La mujer y el régimen talibán
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La toma del poder por parte de los talibanes en Afganistán ha tenido un fuerte y muy negativo impacto, tanto en la imagen externa de los Estados Unidos como en la de su actual presidente, Joe Biden. En realidad, deben considerarse los desaciertos acumulados durante los últimos veinte años por cuatro presidentes norteamericanos sucesivos. Al caos y las escenas desgarradoras que se siguen viviendo en el aeropuerto de Kabul, se suma el creciente número de víctimas.
Uno de los peores efectos inmediatos de lo ocurrido en Afganistán es la terrible degradación de la situación de las mujeres en ese país con el avance de los talibanes, aunque digan que esta vez será diferente. Obligadas a esconder sus cuerpos detrás de la llamada “burka”, ven peligrar su dignidad, sus sueños y sus vidas. Los derechos sociales y económicos ganados en las últimas dos décadas vuelven a foja cero. Solo pueden acceder a la educación en sus propios domicilios, donde también deben trabajar. Tienen prohibido utilizar maquillaje o esmalte de uñas, hacer ruido con sus zapatos, ir al mercado si no van con un acompañante masculino, practicar deportes o, incluso, asomarse a un balcón. La publicidad protagonizada por mujeres en vidrieras y calles ha desaparecido, las radios emiten mayormente cantos religiosos y no puede escucharse en público música que promueva la “vulgaridad”.
Asesinatos, azotes, golpes, amputaciones o lapidaciones están a la orden del día; mujeres esclavizadas y menores obligadas a casarse con combatientes, también. El terror alejó a las mujeres de las calles.
Los brutales castigos sobre la base de interpretaciones extremas de la sharia, la ley islámica, no cesan ni se circunscriben solo a Afganistán. La OMS calcula que el 90% de las mujeres afganas han sufrido alguna forma de violencia doméstica, arraigada en los cuestionables valores de esta cultura profundamente patriarcal y discriminatoria.
Las patrullas de militantes talibanes buscan castigar en público cualquier incumplimiento del código moral.
El mundo no puede permanecer indiferente ante tamañas restricciones, y el hecho de que el G-20 proponga una cumbre dedicada a Afganistán merece celebrarse.
Es hora de denunciar sin rodeos los inaceptables ataques que sufren las mujeres en Afganistán. Una nueva generación no vivió el pasado de sometimiento y nadie podrá quitarles ya su gusto por la libertad, sus ganas de educarse o trabajar. Bien señalaba una de ellas que los talibanes conquistan territorios y logran que la demanda de burkas aumente, pero no podrán imponerse en los corazones y las mentes de las personas.
Sin embargo, muchas vidas están en riesgo y la voz del mundo libre habrá de seguir alzándose para intentar poner freno a tan dolorosa pesadilla de muerte, privaciones y sufrimiento.