Educar para el trabajo
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Un reciente informe del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) daba cuenta de que la Argentina es el país con mayor desempleo juvenil de la región: dos de cada diez jóvenes están desempleados. Esa tasa, en crecimiento desde 2004, duplica ya la de la población adulta y afecta más a los jóvenes de hogares de menores recursos y a las mujeres.
El Centro de Investigación y Formación de la República Argentina (Cifra) reportó una caída del 44% del empleo registrado al segundo trimestre de 2020, lo cual agravó sustancialmente la situación de los jóvenes. El nivel de informalidad impacta fuertemente en este segmento etario, al punto que seis de cada diez tienen un trabajo precario, con salarios cercanos a los mínimos, por jornadas extendidas y carentes de protección social.
El mayor predictor de desarrollo e inclusión es indiscutidamente la educación. La automotriz Toyota dio visibilidad al impacto que la repitencia y el abandono educativo tienen sobre la empleabilidad para muchas empresas, cuando denunció semanas atrás las dificultades que enfrenta para cubrir 200 puestos de operarios varones que hayan completado el secundario. Antes de la pandemia, el Ministerio de Educación contabilizaba en 2019 que un 69% de los jóvenes menores de 24 años completaba el secundario. El porcentaje alcanzaba el 88% en segmentos de altos ingresos y se reducía al 52% entre los más bajos. Nadie duda de que esos números se han visto fuertemente afectados por la crisis del Covid-19 con un impacto aún difícil de mensurar, pero que ciertamente costará mucho revertir.
“La mitad de los alumnos bonaerenses no termina la secundaria”, alertó el experto Gustavo Iaies, y los que sí completan el nivel son provenientes de sectores sociales que buscan otros perfiles laborales distintos a los que demanda una terminal automotriz. Propone entonces reducir la cantidad de materias a cursar y rediseñar la currícula para que tenga más relación con el mundo real del trabajo.
Desde Argentinos por la Educación, confirman que los estudiantes más pobres son precisamente los más proclives a abandonar, mientras que los de sectores medios y altos, con una mayoría de mujeres, son los que completan el secundario. En un escenario educativo tan deteriorado, los que quedan excluidos son precisamente quienes imperiosamente necesitan mejorar su calidad de vida. Uno de cada dos jóvenes bonaerenses abandona la escolaridad. Uno de cada dos jóvenes es pobre. Todo parece indicar que hablamos del mismo joven que, al caerse del sistema educativo, pierde toda oportunidad de desarrollo. No hay salida posible si las políticas públicas no apuntan a rescatar a todos aquellos que hoy, por numerosas razones, no pueden sostener la escolaridad. Allí y en la búsqueda de consensos deberemos concentrar los mayores esfuerzos. Todos juntos, al rescate de la educación. Al rescate del futuro.