El desafío de la inclusión
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La inclusión es mucho más que una faceta renovada del lenguaje. Incluir significa nada más y nada menos que incorporar lo cerrado, lo que está afuera. Nos referimos a incorporar, pero podríamos también pensar en abrir para dar cabida.
Lo discursivo funciona como emergente de un profundo proceso de cambios sociales. En ese contexto, el uso de la “e”, la @, y la “x” parecieran haberse convertido en baluartes monopólicos de inclusión, adoptados fuertemente por algunos y denostados por otros.
Cuando hablamos de inclusión, tenemos que ser sumamente cuidadosos para evitar caer en generalizaciones o en estereotipos ofensivos, muchas veces de manera involuntaria. El presidente Alberto Fernández dijo recientemente que “a los chicos con capacidades diferentes les cuesta entender la gravedad de la situación sanitaria…”, planteando un giro eufemístico a la tradicional fórmula que los describe como “discapacitados”, que le valió numerosas críticas. Vale señalar que lo que corresponde es siempre hablar de personas con discapacidad, personas con autismo, personas con tal o cual característica, poniendo al ser humano como centro y a la discapacidad como una característica más. Referirnos a las personas de manera correcta es clave para erradicar el estigma y la discriminación y para garantizar que se cumplan sus derechos.
Que muchos busquen imponer desde arriba el uso del lenguaje inclusivo lo vuelve polémico. Las modificaciones que supone implican una operación sobre la noción de género y sus alcances, sin demasiados antecedentes en la historia, pero que no puede dejar de involucrar también cuestiones etarias y étnicas, entre otras. Las barreras por derribar se alzan en infinidad de escenarios.
Es evidente que asistimos a un fenómeno mucho más profundo, con demasiadas implicancias, al proponer, por ejemplo, el uso de la palabra “todes”. Los numerosos rechazos que estas formas despiertan han impulsado a importantes compañías de consumo y servicios masivos, por ejemplo, a adaptar piezas comunicacionales. Hemos visto así que el mensaje “él trabaja con nosotros” se transforma en un “sumate al equipo”. O que en lugar de “sé el primero en preguntar” se reformula la invitación con un “hacé la primera pregunta, por favor”.
María Inés del Árbol, especialista en redacción corporativa y lenguaje inclusivo, afirma que solo impulsando cambios en la lengua lograremos que cambie la realidad que esta designa, invitando a adoptar actitudes inclusivas desde el lenguaje en ámbitos laborales, por ejemplo.
Nuestras palabras y las imágenes a las que apelamos, bien utilizadas, tienen el infinito poder de tender puentes e integrarnos en una sociedad más abarcadora y empática. Dejemos de lado los prejuicios, evaluemos la profundidad del cambio que se nos propone y reconozcamos con seriedad todo lo que aún nos resta encarar cuando lo más sencillo parece ser conformarnos con llenarnos la boca de lenguaje inclusivo.