El avance narco
El juicio contra el peligroso grupo Los Monos es una oportunidad para enfrentar y condenar severamente a uno de los peores flagelos del país
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Hasta ahora el Estado fue incapaz de controlar al líder de Los Monos, Ariel Cantero, quien desde la cárcel maneja los hilos de una organización criminal protagonista del crecimiento de una incontenible violencia que azota a Santa Fe.
En junio de 2013, en medio de la llamada guerra narco desatada a partir de las venganzas mafiosas tras el crimen de su hermano Claudio Cantero, alias Pájaro, ocurrida en mayo de ese año, Ariel Cantero decidió entregarse a la policía porque la libertad le significaba un peligro mayor. A la fecha, suma 62 años de condena en seis causas judiciales.
La cárcel le sirvió de protección y guarida. En ocho años pasó por siete unidades penales federales y provinciales, y en todas prosiguió ejerciendo el control de la organización mafiosa. Cantero cometió más delitos en prisión, como asesinatos, narcotráfico, extorsiones y secuestros, entre otros, que estando en libertad.
Anteayer se detectó, tras una requisa en el penal de Marcos Paz, donde está alojado actualmente, que en su celda contaba con un teléfono fijo. Ahora se investiga quién fue el responsable del Servicio Penitenciario Federal que le suministró ese aparato analógico, con el que, por ejemplo, está sospechado de tramar el crimen sicario de un empresario, por el que pagó su exsocio. No es la primera vez que ocurre este tipo de situaciones.
A fines de 2018, cuando Cantero fue condenado por primera vez por narcotráfico, se detectó que dominaba el tráfico de estupefacientes con un teléfono fijo aportado por los guardiacárceles en el penal de Piñero, a 20 kilómetros de Rosario.
Con esas herramientas de comunicación, Cantero también coordinó los 14 atentados a balazos contra los jueces que lo condenaron por primera vez en Rosario. En cada ataque, los miembros de la banda de Los Monos dejaban un cartel que decía: “Con la mafia no se jode”. La advertencia dejaba en claro que durante 20 años nadie había “perseguido” a los miembros de este clan criminal. La mitad de los integrantes de la organización que fueron juzgados eran policías. La Justicia nunca avanzó sobre las complicidades políticas, que recién ahora quedan en evidencia con una investigación sobre juego clandestino.
El juicio comenzó el viernes pasado. Un día antes, el Centro de Justicia Penal, donde funciona el tribunal, fue baleado por dos hombres que circulaban en moto. En el inicio del juicio, sin filtro y en plena audiencia, Cantero se burló de los magistrados, jactándose de que su oficio era el de “contratar sicarios para tirar a jueces”.
Este tipo de delitos no pueden concretarse sin complicidades, más evidentes en ámbitos como el penitenciario. Desde junio de 2020, luego de que estallaron los motines en las cárceles en medio de la pandemia, el Servicio Penitenciario Federal, inmerso en una crisis profunda, quedó intervenido, con 11.490 internos que ocupan el 94% de la capacidad.
Un sistema colapsado, con una política penitenciaria precaria y errática, genera las condiciones para que un preso como Cantero, un mafioso rústico, elemental, pero sin límites a la hora de planificar sus actos criminales, pueda amplificar su poder desde una prisión. Hay antecedentes preocupantes sobre este aspecto en América Latina. El Primer Comando Capital (PCC), una de las organizaciones criminales más poderosas de Brasil, funciona con una matriz forjada en las cárceles, donde consiguieron gestar, como dice el sociólogo brasileño Gabriel Feltran, en el libro Irmaos, una “hermandad” criminal, que avanzó con su dominio hasta copar las 12 prisiones que hay en Paraguay y volverse un actor clave en la salida de la droga por la Hidrovía.
La exhibición del amenazante poder del líder de Los Monos no ha motivado respuestas ni de parte del gobierno de Santa Fe ni del de la Nación. Se ha impuesto lamentable e inexplicablemente una naturalización de este tipo de desafíos al Estado por parte del narcotráfico. Este grupo mafioso ostenta desenfrenadamente ese poder en demasiadas ocasiones contra magistrados y periodistas. Impunemente, los Monos dejaron en claro que las amenazas se concretan.
La desafiante actitud de este hombre de 32 años, que sabe que pasará gran parte de su vida preso, deja a las autoridades, no solo provinciales y nacionales expuestas al estrepitoso fracaso en la lucha contra el narcotráfico. Los lazos entre las organizaciones criminales y sectores de la política, tal como señalamos en nuestro editorial del sábado último, activan un cóctel explosivo. Resulta lamentable que personajes como Cantero alcancen la escena pública cuando profieren amenazas o se vanaglorian de sus viles hazañas. Su ejemplo es por demás dañino.
Es de esperar que la Justicia imponga los límites y las condenas que correspondan en el marco de la ley, antes de que sea demasiado tarde.