El último primer día
La reflexión conjunta debe servir para que las celebraciones estudiantiles no terminen en hechos lamentables derivados del consumo de alcohol
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Desde hace algunos años, se ha generalizado entre los estudiantes del último año de la escuela secundaria una particular celebración, no exenta con frecuencia de lamentables excesos y de consecuencias indeseadas derivadas del consumo de alcohol. Se trata del festejo conocido como UPD, sigla correspondiente al último primer día de clases.
En vísperas de un nuevo ciclo lectivo, distintos colegios, al igual que las autoridades del área educativa, han emitido diversas comunicaciones con el afán de prevenir desórdenes o situaciones perjudiciales para los propios adolescentes.
El singular ritual del UPD consiste en una reunión durante la noche previa al primer día de clases, que normalmente tiene lugar en un boliche bailable o bien en una casa particular y que se extiende hasta el momento de ingresar a la escuela. No es inusual, así, que los jóvenes lleguen a la escuela extenuados y sin haber dormido, o en algunos casos, alcoholizados.
Frente a esta situación, algunas direcciones de escuelas provinciales han advertido que los alumnos no podrán ingresar alcoholizados a los establecimientos educativos y que sus directivos deberán dar aviso a los padres y a la policía si llegaran en ese estado. Del mismo modo, se ha instado a los padres de los estudiantes a ponerles límites.
Otras organizaciones, como la Cruz Roja Argentina, han difundido recomendaciones para que los adolescentes puedan cuidarse durante esta particular celebración. Entre esos consejos, mencionan comer antes y durante el consumo de alcohol para disminuir algunos de sus efectos negativos, tomar agua entre las bebidas alcohólicas para mantener la hidratación en el cuerpo y regular la velocidad del consumo para evitar hipoglucemias y la falta de percepción de los síntomas asociados al exceso. Asimismo, subrayan la importancia de no ingerir sustancias psicoactivas, y mucho menos mezcladas con alcohol.
Es claro que de ningún modo son suficientes estas recomendaciones, ya que de lo que se trata es de que la comunidad educativa, empezando por los padres, fomente el diálogo y la reflexión.
En tal sentido, es necesario que padres e hijos entiendan que el alcohol –cuyo expendio a menores de edad está prohibido– no deja de constituir una droga legal, aun cuando guarda relación con un proceso cultural que se extiende a buena parte de la sociedad argentina, incorporado como costumbre en celebraciones familiares u otros festejos. La naturalización de su consumo torna dificultoso visualizarlo como una droga y advertir sus graves peligros cuando es ingerido en exceso. De ahí la trascendencia de compartir información valiosa y de carácter científico, cuestión en la cual la escuela puede contribuir fuertemente.
Indispensable es saber que cualquier consumo de bebidas alcohólicas en menores de 18 años es considerado un consumo de riesgo, dado que el cuerpo del adolescente o del niño se halla en crecimiento y resulta más vulnerable a sus efectos. Como droga depresora del sistema nervioso central, el alcohol reduce la capacidad de pensar, hablar y moverse, al tiempo que su consumo abusivo puede provocar agresividad, melancolía o pérdida de la memoria, y producir distintos grados de inactivación que pueden ir desde la somnolencia hasta la anestesia y el coma. Estudios científicos indican que solo el 10% del alcohol es eliminado mediante la orina o el sudor, en tanto que el 90% es digerido por el hígado, convirtiéndose en azúcar y provocando distintas enfermedades con efectos irreversibles.
No se trata de cuestionar las celebraciones juveniles ni de impedir que se festeje el último primer día de clases por parte de quienes están iniciando en estos días ese inolvidable ciclo educativo. Sí se debe buscar que este ritual no se transforme en un simple desafío estudiantil hacia la autoridad y los límites institucionalizados.
Se torna necesario que padres y autoridades educativas asuman una posición clara y crítica frente a prácticas que no se corresponden con los propósitos y valores que la escuela debe promover.
Resulta vital que, en adelante, la comunidad educativa piense en estrategias preventivas y de cuidado de los estudiantes frente a esta particular situación de festejo, sin prohibirla, sino promoviendo prácticas más saludables que puedan, incluso, ser contempladas en la planificación anual de las actividades y celebraciones escolares, con la participación de los propios estudiantes en su diseño y organización.
Este trabajo articulado y comprometido de la comunidad educativa debería servir para la generación de acuerdos tendientes a la contención de los jóvenes y a la potenciación de espacios de participación en las instituciones educativas. Se trata de acompañarlos y no dejarlos solos.