Epílogo de un relato alucinado
La situación socioeconómica de nuestro país tiene cada vez más puntos en común con la crisis hiperinflacionaria que vivieron los alemanes hace exactamente cien años
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Hace exactamente cien años, en octubre de 1923, la República de Weimar temblaba por el impacto de una inflación desbordada, que se convirtió en hiperinflación el mes siguiente. Nacida luego de la derrota en la Primera Guerra Mundial, la república socialista era un estado débil, condicionado por los términos del Tratado de Versalles (1919) que la obligaba a pagar reparaciones a los países vencedores.
Ya desde el comienzo de la guerra, Alemania había abandonado el patrón oro y emitía dinero para cubrir los gastos del Estado. Cuando hubo que indemnizar a los aliados, imprimió millones de marcos sin respaldo hasta quitarles todo valor. El gobierno aseguraba que la culpa no era de la emisión, sino de la falta de divisas. Como en la Argentina de hoy, se decía que la economía florecía pero que había “un problema con los dólares” (Gabriela Cerruti dixit). Allí, como aquí, se echaba la culpa al sector externo y se negaba que la emisión causara inflación. Para atender la demanda de billetes provocada por el aumento desenfrenado de los precios, se empapeló la economía hasta paralizarla: comercios cerrados, fábricas paradas, reposición imposible, “no hay entrega” decían en alemán, como ahora decimos en castellano.
La inflación desbordada llevó a casi toda la población alemana a la pobreza. Los asalariados, cuyo gasto principal era el alimento, se encontraron en la indigencia más abyecta, haciendo colas para un poco de guiso en ollas populares. La clase media se fundió al licuarse sus ahorros en moneda nacional mientras quienes especularon y compraron bienes con deudas, se hicieron ricos. Era el mundo del revés, con premios y castigos invertidos, en una nación que se había desarrollado en base a los principios clásicos del esfuerzo, el trabajo y el ahorro. Una escena familiar en la Argentina de 2023.
Como en la Argentina de hoy, en la Alemania de 1923 el gobierno aseguraba que la culpa no era de la emisión, sino de la falta de divisas
Los extranjeros cruzaban las fronteras para comprar casas, muebles o joyas a precios de liquidación, mientras los necesitados hurtaban los bronces de las puertas, los cables de cobre, las bombillas de luz y arrancaban el cuero de los asientos de los trenes para hacer calzado. Proliferaron los robos, los “ocupas”, el contrabando, el mercado negro, el tráfico de drogas y la prostitución como salida laboral. Cualquier similitud con nuestro país, es pura casualidad.
Quienes tenían ahorros en monedas duras pudieron aprovechar la depreciación del marco, en contraste con la miseria reinante. Fue una época de esplendor para teatros, clubes nocturnos y cabarets, así como de las vanguardias artísticas. Berlín se convirtió en un centro de diversión, hedonismo y libertad sexual, mientras florecían las ciencias y las artes. Desde Max Planck hasta Martin Heidegger; desde Albert Einstein a Walter Gropius.
En la Argentina de 2023, la resiliencia de su fuerza cultural mantiene vivas sus expresiones artísticas e intelectuales, a pesar del virus inflacionario que contagia los vínculos sociales. Muchos aún apoyan al terceto festivo que nos gobierna, culpando al neoliberalismo y sus recetas de ajuste. Un negacionismo absurdo ante la proliferación del delito, el enriquecimiento ilícito, el lavado de dinero, el mercado negro y el tráfico de drogas como salidas laborales. Casi como en la Alemania de 1923.
Muchos aún apoyan al terceto festivo que nos gobierna, culpando al neoliberalismo y sus recetas de ajuste
En la Argentina actual, el Gobierno parece seguir los mismos pasos y justificarse con los mismos argumentos que en Weimar. Allí, la culpa era de Versalles. Aquí, del FMI, los medios hegemónicos y los empresarios. En campaña, se vanagloria del aumento de consumo reflejado en “los restaurantes llenos, los recitales explotados, los vuelos abarrotados” (textual, publicidad oficial), el boom de los teatros, las multitudes en los estadios, el auge de las mini vacaciones, las ventas en 12 cuotas, el aluvión que cruza las fronteras para comprar barato y los miles de turistas que disfrutan de un país regalado por el trío festivo…a los extranjeros.
Como epílogo de ese relato alucinado, salen a la luz las vidas rutilantes de exintendentes bonaerenses, con sus viajes exclusivos, sus casas fastuosas, sus automóviles importados y sus jóvenes novias. En los mundos secretos del universo kirchnerista, cada vez que se descorre un telón aparecen pornográficamente bolsos, fajos, champagne y Rosaditas. No hay forma de borrar prontuarios: aunque Sergio Massa o Axel Kicillof quieran tomar distancia, siempre habrá fotografías de abrazos peronistas con imposición de manos en las nucas, cálida muestra de lealtad sincera o deseo de estrangulamiento virtual.
En noviembre de 1923, Friedrich Ebert nombró como presidente del Reichsbank a Hjalmar Schacht, quien detuvo la hiperinflación de forma abrupta por el shock de confianza que provocó la introducción de una nueva moneda, el rentenmark, garantizado con hipotecas y productos de la economía nacional.
En los mundos secretos del universo kirchnerista, cada vez que se descorre un telón aparecen pornográficamente bolsos, fajos, champagne y Rosaditas
En contraste, en lugar de preocuparse por la inminencia del noviembre post electoral, la avidez por no perder el poder, ni los cargos, ni las cajas, ni el Senado de la Nación, ni el Consejo de la Magistratura, ni la guarida de La Plata, ni el grupo Bapro, ni sus bingos, ni su narcotráfico, ni sus tarjetas de débito, la coalición gobernante apura la llegada de aviones y barcos cargados de billetes, para poder cumplir con el plan “platita” cueste lo que cueste. El clima peronista debe ser siempre festivo, como lo afirmó Victoria Tolosa Paz hace dos años, con la gracia de una conejita de Heffner. Sin duda, se consagró como porrista oficial del engendro tricéfalo que pretende alegrarnos con sexo, “baile, disfrute y goce” en medio de una crisis casi terminal. Como aquel Berlín de 1923, donde todo ello ocurría.
El impávido Sergio Massa, presunto heredero de la unión contra la patria, anuncia reducciones de impuestos, aumentos de sueldos, bonos de recomposición y nombramientos que aumentan el déficit fiscal y la inflación en forma irresponsable. El incombustible Alberto Fernández recorre el país y el mundo ufanándose de la expansión del consumo y anunciando obras públicas sin financiación posible. Y Cristina Kirchner, quien maneja esa falsa unión, analiza en silencio sus próximas jugadas judiciales.
No hay forma de borrar prontuarios: aunque Sergio Massa o Axel Kicillof quieran tomar distancia, siempre habrá fotografías de abrazos peronistas con imposición de manos en las nucas
En 1923 Alemania fue vencida en una guerra devastadora de cuatro años; la Argentina fue derrotada por ocho décadas de populismo. En 1923, Alemania quedó sin insumos, sus fábricas paradas y su moral por el suelo. En la Argentina de 2023, la carencia de divisas, la ausencia de crédito, la falta de personal capacitado y los abusos sindicales han provocado el cierre de empresas, salvo los bingos, casinos y tragamonedas de amigos del poder que, como es sabido, prosperan cuando la gente desespera.
En 1923, Alemania había perdido el 13% de su territorio y el 10% de su población. En la Argentina de 2023, existen espacios deshabitados por el atractivo del empleo público y los planes sociales en los centros urbanos. En 1923, Alemania debía pagar reparaciones por su derrota; la Argentina, sin guerra alguna, emitió para intentar comprar con votos la impunidad de Cristina Kirchner. En 1923, las tropas francesas y belgas ocuparon la cuenca del Ruhr quitando a Alemania el hierro, el carbón y el acero; en la Argentina, una nación en paz, la torpeza del kirchnerismo dilató el desarrollo del gas de esquisto y la falta de seguridad jurídica demoró la explotación de cobre y litio.
Cien años atrás, Alemania debía pagar reparaciones por su derrota en la Guerra Mundial; la Argentina, sin guerra alguna, emitió para intentar comprar con votos la impunidad de Cristina Kirchner
En 2023, la Argentina avanza a ciegas, mientras el terceto festivo parece obcecado en repetir el mismo camino de Weimar hace un siglo. Nuestro país, uno de los más dotados del planeta, sin conflictos bélicos, étnicos o religiosos, se encuentra exhausto por el apetito de grupos corporativos habituados a extraer la renta agropecuaria para evitar insertarse en el mundo mediante aumentos de productividad. No es tiempo para los goces y disfrutes que aconsejó la porrista –ahora con cartera ministerial– y que Sergio Massa adopta con absoluta impudicia.
El año próximo será excepcional para la Argentina por su perfil productivo en un mundo en crisis, siempre que el nuevo presidente logre apoyo para ganar credibilidad desde el primer día, sin caer en un gradualismo fracasado y estéril. Así aprovecharemos los recursos siempre proclamados y nunca desarrollados, con estabilidad monetaria, orden fiscal y las reformas estructurales indispensables para alejarnos del cada vez más cercano fantasma de Weimar.