El caso Pelicot (Parte I). El histórico juicio que interpeló al mundo
La Justicia de Francia ha dado un primer paso para poner fin a los ocultamientos y complicidades que rodean episodios de sometimiento sexual
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Las condenas de la Justicia francesa a 20 años de prisión para Dominique Pelicot y desde 3 a 15 años de cárcel a la cincuentena de acusados de haber participado de las violaciones promovidas por ese hombre al cuerpo drogado de su esposa durante una década sientan varios precedentes de importancia y lecciones de peso para el mundo entero.
Se trata de un pronunciamiento judicial sobre un caso paradigmático en el que ninguno de los acusados fue absuelto y en el que la víctima desafió la teoría de que exponerse públicamente la revictimizaría. Ante los hechos aberrantes a los que fue sometida por quien había sido su esposo durante 50 años, y padre de sus hijos, Gisele Pelicot se apoyó en una máxima que la hizo fuerte: “Que la vergüenza cambie de bando”. Y lo logró con creces.
La historia es conocida. La mujer había sido sometida prácticamente a vivir en un estado de inconsciencia –de coma, han coincidido muchos especialistas– mediante la administración de drogas que le suministraba su esposo. El hombre la mantenía inerte para que la violaran decenas de sujetos que conocía por internet. Si la policía no lo hubiera detenido en un comercio por tomarles fotos por debajo de las polleras a otras mujeres, tal vez nunca hubiéramos conocido la tragedia vivida por Gisele y también por sus hijos, tan valientes como ella al enfrentarlo en un juicio que duró tres meses y cuyo veredicto fue cuestionado por muchas personas que esperaban una pena todavía más dura para todos los acusados, no solo para el marido violador.
Urge realizar campañas rigurosas para que se produzca una verdadera toma de conciencia sobre los distintos tipos de violencia de los que pueden ser víctimas todas las personas, sin ideologizaciones ni sectarismos
“Fue por mis tres hijos y mis nietos, porque ellos son el futuro, que me lancé en este combate. Hoy pienso también en todas esas familias golpeadas por este drama y en las víctimas no reconocidas, cuyas historias permanecen en la sombra. Todos compartimos la misma lucha”, declaró Gisele Pelicot durante una de las audiencias, despertando un sentimiento de empatía global. Es de destacar como otro rasgo de su valentía que haya mantenido durante todo el tiempo su apellido de casada como una forma de denuncia permanente.
La difusión de los debates fue clave y se le debe también a ella, porque nunca pidió que el juicio fuera reservado. Muchas veces, se impone mostrar la decadencia humana en su forma más feroz para tomar conciencia del daño a seres indefensos, no solo por su eventual inferioridad física respecto del agresor, sino por la invisibilidad social a la que habitualmente se somete a estas víctimas.
Que un juicio de este tipo haya podido ser visto por tantos ciudadanos de tantas culturas diferentes ha sido un paso importante en el arduo camino hacia la deconstrucción de innumerables tabúes, ocultamientos y complicidades que rodean el sometimiento sexual de las mujeres y también de muchos hombres, aunque la proporción de víctimas es claramente superior en ellas. No es novedad que la gran mayoría de los abusadores sean conocidos o cercanos para los afectados. Son familiares o amigos de las víctimas y, por esa misma razón, muchas lo mantienen en silencio, al igual que la amplia mayoría de quienes están al tanto de ese tipo de relaciones enfermizas.
Un ejemplo de esto que señalamos fue un caso registrado en nuestro país, del que dio cuenta la crónica periodística y que comparte cierta similitud con la causa francesa. Hace tres meses, por mayoría de votos, la sala III de la Cámara Nacional de Casación en lo Criminal y Correccional porteña hizo lugar a un recurso del Ministerio Público Fiscal y condenó a seis años de prisión a un hombre que había drogado, abusado sexualmente y filmado, sin su consentimiento, a una mujer en noviembre de 2021. Ese fallo dio por tierra con el pronunciamiento del juzgado de primera instancia –integrado en forma unipersonal por Gustavo Rofrano– que había absuelto al hombre por no considerar que la filmación del acto sexual en el que se observaba a una mujer con los ojos cerrados y sin movimiento en sus extremidades pudiese determinar que se trataba de una persona que estaba inconsciente en ese momento. Es el mismo juez que afirmó que no había prueba suficiente para derribar la presunción de inocencia y que la perspectiva de género no implicaba abandonar las garantías constitucionales de las personas acusadas. Para la fiscalía, esa argumentación esconde simplemente un descreimiento del relato de la víctima, carente de fundamentos y montado sobre la base de una mirada estereotipada acerca del consentimiento, las relaciones sexuales y la manera en que una mujer debe reaccionar luego de ser violada.
Se debe trabajar de manera mancomunada para que la vergüenza cambie de bando, como acertadamente lo ha logrado Gisele Pelicot tras su calvario, y en pos de una sociedad más informada
Los jueces de la Cámara de Casación Pablo Jantus y Alberto Huarte Petite, hicieron suyo el contenido de la apelación de la fiscalía al sostener que “el imputado aprovechó que la víctima no podía consentir libremente la acción, debido a su notorio estado de inconsciencia” y ordenó dejar firme la pena de prisión para el agresor.
Quedan muchos tramos por recorrer en temas tan espinosos como estos, complejizados también por diversos factores que deben estudiarse rigurosamente para legislar en consecuencia. Nos referimos al número creciente de episodios de violencia y de denuncias de abusos mediados por tecnología.
En las últimas semanas, en nuestro país se han conocido casos de adolescentes cuyos supuestos cuerpos desnudos eran viralizados en redes sociales. Basta con cargar como insumo una foto real de la persona para luego modificarla con distintos programas o con inteligencia artificial. En octubre pasado, por ejemplo, se conoció el caso del alumno de un colegio privado de San Martín que no solo había falsificado decenas de desnudos de sus compañeras, sino que, además, comercializaba esas imágenes. La maniobra fue descubierta por otro estudiante que se hizo pasar por comprador. Con la difusión del caso, empezaron a conocerse situaciones similares en Río Negro, Córdoba, Chaco y Entre Ríos, entre otras provincias.
Es necesario denunciar todas estas atrocidades. Urge realizar campañas rigurosas para que se produzca una verdadera toma de conciencia sobre los distintos tipos de violencia de los que pueden ser víctimas todas las personas, sin ideologizaciones ni sectarismos.
Se debe trabajar de manera mancomunada para que la vergüenza cambie de bando, como acertadamente lo ha logrado Gisele Pelicot tras su calvario. Para que eso pase, se necesitan una sociedad informada y sin miedo a que sus denuncias caigan en saco roto, gobiernos comprometidos, una escuela en diálogo permanente con los padres para prevenir casos como los narrados y una legislación y una Justicia que dispongan de las herramientas adecuadas y actúen en consecuencia.
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