El peligro del espejo
El caso de Silvina Luna pone de relieve la dolorosa sobreexigencia estética a la que se someten muchas personas, las falsas promesas y la mala praxis médica
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Los seres humanos vivimos esclavizados por nuestra encarnadura. Alzar los ojos al cielo, tomar conciencia de nuestro ser espiritual y pensar en trascender son desafíos de los que naturalmente muchos rehuimos. A merced de tanta materialidad, la cultura del deber ser pone en jaque nuestro espíritu y tiraniza nuestro cuerpo.
La industria de la belleza mueve millones. Ya no hablamos de cremas exclusivamente, sino de todo tipo de tratamientos, muchos de ellos no solo mentirosos, sino también invasivos, como las intervenciones quirúrgicas, dirigidos a cambiar el aspecto físico: inyectarse, rellenarse, sacarse, plancharse, inflarse distintas partes del cuerpo. Paralelamente, detrás del mismo señuelo crecen los casos de personas afectadas por trastornos alimenticios o ingestión de anfetaminas, en particular muchas veces entre los más jóvenes, impelidos a cumplir con los mandatos sociales de belleza en etapas de vida demasiado influenciables e inestables, que derivan en conductas de riesgo para su salud física y también mental.
No cuestionamos los indudables beneficios de una cirugía reparadora luego de un trágico accidente, por caso, sino el nivel de superficialidad que impacta en nuestra sociedad desde los ejemplos que muchas veces instalamos los medios de comunicación, las redes o figuras popularmente reconocidas, entre otras, casi obligadas a vivir de su imagen. De igual forma que un mentiroso filtro de pantalla que nos garantiza la belleza buscada, cualquiera sea el precio en su sentido más amplio.
La reciente muerte de la modelo y actriz Silvina Luna, a los 43 años, sacudió a una sociedad que rinde culto a la belleza. Al dolor por su partida lo antecedieron denuncias contra el pseudoprofesional que la operó en 2011 y que le inyectó sustancias tóxicas y dañinas que le habrían costado la vida, de la misma forma que pudo haber ocurrido con otros pacientes en similares condiciones, todo lo cual está siendo materia de análisis judicial.
En un cóctel explosivo, las exigencias estéticas colisionaron con la desidia ética y las acusaciones de mala praxis.
Más de una vez nos ocupamos desde este espacio de advertir sobre los peligros de seguir alimentando a un monstruo que crece a la sombra de peligrosos mandatos. Disciplinar los cuerpos para que encajen con los cánones de belleza supone una presión y una crueldad que, como sociedad, deberíamos revisar seriamente. Patrones que responden a una belleza hegemónica identificada con la juventud se instalan tempranamente y se sufren cuando la longevidad se asocia con lo desechable.
Habrá que revisar, además, los protocolos y el suministro de información responsable sobre los riesgos, las sustancias autorizadas, las posibles complicaciones a quienes deciden practicarse tratamientos, pero también sobre las incumbencias de los profesionales involucrados para garantizar siempre la seguridad.
Hoy abundan los mercachifles de la belleza, las promesas seductoras y las estéticas baratas y exprés, incluso en salones al paso. Tengamos cuidado con comprar humos mágicos sin correlato científico. Con la salud no debemos jugar.