Enrique Olivera: un caballero de la política
Multifacético, Enrique Olivera encaró las muchas cosas que llevó adelante en su vida destacándose siempre por su hombría de bien y su caballerosidad. Dícese caballero de aquella persona que se comporta con cortesía, nobleza y distinción. Y Olivera sumó a las cualidades tradicionales de la caballerosidad su propia impronta. Era cortés no solo porque sabía elegir las palabras adecuadas, sino también por hacer de la escucha un acto de cortesía permanente. Era un buen orador, de palabras justas. Sabía escuchar, con oído atento y corazón abierto.
Era noble, no solo porque actuaba de buena fe, sino porque el valor que le asignaba a la lucha por la dignidad social abrevaba en la propia conducta, a la que entendía como la base de la dignidad humana.
Se conducía con distinción en sus modales, en su trato y en su aspecto, no tanto por provenir de una clase social privilegiada, sino porque comprendía que ese privilegio lo obligaba a comportarse socialmente con verdadera calidad humana.
Olivera cumpliría hoy 80 años. Se recibió de abogado a los 21. Trabajó varios años en el Grupo Fiat y en el Banco Francés de Río de la Plata. En 1986, el presidente Alfonsín lo convocó para presidir el Directorio de Empresas Públicas y en 1988 asumió como secretario de Turismo. En 1991 fue elegido diputado nacional (UCR-Capital).
En 1996, integró junto a De la Rúa la fórmula como candidato a vicejefe de gobierno porteño, que resultó ganadora. Por la renuncia de De la Rúa, elegido presidente, Olivera asumió la Jefatura de Gobierno de la ciudad. En 2000, fue legislador por la ciudad, banca a la que renunció para ser presidente del Banco de la Nación Argentina. En 2005, fue otra vez diputado de la ciudad por ARI y, en 2007, candidato a vicejefe de gobierno, en fórmula con Jorge Telerman. Olivera fue uno de esos seres cuya persona supera su currículum. Sus convicciones y sus valores no necesitaron de cargos para manifestarse. Dueño de una honestidad sin pliegues, duele aún hoy la bajeza de aquella falsa denuncia presentada por Daniel Bravo acusándolo de poseer cuentas en el exterior que no había declarado. Su grandeza volvió a quedar resaltada cuando la Justicia lo declaró inocente y obligó a quien mentía a disculparse públicamente. El sentimiento de venganza que hubiera podido invadirlo fue inmediatamente disipado por su infinito sentido de justicia.
Era una persona que asumía el rol de funcionario desde la certeza de saberse servidor público. Entendía la política como un medio para promover el desarrollo de las personas y no para encumbrar liderazgos personalistas. Y, si resultaba elegido, nunca agotaba el cupo de nombramientos que le correspondía, porque quería ahorrar recursos al Estado.
Fue un político que conversaba con todos. Donde otros veían intereses o rivales, él veía personas. Fue un dirigente que construía consensos y convergencias sin extremar posiciones y sin caer en la tibieza de dejar de sostener las propias convicciones. La primera con la que contaba era no imponer lo propio, sino construir con otros lo común. La segunda, buscar soluciones justas más allá de intereses particulares.
Olivera fue un caballero de la política. Su calidad de ser humano fue el reflejo de su grandeza como individuo y su compromiso social fue engrandecido desde la humildad como hombre público. Fue una persona íntegra, de esas pocas que tienen el temple, la inteligencia y la convicción de iluminar el campo de la política con los valores que alumbraron su vida.