora, que perdió la mesa, la TV y la heladera, por decir lo menos, queda generalmente fuera del circuito.
El relato sin firma que emociona a quien lo lee rescata el objetivo de contar que, en medio de la catástrofe, brillan la solidaridad, la empatía y la mirada puesta en aquellos a quienes les fue peor. “Se lo cuento, porque si estas circunstancias logran sacar tanto bueno de la gente, me parece que tenemos un futuro lindo”, cierra con razón el mensaje.

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