Esperemos que termine la sequía
El campo argentino ha vivido tres años desgraciados por un fenómeno climático como La Niña, al que oficialmente se declaró finalizado
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Desde el último trimestre de 2022 fuimos anoticiados de conjeturas meteorológicas, sucesivamente desacertadas, de que en pocas más semanas la larga sequía iba a llegar a su fin.
No ocurrió en diciembre, como se estimó en primer lugar; tampoco en febrero, y menos aún en la extenuante primera parte de marzo. Ocurría, entretanto, la concertación despiadada de falta de agua, de sol abrazador y heladas que irrumpían inesperadamente y desaparecían después de uno o dos días, pero dejando el saldo de una mayor desolación, aquí y allá, en la pampa húmeda. A eso se agregó algo de granizo que cayó, una y otra vez, sobre los ya golpeados cultivos, hasta completar el cuadro de completo padecimiento que se conoce.
Solo faltó que, por ironía del destino, se hubiera abierto después de un siglo y medio alguna de las páginas de La Pampa Gringa, el clásico de Ezequiel Gallo, el gran historiador de la colonización del sur santafesino, y un malón, avanzando desde imaginarios desiertos del oeste, hubiera hecho más tropelías, como las que hubo hasta 1878, sobre lo poco que quedaba en pie de una campaña gruesa siniestra, y sobre los campos ganaderos que se extienden hasta Alcorta y Melincué.
Por primera vez, es cierto, contamos desde esta semana con la información fehaciente por la cual la Mesa Nacional de Monitoreo de Sequías ha hecho saber que declara “oficialmente la finalización del evento La Niña”. No fue un año; fueron tres años seguidos y, sin duda, el último fue el peor de un ciclo de sequía abrumadora que ha dejado como saldo 173,6 millones de hectáreas afectadas por mermas de lluvias por debajo de lo normal; entre ellas, 19 millones de hectáreas en situación extremadamente severa.
Más que el país, la región deberá sobreponerse a las secuelas de este fenómeno climático que se manifiesta en suelos con el más bajo nivel de humedad desde 1981, pero que perforó en algunas zonas récords de los que no ha habido otros tan graves en cien o ciento veinte años. Uruguay ha sufrido por igual brutalmente esta sequía y, si bien se ha hablado principalmente de los efectos adversos dejados en la pampa húmeda por el carácter excepcional de su clima moderado, ha habido consecuencias de desastre en el noroeste –en Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero–; en zonas del Litoral, como Corrientes y Entre Ríos, y hasta en los confines patagónicos.
Aun antes de que termine el primer trimestre de 2023 sabemos que por esta anomalía climática la economía nacional se verá privada de más de 20.000 millones de dólares de ingresos por divisas, con lo que esto significa en todo tiempo. Es de peso virtualmente insoportable en el país inmerso en un profundo proceso inflacionario, con políticas tan contradictorias que, por un lado, se dice atacar el déficit fiscal y, por el otro, el oficialismo aprueba, en un festival desaprensivo en el Congreso, jubilaciones para cientos de miles de personas que no han realizado los aportes regulares para obtener esos beneficios, que bien pueden calificarse de privilegios.
La Bolsa de Comercio de Rosario, en su evaluación más reciente, ha estimado que la producción total de soja quedará en 27 millones de toneladas, siete millones por debajo del último cálculo de 34,5 millones, que de por sí anunciaba una declinación pronunciada en relación con registros anuales anteriores. Se calcula que 2,6 millones de hectáreas de soja no serán cosechadas, y eso al margen de tantos campos que fueron dejados ociosos por sus dueños o arrendatarios por el temor a un fracaso bastante anunciado desde fines de noviembre o comienzos de diciembre.
A este cuadro malhadado prácticamente nada le falta para consumar una tragedia social más, como que la práctica anónima de destrozar silobolsas reapareció hace unos diez días, en Puan, en el acto de mayor vandalismo en ese tipo de prácticas que comenzaron tres años atrás. Solo falta que aventureros entonados por apoyos políticos, y por un curioso tipo de influencia espiritual, usurpen una vez más campos en violación del principio constitucional de reconocimiento de la propiedad privada, o asolen fincas patagónicas en nombre de invocaciones inaceptables de derechos “originarios” que comprometen, por lo demás, la soberanía nacional.
Habrá que ver ahora de qué modo el Estado se hace presente cuando se inicie la nueva campaña agrícola con los cultivos clásicos de invierno, como el trigo y la cebada. ¿Dónde estarán las líneas de financiamiento, dónde las exenciones impositivas para productores que seguramente se encontrarán con capitales de trabajo quebrantados?
La Mesa Nacional de Monitoreo de Sequías se compone, entre otros, por especialistas del Servicio Meteorológico Nacional, del INTA, de la Facultad de Agronomía de la UBA y de la Comisión Nacional de Actividades Especiales. Hay allí una masa crítica suficientemente sólida en conocimientos científicos como para tomar con seriedad el anuncio de que estamos ante la finalización del ciclo La Niña. Se han fundado para sostener tales afirmaciones en dos indicadores: uno, oceánico, que contempla la temperatura del mar, y otro, atmosférico. Y ambos llevan a la conclusión de que es de alta probabilidad que estemos entrando en una fase neutral que se prolongará hasta el invierno.
El hombre de campo es esencialmente un hombre de fe. No se ha arredrado ni ante las peores incertidumbres económicas y políticas, y es consciente de que su trabajo a cielo abierto supone riesgos ajenos para otras actividades. Lo que no puede tolerar ni tolerará nunca es el agravio ideológico que ha debido padecer de una izquierda rehecha, desde los desasosiegos nacionales de los años setenta, bajo las banderas de la hipocresía kirchnerista, con filas hoy en desbande y con líderes de mediocridad pavorosa.
Son aquellos a quienes se indaga, desde lo más profundo del peronismo en que encontraron refugio, sobre si por lo menos han trabajado alguna vez en su vida.