Egipto y el autoritarismo
Las posibilidades de edificar una democracia en Egipto parecen haberse alejado mucho. El sueño de la "primavera árabe" se ha desvanecido en apenas dos frustrantes años. La realidad nos muestra una suerte de lamentable marcha atrás, de regreso al punto de partida, en la que los militares han vuelto a conducir autoritariamente a Egipto. Hasta el ex dictador Hosni Mubarak ha sido absuelto de las acusaciones por corrupción y ha dejado la prisión. La posibilidad de una guerra civil no es remota después de que las fuerzas armadas recurrieron a las armas contra sus conciudadanos para poner fin a las protestas de los partidarios de los Hermanos Musulmanes, descontentos con la deposición del ex presidente Mohamed Mursi, cuya breve, sectaria e incompetente gestión terminó en un rotundo fracaso.
La violencia política está desatada. Centenares de muertos y miles de heridos son su resultado. Hasta el prudente premio Nobel de la Paz Mohamed el-Baradei se alejó raudamente del poder, disconforme con la durísima represión desatada por los militares. Así, la posibilidad de estabilidad ha desaparecido y fue reemplazada por una peligrosa situación de fragilidad institucional.
La responsabilidad por el fracaso de la "primavera árabe" es compartida. Los militares siguen creyendo que son la única fuerza en condiciones de evitar que su país caiga en el caos, mientras defienden, solapadamente, sus propios privilegios. Los liberales seculares y los islámicos no han podido construir un mínimo espacio de diálogo.
Occidente, por su parte, no ha podido conciliar sus intereses estratégicos con el impulso de los esfuerzos que siempre requiere la construcción paciente de una democracia y ha permanecido en una suerte de complaciente silencio ante el colapso de la facciosa administración de Mursi. Lo cierto es que, luego de lo sucedido en Egipto en las últimas semanas, la posibilidad de una transición democrática se ha alejado significativamente, entre otras cosas, porque no se ha comprendido que vivir en democracia es bastante más que asegurar las libertades individuales. Es necesario construir y respetar reglas de juego claras y equitativas que aseguren el equilibrio entre los poderes, y contar con una justicia independiente e instituciones que protejan el pluralismo y pongan a las minorías a salvo de los caprichos de las mayorías.
Nada de esto estuvo adecuadamente tratado en la "declaración constitucional" del pasado noviembre, diseñada por los islámicos y aprobada por un cuestionado referendo. Hoy, los Hermanos Musulmanes, despojados del poder, van camino de ingresar nuevamente en la clandestinidad. Nada asegura que pueda haber elecciones libres y transparentes aunque pudieran realizarse los comicios anunciados para el comienzo del año venidero.
Si a la tragedia egipcia sumamos lo que sucede en la trágica guerra civil que azota a Siria, Medio Oriente aparece envuelto en preocupaciones muy profundas. Quizá lo más grave es que, en medio de los conflictos, los derechos humanos de muchos siguen sin ser respetados. Y también el hecho de que el mundo observe, entre atónito e impotente, cómo una crisis no termina de encauzarse.