El peso no pesa
Si queremos tener futuro, debemos retomar el equilibrio fiscal sostenible, sepultando las fantasías ideológicas asociadas con el bueno de Robin Hood
Los últimos dos meses muestran una aceleración de la inflación. Lo que miden los índices lo percibe la gente sin necesidad de leerlos. El ama de casa, el comerciante, el taxista e incluso los niños descubren dolorosamente que la suma que destinaban uno o dos meses atrás para cubrir sus necesidades ya no les alcanza. Aquellos que registran más ordenadamente sus gastos comprueban que el dinero ha reducido su poder a la mitad de lo que rendía un par de años atrás. Quienes han viajado al exterior pueden comprobar que el peso argentino ya no cotiza en las casas de cambio, ni aun en la vecina orilla uruguaya, y que fronteras afuera todo es extremadamente caro para los argentinos.
A la crisis sanitaria, con todos sus efectos, se suman la angustia y el estrés de no saber cuánto valdrán las cosas si continúa la desbocada carrera de precios de los últimos tiempos. Sin presumir mala fe, a veces el que factura o presupuesta tampoco sabe qué valor darle a su trabajo y, en consecuencia, se protege cobrando de más. Muchos se guían por la cotización del dólar en el mercado libre inestable, que impulsa a aumentar precios aun cuando una eventual baja posterior no conlleve las debidas reducciones.
La comparación de la inflación con la evolución de los salarios suele ser penosa. Las pretensiones gremiales, algunas veces razonables, siempre son resistidas por los gobiernos por temor a la aceleración inflacionaria, particularmente en este difícil momento con la caída de ventas.
El engaño de la emisión, más que una tabla de salvación, es un ancla que nos hunde en la más sombría de las profundidades
El Gobierno parece carecer de brújula y de plan. En un reciente editorial ("Inflación: una riesgosa y artificial contención electoral") analizamos las causas de la inflación actual y el agotamiento de los instrumentos para contenerla. Advertimos sobre un gasto público nunca visto y que continúa en aumento, financiado por una emisión sin límites y compensado por otra emisión, también ilimitada, de letras para absorber parte de esa pérdida monetaria. Se queman reservas o se emiten títulos ajustados por el dólar oficial para bajar momentáneamente la cotización del dólar informal. Un camino que se agota en el intento de mantener engañosamente satisfecho a su caudal de votantes. Otro claro ejemplo de populismo irresponsable que desemboca en el riesgo de la aceleración inflacionaria y en una economía estancada.
Un país sin moneda ha perdido buena parte de su soberanía cuando no le aceptan pagos con su signo monetario. Crecientemente la gente se obliga a recurrir al uso del dólar en una economía bimonetaria, que lleva a algunos a rasgarse las vestiduras queriendo desmentir la ley de gravedad en honor a la causa popular. La verdad, pura y dura, es que el peso no pesa.
Si queremos tener futuro debemos retomar el camino del equilibrio fiscal sostenible, del sacrificio compartido por todos, sepultando las fantasías ideológicas asociadas con el bueno de Robin Hood y el asistencialismo.
Propongámonos apostar a la producción, tanto primaria como industrial, tecnológica o ligada al conocimiento, como puerta a la exportación que retornará en divisas. El engaño de la emisión más que una tabla de salvación es un ancla que nos hunde en las más sombrías profundidades. Necesitamos un plan nacido de un consenso que garantice los acuerdos mínimos necesarios para asegurar su sostenimiento en el tiempo y aporte la seguridad jurídica para que las inversiones vuelvan a generar crecimiento y empleo. Son muchas las reformas pendientes que deberemos encarar mancomunadamente y sin especulaciones electorales. El futuro nos conduce a un destino común en el que recuperar la moneda que hemos perdido es uno de los múltiples desafíos que enfrentamos.