El salario del diputado Milei
Sortear una dieta tiene un valor meramente simbólico; la verdadera ejemplaridad pasa por reducir el altísimo e injustificable costo de la política en nuestro país
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El diputado nacional por La Libertad Avanza Javier Milei resolvió ceder cada mes el importe de la dieta que le corresponde como legislador a quien resulte ganador de un sorteo. Más de un millón de personas se inscribieron a través de internet para participar gratuitamente en esta primera oportunidad.
Milei fundó su decisión en que su ideología libertaria es incompatible con vivir de los fondos públicos, en línea con sus habituales diatribas a lo que denomina “la casta política”, categoría que entiende integrada por verdaderos profesionales del empleo público a los que suele calificar de “parásitos”. Hace bien en sacar a la luz cuánto gana un diputado, pero no rescata, como debería, a legisladores que trabajan seria e intensamente. No obstante ello, está en su derecho de redireccionar la dieta que le pagan. Otros funcionarios públicos, en distintos momentos de la historia del país, donaron parte o el total de sus sueldos para, por ejemplo, causas benéficas, atender emergencias provinciales o nacionales o para organizaciones no gubernamentales, entre otros destinos.
Con independencia del juicio que merezca la actitud de Milei, lo cierto es que ha cumplido una de las promesas que había realizado durante la campaña electoral. No es poca cosa que alguien haga lo que alguna vez dijo que haría cuando pidió que lo votaran. Desgraciadamente, en los tiempos que corren lo que abunda es exactamente lo contrario: la degradación de cualquier idea de promesa o de contrato entre los dirigentes y la comunidad. Baste recordar todo lo que declaraban sobre la corrupción kirchnerista tanto el presidente Alberto Fernández como el diputado Sergio Massa hasta muy poco antes de ponerse políticamente a las órdenes de la expresidenta Cristina Fernández. En ese aspecto, es justo reconocer que, con su gesto, Milei desentona, pero para bien.
Carecen de todo fundamento las amenazas provenientes de sectores del Gobierno de investigar el uso que podría llegar a hacerse de los datos personales de quienes se inscribieron para participar del sorteo, lo que parece demostrar que el oficialismo no tiene otra manera de contrarrestar un cierto nivel de impacto, en términos de comunicación, logrado por el ocurrente diputado. Los participantes se inscribieron voluntariamente y nada permite indicar que sus datos vayan a ser utilizados ilícitamente. Por lo pronto, aún no ha habido tiempo de que eso ocurra.
Ninguna ley prohíbe a un legislador sortear su dieta y la iniciativa puede servir para que la ciudadanía ponga su atención en los costos de la política, que no pasan principalmente por el salario de un diputado. El Congreso, con la cantidad de empleados, asesores y dependencias administrativas que tiene, resulta carísimo para los contribuyentes. Algunas de sus estructuras son simples vehículos para pagar salarios a militantes partidarios. El sorteo de una dieta, sin perjuicio de su valor simbólico, no reduce el excesivo gasto de la política, aunque cambie de destinatario porque su dueño decide regalar su importe. Este no vuelve a las arcas públicas ni, obviamente, a los contribuyentes, con excepción del ganador.
El episodio puede ser valorado de diferentes maneras, pero no cabe asignarle ejemplaridad. Exigir a todos los legisladores semejante actitud equivaldría a impedir el acceso a cargos electivos a personas que no cuentan con medios económicos suficientes para vivir de rentas, o llenarlos con personas que no les van a dedicar el tiempo que requiere un desempeño responsable o, peor, que sean utilizados para fines inconfesables. No sería aceptable ni compatible con una república que la labor parlamentaria fuera solo para los ricos, los irresponsables o los corruptos. El desprestigio de lo que Milei llama “la casta política” solo podría revertirse mediante una labor parlamentaria ejemplar, que nadie cuestionaría que estuviera bien remunerada. Lo malo siempre termina siendo caro.