Furia iconoclasta
Entre las múltiples calamidades que soporta el mundo por la pandemia, se registra una creciente furia iconoclasta con epicentro en Estados Unidos y ramificaciones diversas.
La indignación popular frente al asesinato del joven negro George Floyd a manos de un policía blanco alimentó debates sobre el colonialismo y la histórica confederación. Grupos de activistas en aquel país provocaron múltiples destrozos y dañaron estatuas de Cristóbal Colón en Boston y en Richmond, Virginia, y de jefes del ejército confederado que se enfrentó al de la Unión en la guerra civil norteamericana. Incluso, intentaron sin éxito cargar contra el Lincoln Memorial, en Washington DC, para agraviar la memoria de un hombre cuya límpida trayectoria republicana y acción en favor de la igualdad parecían estar fuera de discusión. Los destrozos se repitieron en Nueva York, París, Bruselas y Oxford, en un afán revisionista de las injusticias raciales cometidas a lo largo de los siglos.
En 2015, el grupo terrorista ISIS y otras peligrosas organizaciones destruyeron varios monumentos declarados patrimonio de la humanidad, como las mezquitas de Al Nuri y Mosul, en Irak; el templo de Baalshamin, varias tumbas y el Arco del Triunfo en Palmira, Siria, y el monasterio católico de San Esteban, en ese mismo país. Ya habían caído la mezquita de Tombuctú, al norte de Bali, y las maravillosas estatuas de Buda en Afganistán. El año pasado, grupos feministas mexicanos vandalizaron nueve monumentos, como el Hemiciclo de Juárez, en el Paseo de la Reforma.
La Argentina no escapa a esta desgraciada tendencia. En cada manifestación o marcha quedan dañados pedestales e imágenes de mármol y bronce entre un cúmulo de destrozos que incluyen también el mobiliario urbano y frentes de edificios. De cuando en cuando surgen también pedidos de retiro de monumentos a personajes no aceptados por anacrónicas y maniqueas lecturas del pasado.
Esta cultura de la destrucción de lo público presenta otra arista larvada e igualmente peligrosa para el patrimonio monumental, en especial en nuestro país: el robo de partes de estatuas y placas, particularmente de bronce, para comerciarlas. En pocos años, una enorme cantidad de piezas de alto valor simbólico y artístico han sido mutiladas. Incluso, hace poco se informó que faltaban bronces en las pilastras de mármol del monumento al Libertador General San Martín, en Retiro.
Cabe señalar que situaciones tan lamentables ocurren a lo largo y a lo ancho de la República. Es hora de multiplicar los esfuerzos oficiales y privados con el fin de evitar más atentados y restaurar y colocar sistemas de detección de delitos en obras cuya pérdida es irreparable. Además, en las pocas ocasiones en que los vándalos son identificados, la ley debe imponerles penas ejemplificadoras.
Quienes ayer fueron considerados héroes hoy caen ante el peso de nuevas miradas. "Los argentinos tenemos devoción por pelearnos por los muertos, no de hacer síntesis de nuestro pasado… Falta la intención de juzgar a los hombres y a los hechos de acuerdo con el momento en que tuvieron lugar", afirmó con acierto el prestigioso historiador Miguel Ángel De Marco. He aquí otro de los desafíos de nuestro presente compartido como nación.