Esclavas de la explotación sexual
El supuesto ejercicio voluntario de la prostitución no es más que una falacia, ya que siempre hay un explotador del negocio detrás
- 4 minutos de lectura'
El reciente rescate de una mujer que era obligada a prostituirse en una propiedad situada en la capital jujeña vuelve a visibilizar una dolorosa problemática largamente extendida en nuestro país: la cooptación de personas con fines de explotación sexual. En esta oportunidad, se captaba a mujeres engañándolas con publicaciones en las redes sociales que les ofrecían trabajar en el cuidado de adultos mayores.
Hubo que esperar una denuncia anónima para que las autoridades policiales y judiciales pusieran en marcha un operativo que terminara liberando a la mujer. Anónimamente se supo que también allí era explotada sexualmente una persona con discapacidad.
Son muchas las víctimas de trata cuyas historias no salen a la luz. Incluso las de quienes dicen ejercer voluntariamente la prostitución, pero que lo hacen obligadas para poder subsistir o mantener a quienes de ellas dependen familiar, emocional y económicamente. No existe tal “voluntad” cuando se ejerce la prostitución por falta de opciones. Sostener eso es una falacia. Organizarlo y ejecutarlo, además de un delito, es un hecho aberrante.
De esa tremenda necesidad se aprovechan quienes, mediante mentiras, presiones, extorsiones y hasta conculcación de derechos como la propia libertad, se convierten en virtuales dueños de la vida ajena para extraer un rédito económico. En sus garras caen mujeres y hombres desesperados, y también niños.
Se trata de una problemática compleja que, muchas veces, no se denuncia por el propio miedo de las víctimas a perder su único ingreso económico o a represalias.
De lo que no existen dudas es de que no habría prostitución sin clientes y sin proxenetas a cargo del negocio. Aun en muchísimas viviendas privadas donde se ejerce la prostitución supuestamente de forma voluntaria, hay detrás un explotador del negocio.
Miles de stickers con números de celulares ofreciendo sexo, pegados en paradas de colectivos o en columnas de alumbrado de zonas con gran movimiento de peatones, dan cuenta de que el “negocio” se mantiene activo y de que semejante información disponible en la vía pública no pareciera ser suficiente para que se realicen más operativos tendientes a identificar y penar esta forma de deleznable explotación humana.
El año pasado, la Policía de la Ciudad clausuró un prostíbulo que funcionaba en la céntrica Avenida de Mayo. El prostíbulo estaba enmascarado como un servicio de masajes. Sin embargo, dos mujeres que allí trabajaban refirieron a las autoridades que se prostituían “espontáneamente”, abonando 30.000 pesos semanales a un hombre por el alquiler del departamento. No supieron dar los datos del explotador, sino solo de quien actuaba como agente de cobro. Las mujeres fueron entrevistadas por personal de la Oficina de Rescate del Delito de Trata de Personas de la Ciudad, que concluyó que no surgía de ellas el posible delito de trata de personas.
Para la misma época se conoció la detención de dos líderes de un templo umbanda de Salta, acusados de trata con fines de explotación sexual, con el agravante en ese caso de ser considerados ministros religiosos. Según la acusación, prometían que el santo pagano San La Muerte les “mejoraría la vida” a las víctimas si ofrendaban dinero y bienes a la congregación. La causa fue elevada a juicio con una consigna de la Justicia: “Que esto sirva de advertencia a todos los fieles”. No solo las redes atrapan incautos o personas desesperadas. También desde un atril de lugares impensados se cometen este tipo de monstruosidades.
Rescatada de un cabaret de Ushuaia una década atrás, Alika Kinan, fue la primera víctima de trata en llevar a juicio a sus proxenetas y al Estado por no protegerla. El juicio no terminó. Se dictaminó un resarcimiento económico, pero fue apelado. La víctima, que estuvo sometida sexualmente durante 20 años, pasó a vivir bajo el sistema de protección de testigos, y abrió una fundación para ayudar a “mujeres sobrevivientes”, ayudó a rescatar a unas 200 personas sometidas a la explotación y recibió el Premio Héroes contra la Esclavitud Moderna, en Estados Unidos. La decisión de esta valiente mujer es una excepción absolutamente destacable.
Estamos hablando de mujeres mayormente solas que arrastran tremendas historias personales. Pretender reducir el asunto a que todo se resuelva legalizando la prostitución es de una simplicidad rayana en el desprecio por la vida. Lisa y llanamente, habría que prohibirla.
Urge proveer ayuda a los afectados y empezar a producir un cambio cultural serio en defensa de la integridad de todas las personas por igual. Darle sustento legal es desentenderse del tema y actuar con indolencia ante la explotación y el sufrimiento.