El Brexit, una pésima decisión
El pasado 31 de enero, Gran Bretaña se alejó de la Unión Europea para pasar a negociar la resolución de distintos temas que aún deben resolverse, con o sin acuerdo, al efectivizar la salida.
Para ello se definió un llamado "período de transición" o "de implementación" de solo 11 meses pronto a culminar el próximo 31 de diciembre. La vinculación entre las partes no sufrió, en los hechos, cambios de demasiada significación en este período. Curiosamente, el plazo acordado no puede ser extendido por las partes. Todavía no se ha anunciado formalmente si existe o no un acuerdo básico entre la Unión Europea y Gran Bretaña ni su contenido.
Los observadores sostienen que los avances han sido demasiado lentos y que se dejó pasar demasiado tiempo sin alcanzar los objetivos previstos por las partes. Por eso el nerviosismo que, sobre este delicado tema, hoy se percibe en el Viejo Continente.
Mientras tanto, Gran Bretaña ya no pertenece al Parlamento ni a la Comisión Europea, dos de las instituciones centrales de la integración de Europa. La Corte Europea de Justicia, sin embargo, ha continuado con jurisdicción sobre Gran Bretaña durante la etapa de transición y los británicos han continuado contribuyendo al presupuesto comunitario.
Probablemente la cuestión pendiente más espinosa por resolver es la futura relación comercial entre las partes, mediante la eventual suscripción de un acuerdo de libre comercio. Las relaciones comerciales de Gran Bretaña con la Unión Europea conforman nada menos que el 49% de su comercio exterior.
No obstante, el acuerdo que aún se está negociando contendrá seguramente también otros temas de gran peso, como la defensa y seguridad de las partes. Por esto, el correr del tiempo suma nerviosismo. Los aparentes desencuentros generan incertidumbre y destruyen el clima mínimo de confianza que el accionar del sector privado siempre requiere.
La mayoría de los británicos cree ahora que la decisión ya tomada de alejarse de la Unión Europea ha sido un serio y costoso error. Hablamos de un 51% de los encuestados, contra un 38% que, en cambio, aún apoya la salida.
A cuatro años de haber anunciado la decisión, el futuro británico sigue siendo bastante poco claro. La sensación de que puede no arribarse a un acuerdo crece y el clima europeo de negocios sufre las consecuencias. Las ventajas de un mercado único se evaporan, principalmente para los británicos.
De no alcanzarse el acuerdo de salida esperado, las tarifas y las diferencias normativas volverán a restringir y dificultar el intercambio comercial con fronteras que dejarán de estar abiertas para impactar adversamente sobre el sector privado y la movilidad de los trabajadores, esencialmente. Ya se prevén inocultables largas filas de camiones, en Dover fundamentalmente.
Felizmente, el Brexit no parece haber lastimado demasiado el vínculo, mucho más cercano y hasta más profundo, que une a los demás Estados miembros de la Unión Europea, cuya estabilidad no se ha visto erosionada, más que muy limitadamente.