El regreso de la Fragata Libertad
La alharaca política vivida en el puerto de Mar del Plata no puede hacernos olvidar los gravísimos errores que condujeron al infortunio en Ghana
La Fragata Libertad, la embarcación más representativa de las tradiciones navales argentinas, está de vuelta en el país y debemos celebrarlo con alegría y emoción.
Habríamos querido que la bienvenida se hubiera correspondido con la expresión de los verdaderos sentimientos patrióticos nacionales que debe suscitar entre los argentinos la Armada nacida en los albores de Mayo. Y que la recepción se hubiera ajustado a la sobriedad que imponía el doloroso infortunio por el que había atravesado su tripulación en un puerto de Ghana, a raíz de que los bienes del Estado argentino son perseguidos por el mundo como consecuencia de que el país no cumple con sentencias que lo obligan a pagar sus deudas.
Se podrán pronunciar muchos discursos demagógicos sobre "fondos buitre" y sobre "caranchos", como hizo la presidenta de la Nación en el acto estrictamente partidario, montado como si tratara de un espectáculo veraniego, para recibir al afamado navío. Pero el mismo viaje que Cristina Fernández de Kirchner comienza ahora a realizar en un avión alquilado en el extranjero por temor a que el Tango 01 quede trabado por un eventual embargo en algún aeropuerto de su itinerario, es la prueba inocultable de que el país está acorralado y sus gobernantes sin otra alternativa que fugar hacia delante.
En el vértigo político de estos tiempos, atrás, muy atrás, se halla ahora sepultada la reciente advertencia presidencial a quienes persiguen nuestros bienes de que "se podrán quedar con la Fragata, pero no con nuestra dignidad". No se sabe bien cómo se compagina ese impulso verbal con la recepción de Mar del Plata, y menos aun, con el ofrecimiento ante la justicia norteamericana, después del apriete sufrido en África, de abrir una nueva instancia de pago a los bonistas reclamantes.
Los problemas del Gobierno con las franjas judiciales que se resisten aquí a sus presiones y al quebrantamiento de la división de poderes originarán nuevos problemas, que serán más insalvables por menos manipulables, con la Justicia de otros países. Tendrá un precio elevado la supuesta avivada de persistir en desacatar decisiones por las cuales se le ha hecho saber con reiteración a la Argentina que los contratos de un Estado con empresas o individuos deben ser honrados, como proclamaba Nicolás Avellaneda. El mundo no podría funcionar de otro modo, a menos que imperara la ley de la selva.
Acaso algún día se diga que lo que debió ser una fiesta compartida por todos los argentinos se transformó en Mar del Plata en el acto más solitario, y en el fondo más triste, que pudo haber realizado un gobierno. En términos estrictos, no fue siquiera un acto partidario: de haberlo sido, habría contado con la presencia imponente de otros tiempos de las columnas sindicales que se han perpetuado como los ejes de las movilizaciones históricas del peronismo. Lo que hubo en Mar del Plata fue un acto de la facción más ruidosa que rodea a la Presidenta, la de su más estrecho círculo, la del plantel estable y ubicuo llevado en transportes contratados en diferentes provincias y estimulado con cotillones que alguien paga.
Desde la Odisea de Homero, la mitología del mar ha procurado revelar, con sus dioses múltiples, los misterios insondables que anidan en las profundidades del agua. Los puertos no dan respuesta a esas preguntas milenarias y menos a las más recientes: ¿qué hacían anteanoche, en el puerto de Mar del Plata, personas que si un hilo en común comparten es una vida pública con sentimientos y acciones aplicadas a negar los valores y tradiciones culturales que se encarnan en la Fragata que afortunadamente ya está entre nosotros?
¡Si hasta han hablado de cambiarle el nombre! Se llama Libertad no sólo por la rebeldía en la Armada en los años cuarenta y cincuenta frente al fascismo derrotado en la Segunda Guerra, pero triunfante aquí con la revolución de 1943, sino porque ha sido un nombre de pila presente en numerosas unidades de la Marina de Guerra argentina, desde que con él bautizaron en 1827 a un bergantín incorporado a la flota.
Quienes aman la navegación podrán atestiguar por qué, con los recursos tecnológicos existentes desde hace bastante más de un siglo en los grandes astilleros, se siguen construyendo barcos a vela, unidades que surcan los mares, dotados en algún sentido del máximo confort que puede ofrecer la contemporaneidad, pero que establecen, al igual que en el pasado remoto de egipcios, fenicios y vikingos, del entendimiento entre el hombre, el agua y los vientos una afirmación de la libertad también como gracia de la naturaleza. Eso explica que la Fragata Libertad responda a tales condiciones, las más exigentes, pero también las más privilegiadas para el corazón, a fin de servir de buque escuela en el que han completado su instrucción desde 1963 generaciones de marinos argentinos y obtenido algunos de los principales galardones internacionales en competencias interoceánicas.
Ha cesado el estruendo de bombos y petardos, y la protesta de familias de los tripulantes de la Fragata por los incordios de Mar del Plata se ha neutralizado en la calidez sin disimulos de los hogares. Ha llegado, pues, el momento en que se investigue lo ocurrido hace tres meses. Hay más de una manera posible de hacerlo. Acaso la más confiable sea la constitución de una comisión legislativa nacional, con la participación indispensable de la oposición, que identifique las responsabilidades habidas en las decisiones diplomáticas y ministeriales que llevaron a la inexplicable captura en Ghana de la Fragata. Allí se podría determinar cuánto hubo de chapucería e imprevisión en los altos niveles del gobierno argentino y a cuánto asciende el costo de todo esto para el fisco.
La alharaca política de Mar del Plata, posible por la decisión correcta finalmente adoptada por el Tribunal Internacional del Mar, ya que la Fragata es una unidad de guerra inalcanzable por una medida cautelar como la impuesta por jueces de Ghana, no puede hacer olvidar que este gravísimo episodio provocó el retiro del jefe del Estado Mayor Naval, disconforme con sanciones impuestas por el poder político a subordinados. ¿Qué es eso de que aquí no ha pasado nada?