El claro mensaje de las urnas
Del tenor de la autocrítica presidencial y de la cohesión de la oposición dependerá el destino al que nos lleve el escarpado camino hacia 2023
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La ciudadanía emitió en las primarias abiertas (PASO) realizadas anteayer un contundente mensaje: no está dispuesta a tolerar más abusos de poder ni arrebatos autoritarios que condicionen el ejercicio de las libertades individuales o que limiten los principios esenciales de nuestro sistema republicano y democrático.
El notable descenso de la adhesión electoral a los precandidatos del oficialista Frente de Todos en el orden nacional con respecto a los votos obtenidos por esta fuerza política dos años atrás no solo habla a las claras de la insatisfacción mayoritaria de la población con una gestión gubernamental equivocada e ineficaz, que ha agravado los problemas del país. Da cuenta también de un fuerte cuestionamiento a un singular sistema de toma de decisiones, donde el presidente de la Nación se encuentra subordinado a su vicepresidenta, y en el que el eje de las políticas públicas es dominado por los intereses particulares de esta última.
Si bien faltan dos meses para las elecciones generales, las PASO arrojaron un resultado tan inesperado por muchos como catastrófico para la coalición gobernante. El 31% de votos cosechado por el Frente de Todos en el orden nacional –la peor elección en la historia del peronismo– muestra un retroceso de 17 puntos con respecto a las elecciones presidenciales de 2019. Su derrota en 17 de los 24 distritos del país –solo ganó en las provincias de Formosa, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Catamarca, La Rioja y San Juan– es el mejor indicador de que el resultado electoral constituyó un plebiscito en contra de la gestión de Alberto Fernández.
Las autoridades nacionales no pueden escudarse en la pandemia para explicar el veredicto de las urnas. Como lo reconoció tímidamente el primer mandatario anteanoche, en el búnker del Frente de Todos, “algo no habremos hecho bien”. La pregunta que debe responder es qué cree realmente que hizo mal. De la respuesta que dé a ese interrogante podremos prever si la Argentina tendrá alguna chance de recuperarse de la gravísima situación que atraviesa en los dos años que le quedan de mandato a Alberto Fernández, o si solo cabe esperar que las cosas vayan de mal en peor.
Quienes le quitaron su respaldo en las urnas a la coalición gobernante pueden enumerar una gran cantidad de razones para la pérdida de apoyo electoral al Gobierno.
La irresponsabilidad en el manejo de la gestión sanitaria en la pandemia, los inadmisibles privilegios para los amigos del poder a través del vacunatorio vip, las fiestas clandestinas en la quinta presidencial de Olivos con la consecuente violación de la cuarentena por el propio Presidente, el año y medio sin clases presenciales y el inicial rechazo hacia las vacunas provenientes de los Estados Unidos, con el enorme costo en vidas humanas que pudo haberse evitado, son parte del cuestionamiento expresado en las urnas.
Pero no termina ahí. Cuentan también el impulso oficial a la liberación de peligrosos presos y de no pocos exfuncionarios procesados o condenados por corrupción; el afán oficial por someter a la Justicia a sus designios en procura de impunidad para la vicepresidenta y sus testaferros; la cómplice indiferencia gubernamental frente al crecimiento del narcotráfico; el doloroso aumento de la pobreza y el desempleo, de la mano del cierre de miles de pequeñas y medianas empresas; la fuga del país de muchos argentinos y de un buen número de compañías de capitales extranjeros; la creación de 18 nuevos impuestos en un país con una de las presiones tributarias más elevadas del planeta; la inflación y el deterioro del poder adquisitivo de la población, y una política exterior que ha alineado al país con las peores dictaduras del continente, como las de Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Frente a este apretado compendio de gruesos errores, el Gobierno puede optar por un giro de 180 grados o bien por profundizar y radicalizar el rumbo, recurriendo a un mayor aumento del gasto público que solo podrá ser financiado con más emisión monetaria, que conducirá a su vez a una inflación más insoportable aún, y continuará perjudicando a todos, principalmente a quienes menos tienen, y expulsando a más argentinos al exilio.
Debilitado en su imagen, cuestionado internamente y con perspectivas de que su coalición política pierda la mayoría en el Senado de la Nación, el jefe del Estado deberá buscar acuerdos con la oposición, que permitan construir consensos duraderos capaces de transformarse en políticas de Estado para enfrentar los más graves problemas del país.
Los dirigentes de la oposición, especialmente aquellos aglutinados en torno de Juntos por el Cambio, deberán exhibir su cuota de responsabilidad, conscientes de que han sido depositarios también de un voto castigo que no se traduce en apoyo incondicional a sus propuestas. Claro que cualquier entendimiento deberá anteponer la buena fe y el respeto por la Constitución nacional.
Frente a los nuevos tiempos, será vital que la oposición se mantenga cohesionada en torno de los principios republicanos y que evite caer en concertaciones que deriven en pactos espurios, cuyo fin no sea otro que garantizar impunidad. El camino hasta 2023 estará plagado de obstáculos que solo el diálogo sincero y genuino entre los actores políticos, junto a la ratificación del principio de la independencia del Poder Judicial y el respeto por los derechos esenciales –incluida la libertad de prensa–, ayudarán a conjurar.
La ciudadanía, con particular madurez y compromiso, ha fijado en las PASO de anteayer un sendero y ha expresado un mensaje que la dirigencia política toda debería empeñarse en no desnaturalizar.