El crecimiento de la pobreza y los preconceptos
Es necesario atacar las causas y no solo las consecuencias del empobrecimiento, llevando a cabo una implacable batalla contra la inflación
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Las mediciones de la pobreza tienen una relevancia fundamental en la evaluación de las políticas públicas aplicadas. Se trata de datos sensibles en la generación de confianza, al tiempo que resultan determinantes de los comportamientos de la gente y de la propia evolución de la economía. Un aumento de la pobreza, aunque leve, si atemoriza, puede autoalimentar un proceso recesivo y provocar reducciones preventivas de los consumos. Los informes que acompañan la publicación de un índice pueden cargar tonos agravantes o, inversamente, sumar visiones tranquilizantes.
Estas reflexiones aplican a distintos relevamientos. En particular, al que realiza el Observatorio de la Deuda Social (ODSA) de la Universidad Católica Argentina (UCA), que recientemente dio a conocer un informe en el cual estimó que la pobreza superó el 57% de la población argentina en enero último. Según esa estimación, habría 27 millones de personas pobres en todo el país, de las cuales 7 millones vivirían en situación de indigencia.
La denominación del mencionado instituto universitario no es neutra. La palabra deuda, del latín debita, relaciona a un deudor y un acreedor. Puede tratarse de dinero o de cosas materiales, aunque también morales. Es obvio que, en el caso que nos ocupa, se refiere a deudas en el sentido de un reclamo de carácter moral. Así lo aclara el director del Observatorio, Agustín Salvia, en un trabajo publicado en 2011 titulado “La deuda social argentina: contexto histórico y perspectiva teórica”: “Es posible definir las deudas sociales como una acumulación de injustas privaciones que recortan, frustran o limitan el libre desarrollo de las capacidades humanas y sociales”. Hay así acreedores de una reivindicación frente a deudores que, por acción u omisión, produjeron esa injusticia. Esta visión se acerca a la de quienes ven la economía como un sistema de suma cero, donde si alguien tiene que mejorar su nivel de vida deberá haber otro que resigne su parte. Así, la inversión y el crecimiento son desestimados como factores de reducción de la pobreza.
La presente situación no se resolverá con simples fórmulas redistributivas del ingreso ni mucho menos con la inyección de recursos públicos provenientes de la emisión espuria de moneda. La inflación es el impuesto más regresivo que existe
“¿Podemos esperar que el crecimiento económico derrame por sí solo progresos sociales y gobernanza política democrática perdurables en el tiempo? La experiencia histórica da cuenta de los contraproducentes efectos a los que lleva este supuesto”, reflexiona también Salvia. Está claro que la denominación empleada por este instituto de investigaciones lleva un contenido reivindicativo. En este contexto, la elección de la denominación Observatorio agrega prevenciones. No tratándose de un observatorio astronómico, el término es aplicable a un lugar desde donde se mira sin ser mirado. Es una forma de vigilar, lo que suele tener algún propósito que, al menos, requiere que el observado no se aperciba de ello.
Las mediciones de pobreza resultan útiles y necesarias. Pero ocurre que, en ocasiones, sus resultados son utilizados por grupos políticos y sociales para apoyar reclamos reivindicativos, que distan de aportar soluciones de fondo al problema.
Sin caer en el error de un ministro de Economía del kirchnerismo que consideró que hablar de pobreza resultaba “estigmatizante”, es menester encarar un problema tan sensible como el de la pobreza con la necesaria seriedad, actuando sobre sus causas y no sobre sus consecuencias.
Sería valorable que la dirigencia política abandonara los discursos populistas y demagógicos a la hora de hablar de pobreza. La presente situación no se resolverá con simples fórmulas redistributivas del ingreso ni mucho menos con la inyección de recursos públicos provenientes de la emisión espuria de moneda, como ha quedado largamente probado. La inflación es el impuesto más regresivo que existe, por cuanto es el que más negativamente afecta el poder adquisitivo de quienes menos tienen. Por ende, al margen de la indispensable instrumentación de políticas paliativas que alivien a los sectores más sumergidos de la sociedad, se imponen otras que apunten a terminar con el flagelo inflacionario y que sean capaces de sembrar las semillas de la confianza inversora, imprescindible para el crecimiento económico sostenido y la creación de empleo genuino.