El debate presidencial
El duelo televisivo entre Massa y Milei es una buena ocasión para que ambos candidatos hablen de cómo salir de la gravísima situación del país
- 5 minutos de lectura'
Sería natural que el debate que mañana protagonizarán los dos candidatos presidenciales y que será transmitido a todo el país desde la Facultad de Derecho de la UBA batiera un récord de audiencia en este tipo de presentaciones por el interés superlativo suscitado en la ciudadanía.
Sergio Massa y Javier Milei representan dos visiones enteramente contrapuestas sobre el balance que merece lo sucedido en la Argentina desde el comienzo del siglo XXI y sobre lo que corresponde hacer en adelante.
Se trata de más de dos décadas que promueven la rara sensación de haber constituido una eternidad, por la abrumadora carga de desencanto, desconcierto y frustración que los argentinos sienten a raíz de la pesadilla política, económica, social y moral que los ha relegado en el mundo a posiciones inauditas. Al igual que por la tasa invivible de inflación y la caída de credibilidad en el cumplimiento de los compromisos internos y externos del Estado.
Los dos candidatos deberán realizar mañana una tarea ímproba. Lo principal para Massa será preservar y aumentar con otros aportes la franja del electorado que lo proyectó a una posición de vanguardia en la primera vuelta, sin perjuicio de que su elección fuera la peor en la historia del peronismo. El postulante de Unión por la Patria está urgido por la necesidad de definir una identidad personal novedosa, incluso respecto de sus volubles antecedentes. Cuanto más intrépido sea el vuelo por alejarse del gobierno que integra y paradójicamente conduce, mayores serán los riesgos de enajenarse el voto ideologizado del kirchnerismo duro y del mundillo variopinto de otras tribus izquierdistas que pudieran acompañarlo.
En ese sentido, debe reconocérsele a Massa que ha puesto de manifiesto una habilidad notable en relación con la complejidad extraordinaria de despojarse del lastre tremendo de un gobierno del que es más que un ministro clave y que ha estado virtualmente desprovisto del Presidente y de la vicepresidenta, hoy desaparecidos cautamente de la escena pública.
Massa no sería parte del debate de esta noche de no haber instalado en un sector ponderable de la sociedad la idea de que, pese a todo, él puede abrir una instancia superadora del calvario que apabulla a la sociedad y del que curiosamente es uno de sus principales responsables.
Tras haber irrumpido en la campaña con estilo y proposiciones disonantes con un mínimo de prudencia y contención emocional para el ejercicio de la política, Milei ha morigerado sus posiciones, en tren de ser aceptado por una porción importante del electorado que se negó a acompañarlo tanto en las PASO como en la primera vuelta de octubre.
Los candidatos deberán abordar en el debate seis ejes temáticos sin papeles con anotaciones previas. Serán así, sin otra alternativa, más que nunca, ellos mismos.
En el primer debate presidencial, Massa propició una moneda digital y un nuevo blanqueo a fin de movilizar las energías productivas del país. Milei, por su parte, caló hondo en la imperiosidad de una reforma del Estado, de bajar el gasto público, simplificar el sistema tributario y avanzar en una política de privatizaciones como la que impulsó Carlos Menem.
El sentido común indica que estas últimas proposiciones son de absoluta lógica práctica por el estado de la Nación y no solo por las enseñanzas teóricas de los académicos. Pero la brutalidad con las que fueron expuestas por Milei en las primeras confrontaciones ha comprometido la posibilidad de que conquiste más votos de los que desearía entre la masa descomunal de empleados del Estado nacional, de provincias y municipios que totalizan alrededor de 3,9 millones, sin contar los planeros, entre los que se reflejan patologías ya endémicas de refracción al trabajo.
El debate hallará a los contendientes en un momento excepcional para fijar posiciones en materia de salud pública, una disciplina que de modo inexplicable ha carecido de referencias en los debates anteriores. Ese fue un hándicap que los candidatos de la oposición brindaron a Massa, habida cuenta de los affaires acunados por el oficialismo en la pandemia de Covid y de que, a raíz de la política económica vigente y sus regulaciones, acaba de hacer crisis como nunca.
Deberán exponer también sobre las relaciones de la Argentina con el mundo, y será importantísimo que las partes dejen en claro quiénes son nuestros amigos naturales y permanentes: a quiénes consideran socios apropiados para atraer inversiones y fortalecer nuestro comercio exterior, y a quiénes canallas de los que deberíamos tomar distancia por incompatibilidad con nuestros valores democráticos y la defensa genuina de los derechos humanos.
Dos hombres, pues, estarán frente a frente en un debate cuya gravitación puede ser más decisiva que toda experiencia anterior, porque son inéditos el descorazonamiento y el desconcierto que priman entre los argentinos. Deberán aprovechar al máximo una oportunidad de esta naturaleza, en la que el pronunciamiento por uno u otro estará presidido por la voluntad de votar “por el menos malo”.
Si hasta el propio ámbito de la Facultad de Derecho donde los candidatos debatirán ha sido, como rama destacada de una universidad nacional, objeto de discusiones ácidas en la campaña. Las universidades nacionales, en particular las de Buenos Aires, La Plata y el conurbano, han quedado marcadas por denuncias de contubernios políticos destinados a que, por debajo de la enseñanza académica, haya “cajas” políticas no menos detestables que el asombroso escándalo por espionaje que ha estallado en estos días.
Con el trasfondo de la Argentina corrupta desde que las oligarquías sindicales, con sus fondos cuantiosos, introdujeron la perversa idea de que para hacer política es requisito esencial hacerse de fondos a cualquier costo, es probable que en la noche de mañana infiramos algo más sobre el destino inmediato del país.