El Colón, en tiempos de crisis
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El Teatro Colón, baluarte cultural de los argentinos, reconocido como una de las grandes salas líricas del mundo por sus excepcionales condiciones acústicas, su patrimonio arquitectónico y su historia de excelencia artística, atraviesa, como el país, una crisis que impacta en su valor icónico.
Los cierres de las salas durante prácticamente dos temporadas por la pandemia afectaron seriamente las finanzas y resulta aún incierta la facturación de este nuevo año con un dólar que condiciona además severamente las contrataciones internacionales.
A pesar del contexto de decadencia, resultaría posible –y deseable– mantener el teatro dentro de sus objetivos primordiales, evitando en sus instalaciones espectáculos de otra índole, muchos de ellos de dudosa calidad.
La discusión “música popular versus académica” resulta anecdótica frente a la magnitud de la crisis que envuelve al coloso lírico porteño, cuya dirección le fue encomendada a Jorge Telerman tras la renuncia de Paloma Herrera al Ballet Estable. La ley que crea el Ente Autárquico Teatro Colón en el ámbito del Ministerio de Cultura de la ciudad ha abierto la puerta al alquiler de salas e instalaciones. Recurrir a bandas o cantantes que demandan amplificación en un teatro que posee la mejor acústica del mundo suena disparatado, pero no constituye una novedad. Bajo un mendaz disfraz asociado a la supuesta captación de nuevos públicos se pretende muchas veces justificar expresiones que simplemente no condicen con el propósito tradicional del espacio, como si el montaje de un show en una biblioteca sumara nuevos lectores.
El Colón tiene muchos más empleados –más de mil estables– para muchas menos producciones que otros teatros del mundo: apenas siete óperas para esta temporada contra 14 en la Scala de Milán y 26 en el Metropolitan Opera de Nueva York. En muchos escenarios el salario se complementa por producción o con premios, no en el Colón. Si hubiera más funciones, los sueldos no estarían tan atrasados, pero muchos músicos terminan exiliados o prefieren días para sumar actuaciones en shows y fiestas particulares. El Ballet, por su parte, se presenta demasiadas veces acompañado por musicalizaciones grabadas ante el disgusto de quien pagó para disfrutar de ambas expresiones. Además, debería priorizarse el recambio generacional. Hace unos años, cuando se propuso un régimen de retiro anticipado para que los jóvenes pudieran sumarse y hacer carrera, el gremio se opuso, con bailarines que se jubilan a los 65 años. El tema de los gremios y los trabajadores del teatro no puede soslayarse: son parte del problema.
Muchos teatros del mundo, entre ellos los más reconocidos, al igual que numerosos museos, destinan parte de sus estructuras a actividades fuera de la lírica, el ballet y la música, sin descuidar el patrimonio edilicio y acústico. Como complemento, que parte de los ingresos provengan de un cóctel, un desfile, un casamiento, una reunión empresarial o una actividad cultural de calidad no debería preocupar con los controles y supervisiones adecuadas que no pongan en riesgo las centenarias instalaciones. Esto excluye el armado de improvisadas cocinas para cócteles o comidas, como ya ocurrió en el Salón Blanco con el riesgo que ello implica. Claro está que todo debería concentrarse fuera de la sala principal, cuya preservación y cuidado deben priorizarse.
Dotar de vida a una institución central y a un edificio de valor patrimonial que tiene mucho tiempo ocioso de presentaciones en su calendario artístico, apunta a generar fondos genuinos bajo un gerenciamiento profesional y responsable. La venta de localidades, afectada también por la escasez de producciones, está lejos de cubrir los elevados costos de funcionamiento y no se debe echar mano exclusivamente a subsidios con dineros públicos. El sitio web del teatro debería registrar el calendario de ocupación por alquileres, con los valores que rigen, transparentando así su comercialización.
Nuestro más emblemático teatro no escapa a la situación del país, pauperizado económica y culturalmente, desafiado a obtener sanamente recursos que no recarguen los ya castigados bolsillos ciudadanos y a sostener la cantidad y calidad de las producciones. Cabe esperar que con la designación de Telerman al frente del teatro se pueda superar esta delicada situación actual.