Emociones en pandemia
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Uno de los órganos más afectados por el Covid, tanto en la población contagiada como en la que no, es literalmente la cabeza. A 16 meses del inicio de esta pandemia, pocos han podido permanecer indemnes. Más allá del virus propiamente dicho, la pandemia ha activado estresantes mecanismos internos de supervivencia, desazón, incertidumbre y enojo.
No prestamos tanta atención al impacto de las cuestiones emocionales como a la cantidad de camas de terapia ocupadas o de fallecidos. Así como pareciera que solo una demorada vacuna podrá salvarnos la vida –cuando pocos hablan de hábitos saludables como comer bien, descansar o hacer ejercicio, básicos para construir inmunidad–, menos aún se insiste en la importancia de conservar un buen estado anímico para mantener altas las defensas.
Los sectores de menores ingresos evidencian mayor riesgo de trastornos psicológicos, expuestos a mayor incertidumbre; mientras que la amenaza financiera golpea más sobre los sectores medios, según informes del Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA) de la Facultad de Psicología de la UBA. Incertidumbre, tristeza, miedo, angustia, soledad, desastre y pérdida, entre otras, fueron las palabras que aparecieron con mayor frecuencia como saldo de 2020. En cuanto a lo positivo, entre quienes lograron proponer alguna y no fueron de los muchos que respondieron “nada”, la mayoría pivotean en torno a los afectos y los vínculos: unión, familia, solidaridad, aprendizaje, paciencia, compartir.
Atravesados por dolorosas pérdidas y sumergidos en una oscura nebulosa económica, las restricciones impuestas a la vida social, que se ha visto reducida muy insatisfactoriamente a la virtualidad, tampoco ayudan. Ni hablar de la enorme cantidad de personas solas, muchas de edad avanzada, que resignadamente soportan las recomendaciones de aislamiento y distancia social que han regido en estos tiempos. Y menos aún, del personal de salud que se encuentra en la primera línea de batalla. Pocos imaginaron que todo se prolongaría tanto y llegan al presente hastiados y sin vislumbrar un futuro cierto hacia el cual proyectarse, sobre todo los más jóvenes. La ansiedad y la depresión nos amenazan como otro virus con un cierre parcial de los servicios de salud mental y una insuficiente intervención a distancia. Un creciente malestar psicológico puede traducirse en conductas de riesgo con ideas de muerte y suicidas, automedicación e incremento de adicciones, trastornos del sueño o empeoramiento de la vida sexual, entre otras.
A las refacciones que muchos emprendieron en el hogar les seguirán otras menos observables que tienen cuna en el interior de cada uno. Muchos aprendimos que la fragilidad de la vida demanda una mirada más benévola, capaz de ponderar debidamente el valor del momento presente. Coaching, yoga, mindfulness, espiritualidad, religiosidad, todo vale cuando nos sentimos atrapados en un círculo vicioso que jaquea nuestra esperanza. Frente al malestar psicológico, recurrir a los amigos debería ser una de las conductas más habituales.
No se ha de descuidar la importancia de incluir la salud mental para mejorar el acceso de la población a intervenciones psicológicas. Tampoco conviene olvidar, parafraseando a Albert Camus, que nos habitan un amor, una sonrisa y una calma invencibles, capaces de hacernos felices. “No importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mí hay algo mejor empujando de vuelta”, escribía apostando a la esperanza en un ensayo de posguerra, allá por 1953.