Fútbol, barbarie y muerte
La violencia extrema que rodea al fútbol cobró un nuevo muerto y nueve heridos, dos de ellos de gravedad, producto de enfrentamientos entre barras bravas en un partido de Primera C disputado en el estadio municipal de Luján. Como ha sucedido en reiteradas oportunidades, estos hechos están teñidos de intereses mafiosos asociados a las estructuras del poder de turno.
El hecho se produjo cuando un grupo de barrabravas del club Leandro N. Alem atacó a balazos, en forma sorpresiva, a hinchas de Luján. En ese tiroteo falleció el joven Joaquín Coronel, de 18 años.
El disparo mortal habría salido de un automóvil particular, en medio de una pelea entre integrantes de las facciones de ambos clubes que se arrojaban piedras. La Justicia comenzó una investigación, a cargo de la doctora María Laura Cordiviola, de la UFI 10 de Mercedes, que hasta el momento posibilitó dos detenciones, mientras se continúa con la búsqueda de otras tres personas.
Uno de los detenidos es Ariel González, hijo del presidente del Club Alem, presunto jefe de su barra brava, que, además, se desempeña como director de Transporte de la municipalidad de General Rodríguez.
Tanto en el municipio de Luján como en el club, más allá de las condolencias a los familiares de las víctimas de la emboscada, reina el silencio. El motivo, según versiones periodísticas, tendría su origen en que Facundo Roldán, el líder de la barra lujanense, Los Pikantes, sería un empleado bien remunerado de la comuna local. Como es simple advertir, nadie tiene la “ficha limpia”.
Significa esto que cada vez que se indaga en las causas y se descubren los protagonistas de los hechos de violencia en los estadios, se encuentran siempre sólidos vasos comunicantes entre las mafias organizadas y las estructuras del poder político o sindical.
Mientras esta red de complicidades no se desarticule o se extraiga de raíz, los hechos de barbarie que rodean al fútbol argentino seguirán produciéndose, sin importar la categoría a la que pertenezcan los clubes ni el volumen de los turbios negocios que manejen estos mercaderes de la violencia. Hasta que no se aísle y castigue a los mafiosos y violentos, utilizados como fuerza de choque o brigadas para las campañas políticas y luego premiadas con puestos en el Estado, va a ser imposible terminar con este flagelo que aqueja a las canchas argentinas.
LA NACION