El juez del prostíbulo
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No nos cansaremos de ponderar el excelente trabajo de la gran mayoría de magistrados que prestigian a nuestra alicaída Justicia, frente al enorme daño que, en contraposición, le infligen funestos personajes que no escatiman esfuerzos ni reparan en procederes que solo deshonran sus altas investiduras. Poco pueden ya sorprendernos las desmesuras y los desatinos de tantos. Sin embargo, un silencioso afán de superación no deja de asombrar al sumar nuevos exponentes de escandalosos ribetes.
El juez de Ejecución Penal de Bahía Blanca Onildo Stemphelet había sido acusado por la Procuración General de la Suprema Corte de Justicia bonaerense y la Comisión Bicameral de Enjuiciamiento, por haber ordenado una serie de allanamientos desde un prostíbulo a raíz de un supuesto robo el 13 de mayo pasado. En su afán por quedar bien con el magistrado, el inspector de la policía bonaerense envió no uno sino cinco vehículos –desafectándolos de otras tareas de patrullaje y custodia– al lugar del llamado, donde el juez denunciaba que la mujer con la que había mantenido un encuentro sexual le había robado tres mil pesos y su billetera.
Dicho pedido condujo al fiscal Lucas Oyhanarte a solicitar la destitución de Stemphelet con orden de embargo del 40% de su sueldo. En su alegato planteó que las pruebas daban cuenta de que Stemphelet había incurrido en “incumplimiento de los deberes inherentes al cargo”, con “actividades incompatibles con la dignidad y autoridad” propias de sus funciones. Por su parte, el magistrado consideró que era honesto y digno de su parte no haber dejado de denunciar el hecho aun cuando sabía que la situación iba a perjudicarlo. Otra muestra de su falta de ética agravada por una preocupante carencia de registro de la realidad.
A raíz de que tres legisladores decidieron no participar en el jury, el empate jugó a favor del acusado, pues la norma en la provincia de Buenos Aires exige seis votos para decretar la destitución. Cuatro integrantes del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados postularon la destitución del juez Stemphelet, y otros cuatro, su absolución, por lo que se lo declaró “no culpable”.
Fue así como Stemphelet volvió a su cargo sin ruborizarse. Quien debiera tener una conducta intachable, a la altura de sus funciones y responsabilidades, nos confirma que la ejemplaridad brilla por su ausencia y que pésimos modelos, como el suyo, cunden.
Que sea el mismísimo sistema judicial el que no aplique las sanciones que le corresponderían a uno de los propios da cuenta de la gravedad de la situación que atravesamos. El que las hace rara vez las paga, sigue siendo el mensaje tanto para quienes delinquen portando un arma como para quienes operan ilícita o corruptamente desde detrás de un escritorio con guantes blancos. O para quienes, como Stemphelet, parecen hacer jactanciosa gala de su desvergüenza.