Eternización de intendentes: exijamos ejemplos
La burla que significó la reforma de la norma bonaerense con la que se buscó poner coto a las reelecciones indefinidas debe ser castigada por la ciudadanía
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El paso adelante que la Legislatura bonaerense dio en 2016 al sancionar una ley que limitaba las reelecciones de los intendentes, legisladores y consejeros resultó corto. A esa norma le siguió un decreto reglamentario del gobierno de María Eugenia Vidal por el que se dejó un resquicio para que los vedados pudieran presentarse para una segunda reelección consecutiva. El 28 de diciembre pasado, la ley se modificó para cerrar ese polémico salvoconducto, pero se abrió otro referido a la fecha del primer mandato, que permitirá sortear nuevamente la valla para dar rienda suelta a las insaciables ansias de perpetuación en los cargos.
La demorada aprobación de proyectos como el de ficha limpia y el de boleta única en el orden nacional constituye otro claro ejemplo de la misma resistencia de buena parte de la dirigencia política a aceptar límites y profundizar la transparencia electoral. Con prontuario o sin prontuario, la gran mayoría de quienes llegan en campaña con una sonrisa a ilustrar una boleta habrán deambulado por los barrios, recorrido medios de comunicación, ofrecido mil y una promesas, prebendas, bolsones, colchones, heladeras o planes para intentar alcanzar su ansiada meta o para conservar posiciones.
Quienes elegimos y valoramos la vida en democracia encontramos en el acto comicial la oportunidad de encomendar nuestros deseos y necesidades a los que entendemos que mejor nos representarán, aunque la tan obsoleta como tramposa lista sábana no ayude. Desde aquellos días en que estudiábamos la vieja Instrucción Cívica, muchos hemos crecido con la teoría del servicio público como carga asumida voluntariamente por quienes se postulan para una función, teoría que pocas veces va de la mano con la práctica.
No nos explicaron que, cada vez con mayor frecuencia, asistiríamos a la posibilidad de que nuestros otrora candidatos, ahora en funciones, se mudaran de un partido político a otro, pidieran licencia abruptamente, asumieran incluso nuevos desafíos en otros distritos o simplemente recurrieran a gambetas judiciales para modificar sin más los designios de sus votantes. Tan laxo es el compromiso con los ciudadanos que cualquier excusa es buena para abandonar el cargo, indefinida o temporariamente, según convenga, ubicando a algún adláter al que nadie votó como heredero forzado. Y atrás quedan las promesas de campaña.
Según el investigador social y sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga, la gestión de los llamados barones del conurbano se caracteriza porque gobiernan municipios con gran concentración de pobreza y porque comandan extensos aparatos clientelares por medio de concejales, caudillos barriales o punteros. Ocupar cargos ejecutivos formalmente es controlar y desplegar su influencia territorialmente, dependientes para su subsistencia de los fondos nacionales y provinciales. En un entramado político dominado por el peronismo, pero en el que pocos de otro color se constituirán en excepciones, las cajas, el poder y las pleitesías generan adicción y, en algunos casos, también compromisos con el narcotráfico.
Los jefes comunales elegidos en 2015 y reelegidos en 2019 pueden ahora postularse para un tercer período, pero ¿deben hacerlo?
Previamente a la modificación de la ley bonaerense de diciembre pasado, el 70% de los 135 intendentes que asumieron en 2019 no habrían podido competir para renovar su cargo en 2023. Más de 50 eran de Juntos por el Cambio y más de 30, del Frente de Todos. En consecuencia, hemos retrocedido nuevamente en la escala de calidad democrática, pues ahora “los mandatos que se hayan iniciado como resultado de las elecciones de los años 2017, 2019 y 2021 serán considerados como primer período”, según la nueva ley. Los jefes comunales elegidos en 2015 y reelegidos en 2019 pueden ahora postularse para un tercer período, pero ¿deben hacerlo?
Aun cuando votaron divididos, oficialismo y oposición unieron fuerzas para burlar a la ciudadanía.
Al renunciar a su banca por enfermedad en diciembre pasado, Esteban Bullrich les decía a sus pares: “Vivimos en un país en el que la gente de bien escapa de la política, la desprecia y la condena… Hagan carne el mandato de la gente (...) y tengan el coraje de hacer solamente lo que saben correcto”. En un profundo acto de humildad, agregaba: “Todos hemos sido culpables de gobernar con tapones en los oídos”.
Sería muy bienvenido que los intendentes opositores revisaran sus pretensiones y encararan una cruzada en favor de renunciar a competir por una nueva reelección aun cuando la ley hoy los ampare. La ciudadanía acompañaría gozosa una decisión de ese tenor que se volvería ejemplar al punto de funcionar como activador de un potencial efecto en cadena. Hartos del oportunismo político, los ciudadanos demandamos gestos de grandeza por parte de nuestros representantes. Quien sea que recoja el guante recibirá el beneplácito de la ciudadanía. Mientras como sociedad sigamos consintiendo los mismos antidemocráticos comportamientos, seguiremos obteniendo los mismos insatisfactorios resultados. Exijamos estos imperiosos cambios. Dejemos de ser el universo silencioso y manso. Apoyemos a quienes nos demuestren con sus actos que sus promesas no son vacuas, a quienes entiendan que el servicio público presupone una entrega y una disposición que no se compatibiliza con el afán de poder, de eternidad o de riqueza que exhiben inescrupulosamente y a nuestra costa muchos gobernantes.
Tenemos los representantes que nos merecemos, entienden muchos. Si ante la profundidad de la crisis que enfrentamos, los ciudadanos lográramos hacernos oír y algún dirigente responsable entendiera lo perentorio de los reclamos de una mayoría, podríamos soñar con ver asomar una clase política renovada. La participación y el contralor ciudadano son claves para que la convivencia democrática no devenga en administraciones feudales y vitalicias. Es hora de exigir ejemplos.