Fastuosos monumentos póstumos
La desigualdad desmiente los relatos del pseudoprogresismo cuando la impunidad y los privilegios del poder embriagan a sus militantes
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Cuando murió Mausolo, el sátrapa persa que acumuló fortunas como gobernador de Halicarnaso, su esposa hizo construir una tumba monumental de 134 metros de perímetro y 46 de altura. Tan fastuosa era, que fue considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo. Y su nombre quedó como sinónimo de sepulcro suntuoso: el Mausoleo.
Los grandes mausoleos reflejan el poder económico de quien dispuso construirlos y su deseo de perpetuar la memoria del homenajeado, muchas veces también en provecho propio. Son la contracara de los panteones, que no honran a individuos, sino a grupos unidos por vínculos de familia, nacionalidad, profesión o creencias.
En la Argentina, los restos de José de San Martin y Manuel Belgrano, manteniendo el estilo sobrio de sus vidas, yacen en la Catedral Metropolitana y en el Convento de Santo Domingo, respectivamente. El Cementerio de la Recoleta aloja mausoleos que honran a prohombres de nuestra historia. Hasta comparten vecindad quienes en vida fueron enemigos o adversarios como Juan Lavalle, Manuel Dorrego, Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas, Y los primeros presidentes, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca.
Mientras Juan Domingo Perón descansa en paz en su quinta de San Vicente, la tumba de Eva Perón es la más visitada de la Recoleta, en la bóveda de la familia Duarte. En el Panteón Radical se encuentran Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen. Un busto de mármol y el prólogo de la Constitución Nacional velan los restos de Raúl Alfonsín.
La Chacarita es más popular, con el mausoleo de Carlos Gardel y las tumbas de Gilda, Gustavo Cerati, Roberto Goyeneche, Francisco Canaro, Juan D’Arienzo, Juan Carlos Calabró, Paul Groussac, José Ingenieros o Antonio Berni. Y los célebres panteones de la Sociedad Española, del Centro Gallego y de la Sociedad Argentina de Actores.
El mausoleo más alto de la Argentina está en Córdoba, donde el millonario Raúl Barón Biza dio sepultura a su esposa Myriam Stefford, muerta en un accidente aéreo. Con 82 metros de altura. fue construido por 100 obreros polacos en 1935.
En tiempos modernos, los mausoleos han caído en desuso. Ya nadie construye tumbas majestuosas para recordar a sus muertos, salvo en regímenes totalitarios. Los peores dictadores son embalsamados y exhibidos para continuar el culto a sus personalidades. Vladimir Lenin en la Plaza Roja de Moscú; Mao Tse Tung en la Plaza de Tiananmen; Ho Chi Minh en la plaza Ba Dinh de Hanoi; Kim Il Sung en el memorial Kumsusan de Pyongyang; Hugo Chávez en el Cuartel de la Montaña en Caracas. Como excepciones, las cenizas de Fidel Castro se encuentran en el cementerio de Santa Ifigenia, depositados en el interior de una gran roca traída de Sierra Maestra y los restos del Che Guevara, en Santa Clara, bajo su enorme estatua.
En la Patagonia argentina puede hallarse una insólita megaestructura fúnebre, que fue un regalo envenenado de un subalterno a la memoria de su jefe, a quien pretendió ensalzar.
Hasta el año 2010, el cementerio de Rio Gallegos, Santa Cruz, no era distinto a otras necrópolis del interior, caracterizadas por la sencillez y homogeneidad de sus clases medias. Cuando falleció Néstor Kirchner, alguien alteró esa tradicional igualdad pueblerina, opacando el fausto discreto de las lápidas vecinas. Vistas desde el aire, las tumbas populares parecen villas de emergencia ante la vivienda póstuma del apodado “Eternauta” por sus seguidores.
A diferencia de Napoleón, Lenin, Mao, Chávez o el emperador Adriano, este mausoleo no fue construido por decisión de gobiernos, ni financiado con sufragios populares, ni por organizaciones benéficas. Fue construido por Austral Construcciones, la empresa que recibió, en forma fraudulenta, los mayores contratos para obras públicas durante el gobierno del extinto presidente y luego, de su esposa. Por ello, el juez federal Julián Ercolini procesó a Cristina Kirchner y a Lázaro Baez en la llamada causa “Vialidad”, elevándola a juicio oral. A su vez, el Tribunal Oral Federal N° 4, en la causa de la ruta del dinero K, condenó a Báez a 12 años de prisión por lavado de unos 60 millones de dólares.
Demostrando gran sumisión y pocas luces, el pseudoempresario “incineró” a quien quiso homenajear, al poner en evidencia post mortem el vínculo espurio que los ligaba. Pues quedan ahora pocas dudas: el mausoleo de Rio Gallegos fue pagado por todos los argentinos, a través de sobreprecios cobrados por Báez.
Néstor Kirchner, mucho más astuto que su testaferro y que su propia viuda, no hubiera cometido jamás el burdo error que evidencia lo que él sabía ocultar. Con Néstor, probablemente no se hubieran conocido los dólares de la Rosadita, ni los millones de su hija en una caja bancaria. Ni los bolsos de López, ni los fraudes de Boudou, ni los lujos de su secretario, Daniel Muñoz; ni los despilfarros de Fabián Gutiérrez, asistente de Cristina, ni tampoco las vacunaciones VIP. Y menos aún hubiera involucrado a Florencia en el directorio de Los Sauces.
Néstor Kirchner sabía bien que, para sostener las banderas de la igualdad, los derechos humanos y “la patria es el otro” era necesario cuidar las formas, con el saco desabrochado, los mocasines trajinados y la birome negra. El mausoleo de Rio Gallegos, confesión monumental de un convicto chambón, desautoriza la puesta en escena de los museos del Bicentenario o de la Casa Rosada.
Es difícil tapar el cielo con un harnero. Cuando el dinero desborda las billeteras de quienes no han trabajado para ganarlo; cuando los privilegios del poder embriagan a militantes y cuando la sensación de impunidad anula la virtud de la prudencia, la desigualdad se pone de manifiesto y desmiente todos los relatos. Con el “lawfare” no alcanza, aunque lo avalen los alegatos de Eugenio Zaffaroni y sus discípulos.
Y ahí está el mausoleo que Kirchner probablemente jamás hubiera querido, más parecido al del sátrapa persa que a los sepulcros de San Martín, Belgrano, Rosas o Eva Perón, a quienes tomaba como ejemplos. O decía tomarlos, astuto como era.