Firmenich, de ayer a hoy
Solo indignación pueden provocar los dichos de este emblema del terrorismo que tiene el descaro de presentarse como un chivo expiatorio
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La pequeña agrupación izquierdista Encuentro Patriótico, que lidera el piquetero Fernando Esteche, brindó recientemente un curso virtual de formación de jóvenes cuadros militantes sobre la llamada “resistencia peronista” y sus orígenes. El orador convocado fue nada menos que Mario Firmenich, quien hábilmente aprovechó la juventud de los participantes para plantear, entre otras cuestiones, la necesidad de analizar si las razones para la lucha armada en la década del 70 fueron circunstanciales o si son en realidad permanentes, dando a entender que la Argentina podría volver a esa tragedia en otras circunstancias históricas. Sus afirmaciones le valieron una denuncia presentada por el abogado Francisco Oneto por los supuestos delitos de “traición a la patria” y “rebelión”.
Resulta imperioso recordar a través de sus propios dichos quién fue este personaje, que lideró por años la organización Montoneros, movimiento cuyas banderas portan hoy en marchas y concentraciones sectores próximos a La Cámpora. Aunque siempre lo negó, hay miembros de la organización –la orga, como les gustaba llamarla– que dicen que recibió entrenamiento en Cuba; él sí reconoció haber estado allí por primera vez en 1975 en relación con el dinero del secuestro de los Born.
En sus orígenes, la agrupación se integró con estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires y del Liceo Militar de Córdoba movidos por un sentimiento religioso que compartían mediante diálogos con sectores católicos progresistas, los llamados posconciliares, y con algunos curas cercanos que más tarde conformarían el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Desde Montoneros decían compartir la moral cristiana, a partir de un nacionalismo católico mixturado con la resistencia armada que proponía la revolución socialista cubana.
En una entrevista Firmenich estimó que Montoneros contó con 5000 oficiales, sin incluir simpatizantes u ocasionales participantes, en su mayoría reclutados de la Juventud Peronista. Desde un Rodolfo Walsh devenido jefe de inteligencia, pasando por Horacio Verbitsky, al que Firmenich reconoce como militante pero no ocupando el puesto de Walsh, hubo entre ellos muchas figuras que trascendieron. En 1972, tras las muertes de Fernando Abal Medina y Emilio Maza, se afianza el liderazgo de Firmenich junto a Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja.
Antes del regreso del general Perón a la Argentina en 1973, Firmenich se reunió con él dos veces, en Roma y en Madrid, sin alcanzar muchas coincidencias, según referiría. La lucha político-ideológica entre los sectores ortodoxos y los revolucionarios del peronismo ya estaba planteada. Comentó Firmenich cuán importante fue lograr la movilización masiva para la recepción que le darían en Ezeiza a su llegada, una forma de señalarle al general por dónde transitaba entonces el proceso político que lo había traído de regreso, con un recambio generacional que se alejaba de los viejos dirigentes de la burocracia sindical. Firmenich entendió que lo ocurrido en Ezeiza constituyó una bisagra: Perón demostró que no iba a tomar el camino de la llamada Tendencia, como se conocía a la juventud peronista que viraba a la izquierda. El 1º de mayo de 1974, en la Plaza de Mayo, se escenificaría la dramática ruptura. Tras frustrarse el diálogo, con un duro discurso, Perón dejó en evidencia que no iba a producir el cambio profundo y rápido que los Montoneros buscaban y estos se retiraron masivamente de la histórica plaza.
Con absoluto desparpajo, en cada entrevista Firmenich exhibe modales sin arrepentimientos. Públicamente admitió que nunca sintió remordimiento por los miles de muertos y heridos que ocasionó el accionar de la organización que lideraba, pero que sí pidió a Dios que los tuviera en su Santa Gloria. Así como no se hizo responsable de ninguno de los hechos criminales, como los asesinatos de Mor Roig y Francisco Soldati, sí asumía la responsabilidad de la actitud política.
La liberación de los detenidos en las cárceles ordenada por Héctor J. Cámpora en 1973 fue para Firmenich un reconocimiento a la gloria de la resistencia popular que recuperó el poder y que comparó con la toma de la Bastilla en Francia. Así como le endilga a José Ignacio Rucci haber boicoteado el pacto empresarial-sindical de José Gelbard, ministro de Economía de Perón, también lo señala como uno de los responsables de la masacre de Ezeiza. El asesinato del dirigente sindical dio pie, según Firmenich, a que se desatara el terrorismo paraestatal. Cínicamente reconoce que este fue un error porque sirvió de excusa para justificar que se masacrara a activistas de izquierda.
Cuando él mismo ensaya una crítica al militarismo de su organización, lo justifica diciendo que toda la historia latinoamericana está signada por protagonismos militares y que el mismo movimiento peronista se organiza discursivamente en esos términos, pues su creador fue un militar. El militarismo montonero está unido a la realidad política del país y constituye una expresión de parte del pensamiento de la izquierda mundial de ese entonces, propio de Camilo Torres, del Che Guevara, de Perón y Evita, dirá. Admite que la organización subversiva solo fue ejecutora y no creadora de ese pensamiento.
Evita es el símbolo de la revolución inconclusa para Firmenich. No sabe cuánto había de cierto en su proyecto de crear milicias obreras, pero admite haber estado al tanto de que hubo un intento de compra de armas para entregar a la CGT. Para Montoneros, ese era el tipo de acciones necesarias a la hora de querer cambiar el esquema de poder. No por nada coreaban en sus actos “si Evita viviera, sería montonera”.
A la muerte de Perón, la organización buscana la forma de mantenerse logísticamente. Pensaron entonces en los Born, líderes de un grupo económico paradigmático que ya se había enfrentado con Perón en los años 50. Justifica los secuestros diciendo que no solo se llevaron a cabo para obtener un millonario rescate, sino también porque siendo aquellos productores de elementos de primera necesidad, parte de las utilidades obtenidas volvían al pueblo.
La mujer de Firmenich, María Elpidia Martínez Agüero, integrante de una familia tradicional y ultracatólica de Córdoba, tras participar en el atentado al comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal en su condición de oficial del ejército montonero, fue encarcelada en 1976 estando embarazada, luego legalizada y trasladada a Villa Devoto. A fines de ese año, Firmenich huyó del país. Otros líderes también; muchos trabajarían en el exterior para construir una épica que suscitara apoyos internacionales. Luego del Mundial 78, en un afán por evitar la derrota política que jaqueó por ejemplo al ERP tras la muerte de Roberto Santucho, planeó con la cúpula la llamada contraofensiva con el regreso al país de integrantes de menor jerarquía de la organización, lo que le generó muchas críticas.
El líder montonero considera que el triunfo de Raúl Alfonsín en 1983 fue un duro golpe. No se les permitió constituirse como agrupación política legal, y mantener la clandestinidad no era justificable en democracia. En febrero de 1984 fue extraditado desde Brasil, culpado como jefe de la organización que secuestró a los hermanos Born y ocasionó la muerte de dos personas durante ese suceso, que él mismo dio a publicidad. Fue juzgado, correspondiéndole una condena de treinta años. El 29 de diciembre de 1990 fue indultado por Carlos Menem.
Como buen defensor del régimen sandinista, Firmenich cobra por asesorar al régimen nicaragüense y pasa así buena parte del año en un lujoso barrio de Managua. El resto transcurre en Barcelona, junto a su mujer, beneficiaria de una de las tantas indemnizaciones (128.000 dólares) para quienes ejercieron la violencia y que pagamos todos los argentinos. A la fecha cobra también la pensión mensual graciable establecida por decreto ley del 27 de noviembre de 2013, durante el gobierno de Cristina Kirchner. Los hijos de Firmenich actúan en política: uno, junto a la izquierda en España, y el otro, como integrante de La Cámpora en Córdoba. A los 76 años, quien se considera a sí mismo un chivo expiatorio se enoja cuando se lo señala como el máximo exponente de la violencia de los años setenta.