Diario El País/España
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MADRID.– “Este ha sido el año en el que la gente con un cierto interés en la tecnología pasó de no tomarse la inteligencia artificial demasiado en serio a tomársela muy en serio”, decía Sam Altman, CEO de OpenAI, días antes de ser despedido. Hoy ChatGPT tiene más de cien millones de usuarios y es la cabeza de una carrera por la inteligencia generativa en la que participa todo el mundo.
La asombrosa criatura nació con varios defectos que, de momento, no encuentran solución. Al haber sido entrenada de forma indiscriminada con contenidos de internet, tiene el poder de regurgitar el trabajo de artistas, músicos, autores y profesionales que ha digerido, alterando el mercado de las industrias creativas y provocando un aluvión de demandas por infracción de copyright. Otro defecto es su tendencia a inventarse libros y hechos que nunca tuvieron lugar. Son defectos de una máquina cuya magia es predecir una palabra detrás de otra, basándose en los textos y conversaciones que ha procesado. Otros de sus problemas tiene que ver con los usos maliciosos de la tecnología. Por ejemplo, la producción automática de imágenes, voces y acontecimientos falsos. Pero, sobre todo, la producción de pornografía no consentida, que convierte los colegios y espacios de trabajo en centros de humillación y vejación. La aceptamos antes de saber entenderla, utilizarla o regularla. Las máquinas ya responden. Ha llegado el momento de que –creativa, responsable y legalmente– respondan los seres humanos.