Equilibrio fiscal: la regla de oro que no debe ser soslayada
Es de esperar que la voluntad del Presidente sea acompañada esta vez por una dirigencia habitualmente renuente a privilegiar la lucha contra el déficit
- 5 minutos de lectura'
Al margen de algunas provocaciones y chicanas innecesarias dirigidas a los legisladores de la oposición, el mensaje con el que Javier Milei presentó el proyecto de ley de presupuesto para 2025 en el Congreso debe ser valorado por la férrea voluntad presidencial de mantener el equilibrio fiscal y reducir el intervencionismo estatal en la economía.
El discurso del presidente de la Nación aportó una novedad metodológica frente a aquello a lo cual los argentinos parecíamos acostumbrados. Al considerar que el “huevo de la serpiente” no es otro que el déficit fiscal y que la madre de ese flagelo es la compulsión de los políticos por el gasto público, Milei anunció que la piedra basal de nuestra ley de leyes será el “déficit cero”, al que calificó de innegociable en cualquier circunstancia económica.
Según la regla explicitada por el primer mandatario, se define la proyección de ingresos y, a partir de allí, se calculan las partidas de gasto que tienen ajustes automáticos, tales como las jubilaciones, y se determina el margen fiscal para el gasto discrecional remanente, que se asigna a distintas partidas presupuestarias en función de las prioridades de políticas públicas establecidas. En caso de que el escenario macroeconómico se desvíe de la proyección presentada, se ajustará el gasto discrecional para garantizar el equilibrio financiero o se incrementará el ahorro fiscal. Y si, por el contrario, el crecimiento del nivel de actividad generara una recaudación superior a la estimada, el excedente de esos recursos se destinará a la baja de impuestos.
Tal como lo ha señalado en otras oportunidades, el primer mandatario se propone dejar de recurrir al endeudamiento del Estado o a la emisión monetaria para financiar los desequilibrios de las cuentas públicas, metodologías que solo pueden llevar al exterminio de las generaciones futuras por la vía del crecimiento de una deuda impagable o de una inflación crónica que siempre termina perjudicando en mayor medida a los sectores más desprotegidos de la población. “No hay nada más empobrecedor para los argentinos que el déficit fiscal y nada que enriquezca más a los políticos que el déficit fiscal”, puntualizó Milei.
Su propuesta de “blindar el equilibrio fiscal sin importar el escenario económico” se complementó con su promesa de vetar todos los proyectos de ley que atenten contra aquel equilibrio. En tal sentido, subrayó que toda ley que autorice gastos no previstos en el presupuesto general deberá especificar de dónde saldrán los recursos para su financiamiento. Señaló que ese principio puede parecer “un sacrilegio” en el Congreso de la Nación; sin embargo, el Presidente no hizo más que aludir al tristemente olvidado artículo 38 de la ley de administración financiera, hoy vigente.
El jefe del Estado realizó también una defensa de sus primeros nueve meses de labor gubernamental y, en un tiro por elevación a quienes le cuestionan “falta de gestión”, sostuvo que gestionar no es designar funcionarios en áreas del sector público que no deben existir y no es administrar el Estado, sino achicar el Estado para engrandecer a la sociedad.
Entre otras cosas, afirmó que gestionar es haber evitado la hiperinflación, reducir el gasto público, echar a 31.000 “ñoquis”, eliminar intermediarios que lucraban con la pobreza, poner fin a los piquetes, remover las infinitas regulaciones y recuperar la confianza del sector privado.
El hecho de que Milei no expusiera en su mensaje de 43 minutos los números de las estimaciones macroeconómicas para el año próximo puede dar cuenta de que su objetivo central pasa, efectivamente, por alcanzar el equilibrio fiscal a cualquier precio. No obstante, las cifras aparecieron en el texto del proyecto de ley que se conoció poco después: se prevé un crecimiento económico del 5% del PBI para 2025, junto a una inflación interanual del 18,3% y un dólar equivalente a 1207 pesos a fines de ese año, además de un resultado de superávit fiscal primario del 1,3%.
Seguramente eran imprescindibles mayores definiciones en los planos monetario y cambiario para despejar de tantas incertidumbres el camino, al igual que precisiones sobre el fin del prolongado cepo que coarta el crecimiento de las inversiones y el desarrollo de la economía.
La credibilidad y el pago de la deuda pública requieren la acumulación de reservas, y la continuidad del cepo cambiario limita esa posibilidad. En un contexto de lucha permanente contra el déficit y de fuerte contracción monetaria, junto a la puesta en marcha de reformas estructurales que recreen la confianza inversora, no debería temerse la eliminación de las actuales restricciones cambiarias, cualquiera sea la brecha remanente. Cuanto antes se pueda salir del cepo, tanto mejor.
Desde 2014 el Poder Ejecutivo no presentaba un proyecto de presupuesto equilibrado y desde 2010 no se alcanza un resultado anual superavitario. Es de esperar que la voluntad manifestada por el Presidente sea acompañada por una dirigencia política que tradicionalmente ha relegado la idea de la disciplina fiscal a expensas de las políticas populistas.