FMI: un acuerdo liviano para evitar el default
El avance registrado no solucionará los problemas: el Gobierno debe superar los desequilibrios que obstaculizan la producción y ahuyentan la inversión
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El presidente Alberto Fernández y los sectores más racionales del oficialismo comprendieron que no llegar a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) era un salto al vacío con consecuencias impredecibles y, sin dudas, muy gravosas. Por su lado, tanto los funcionarios del FMI como quienes deciden en su directorio también entendieron que llevar a su principal deudor a una situación de default ocasionaría un importante daño a la propia institución. Esto explica que no se hayan incluido reformas estructurales dentro de las condiciones acordadas en el nuevo préstamo de facilidades extendidas. Si bien el FMI no se saldrá de sus límites tradicionales, por ejemplo el plazo máximo de diez años y las tasas de interés, en este caso, y por ahora, no exigirá una reforma laboral, ni privatizaciones, ni una salida del cepo cambiario, ni una reforma administrativa, ni el recorte de subsidios superfluos para reducir el gasto público. Solo se plantea una actualización gradual de las tarifas de servicios públicos y se compromete a alcanzar el equilibrio fiscal en 2025. Pone asimismo límites a la emisión monetaria. Si bien estas metas constituirán un desafío difícil de lograr, son políticamente más digeribles para el populismo y la izquierda que lo que hubiera sido un programa con medidas explícitas desde el comienzo. La lectura que se hace es la de una ayuda política del FMI al gobierno argentino o, más bien, al Presidente frente al kirchnerismo. Por el nuevo préstamo, la Argentina recibirá una suma equivalente en cada oportunidad de pago de los vencimientos del préstamo anterior. El cumplimiento de las condiciones principales fijadas en el acuerdo solo será verificable cuando ya se hayan realizado todos los desembolsos del nuevo préstamo. De no haber sido cumplidas siempre se especula con el recurso de una postergación o revisión (waiver).
Quienes conocen en profundidad la economía argentina han visto el anuncio del convenio como una forma de salir del paso y evitar por ahora el default. Pero al no ver reformas estructurales ni el curso de las medidas necesarias para resolver genuinamente los desequilibrios macroeconómicos, se preguntan si el programa solo posterga un default o un episodio de alta inflación. Si subsiste el cepo cambiario con una brecha de más del 100% y persisten la falta de competitividad y la insuficiencia de inversiones, ¿cómo se explica el objetivo de que el Banco Central aumente en 5000 millones de dólares sus reservas?
Se trata de un acuerdo liviano, que solo evita un default inminente, lo que es bueno, pero no asegura que no se produzca una crisis futura. Así lo han entendido los mercados, que, luego de una primera reacción positiva de alivio, han vuelto a manifestar dudas bajando las cotizaciones de los bonos y acciones argentinos. Por otro lado, la gentileza política del FMI de evitar explicitar el concepto de ajuste no le permitió al Gobierno evitar una crisis en su frente político.
La vicepresidenta, eje central del poder, no explicitó su opinión, pero la renuncia de su hijo a la presidencia del bloque de diputados nacionales del Frente de Todos es una señal que no puede ser pasada por alto. La fundamentación del legislador no se refirió al contenido del acuerdo, sino meramente a haber negociado con el FMI. Para los miembros de La Cámpora o del Instituto Patria, ese organismo internacional es la quintaesencia del mal, del que solo puede esperarse la defensa de intereses espurios en beneficio de quienes ejercen su domino en detrimento de los intereses populares. Ese es el discurso con el que construyen mitos y apoyos. Bajo esta perspectiva, cualquier acuerdo con el FMI deberá ser repudiado para guardar consistencia con el relato. Y eso es lo que ha ocurrido, lo cual abre un interrogante sobre el apoyo del Congreso al acuerdo, luego de que sea formalmente suscripto.
El populismo y la adopción de posiciones contestatarias y adheridas a las rémoras revolucionarias que aún producen dictaduras y pobreza siguen explicando la crisis argentina.
Las últimas elecciones de medio término parecen haber encontrado en la sociedad un mayor rechazo a esas tendencias. Sin embargo, estas todavía siguen siendo capaces de generar poder para proteger la corrupción. Así lo sinceró Néstor Kirchner cuando expresó: “La izquierda te da fueros”.
Más allá de lo que se acuerde con el FMI, la salida de la crisis argentina requiere un programa que no se guíe por lo “políticamente correcto”, entendido bajo una visión populista, sino enfocarse en lo económico y socialmente correcto. La superación de los desequilibrios no será resultado de un mágico crecimiento que lo logre automáticamente. La inversión y mayor producción y empleo requieren confianza y reglas razonables en materia laboral e impositiva. La presión tributaria debe reducirse y ello solo es posible si el gasto público se achica. Esto último exige cirugía mayor con atenuantes sociales bien diseñados y administrados. Si la palabra ajuste resulta inaceptable, deberá inventarse otra. Lo que no puede hacerse es desconocer el asunto y, menos aún, rechazar un acuerdo que, al menos, evita un problema inmediato y puede ser el comienzo de otro si no se lo resuelve adecuadamente.