El fin de otro líder terrorista
El líder del grupo terrorista Estado Islámico (EI), Abu Bakr al-Baghdadi, está muerto. Su violento final no sorprende. Sus fanáticas y despiadadas correrías se concentraron esencialmente en Irak y en Siria, pero su enorme peligrosidad y la de su grupo más cercano tenían alcances mundiales.
Perdió la vida en su escondite en el noroeste de Siria, luego de ingresar en una red de túneles por los cuales intentaba escapar con tres de sus hijos. Lo ultimaron tropas especiales norteamericanas destinadas a capturarlo. Como era de suponer, opuso resistencia y terminó haciendo estallar un cinturón explosivo que tenía pegado a su cuerpo, dando así también muerte a sus tres hijos. Los Estados Unidos revelaron que una "gran cantidad" de terroristas de EI fueron abatidos en el mismo operativo.
Su desaparición tiene, para la paz y seguridad mundiales, una envergadura similar a la de otro terrorista tristemente renombrado, como Osama ben Laden, ocurrida en 2011. Al encontrarlo, sus perseguidores se hicieron, además, de información sensible y muy relevante sobre la estructura de la organización.
Ni los miembros más encumbrados del Comité de Inteligencia del Congreso norteamericano fueron informados del operativo, para evitar así posibles filtraciones. El presidente Donald Trump, en cambio, siguió en tiempo real y en detalle cada instancia.
Las fuerzas especiales estadounidenses asignadas a perseguir a Bakr al-Baghdadi llevaban años de pisarle literalmente los talones, desplazándose por Irak y Siria, en helicópteros especiales. Como es de rutina, se hicieron, además, de parte de sus restos mortales, de modo de poder acreditar su muerte a través de su ADN. Esos restos tendrán por morada el mar, bajo los mismos protocolos utilizados en el caso de Ben Laden, para evitar que una tumba convencional pueda convertirse en santuario o lugar de peregrinación.