Educación en tiempo de pandemia
El reemplazo de la calificación numérica por una evaluación formativa debe ser acompañado de un esfuerzo por evitar un deterioro mayor del aprendizaje
El último encuentro del Consejo Federal de Educación, que reunió el viernes pasado al ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, con sus pares de las 24 jurisdicciones del país, ha resuelto que hasta que se reanuden las clases presenciales no habrá calificaciones numéricas para los estudiantes de la enseñanza obligatoria del país, sino que se aplicará una evaluación formativa.
Este marco provisional deberá estar reforzado por un compromiso entre el Estado y los integrantes de la comunidad educativa para que la falta de calificaciones numéricas no derive en una caída mayor aún del nivel educativo o incluso en una elevación del ausentismo. Es sabido que equilibrar hacia abajo agrava las consecuencias de las deficiencias del sistema, por lo que deberán intensificarse los esfuerzos para que el deterioro del aprendizaje sea lo más leve posible y pueda recuperarse cuanto antes.
La decisión adoptada se sustenta en una serie de datos que es conveniente identificar para comprender la medida. En primer lugar, la determinación de proponer una evaluación formativa para todos los alumnos de los niveles primario y secundario supone un sinceramiento: es muy difícil calificar los aprendizajes simulando una ficción de que todo está igual, cuando todo cambió.
A partir de la pandemia y la suspensión de clases presenciales, se modificaron abruptamente los parámetros de la educación a lo largo y a lo ancho del país. No hay vínculo presencial estudiante-docente ni tampoco de los alumnos entre sí; el dictado de las materias se alteró, no hay recreos ni horarios, casi no hay conversación directa y tampoco posibilidades de observar integralmente conductas o actitudes. En el mejor de los casos, y en pocas escuelas que estaban preparadas, existía un sistema de educación a distancia que permitía una experiencia en la que docentes y estudiantes se encontraban familiarizados con la tecnología, pero esta era la excepción y no la regla.
Aceptar la realidad es el primer paso a la solución del desafío y, en ese sentido, adoptar una evaluación formativa es una señal importante que debe ser acompañada de otras medidas que ayuden a mitigar el impacto de la pandemia en el proceso de enseñanza y aprendizaje. En segundo lugar, aceptada la valoración formativa de los saberes, debe tenerse claro que esta es una herramienta, como su nombre lo indica, para formar. Supone, entonces, que directivos y docentes deben comunicarse con sus alumnos y con sus madres, padres o tutores, para completar el proceso de la evaluación formativa. Porque el gran secreto de este instrumento es la comunicación.
Educar no solo implica una transmisión de conocimientos para calificar, sino también un proceso en el que la clave radica en formar criterios. Y para construir una mente autónoma que aprenda tal o cual materia o disciplina se necesita comprender la esencia de lo transmitido y los errores de interpretación para, a partir de ellos, entender y asimilar los conceptos correctos que se deben aplicar. Educar es enseñar a pensar, y para eso se necesita construir criterio. Hoy por hoy, en medio de esta pandemia, y aun con las enormes complicaciones que esta implica para la educación argentina, es importante focalizar y pedir a las autoridades y a las escuelas que acuerden e indiquen los caminos, las salidas de emergencia que deben transitarse para paliar los daños. Uno de esos caminos, quizás el de mayor relevancia en el actual momento, es mantener ese vínculo docente-alumno.
En el último Foro de Educar 2050, llevado a cabo pocas semanas atrás, se trató el impacto del coronavirus y la educación del futuro. Allí, el profesor de la Escuela de Educación de Harvard Fernando Reimers, titular de Prácticas de Educación Internacional; funcionarios del área educativa, y otros especialistas de alto nivel coincidieron en que el puente de unión entre el maestro y el alumno no se puede caer. Por el contrario, debe hacerse lo imposible para consolidarlo. La evaluación formativa supone una oportunidad para fortificarlo. A través de todos los medios que la tecnología hoy ofrece, la mejor manera de mantener los aprendizajes requiere de buena comunicación para que ese lazo no se quiebre y esté colmado de creatividad e imaginación.
Las escuelas y las familias deben ayudar aceptando que la realidad ha cambiado, y que esto significa que sus responsabilidades también lo han hecho, por lo que todos sus esfuerzos deben estar centrados en una alianza para la emergencia. El objetivo de esa alianza de directivos, docentes y familias es que las alumnas y los alumnos se entusiasmen con sus aprendizajes, con sus lecturas, con su curiosidad y con el proceso que aun en la pandemia los conduzca mediante una evaluación formativa por ese fascinante mundo del aprehender, es decir, de tomar conocimientos para formar criterios.
Antes del Covid-19, nuestro sistema educativo tenía ya enormes desafíos, tanto por los enormes caudales de adolescentes que no finalizan su enseñanza obligatoria como por la desigualdad educativa y la baja calidad de aprendizajes. El impacto de la emergencia en esta realidad es y será mayúsculo, por lo que necesita de una estrategia consensuada entre autoridades, docentes, organizaciones y sociedad civil. El sistema no estaba ni está preparado y la inequidad de la educación argentina no permite un trato igualitario. Lo que se necesita, precisamente, es una inversión muy eficiente que tenga un trato privilegiado para los que menos tienen.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) ha dado una serie de directrices que desde la Argentina debemos contemplar y que requieren de políticas claras para la apertura y el regreso a clases: mayor financiación, un funcionamiento seguro con protocolos de vuelta gradual, cantidad de estudiantes por clase, distanciamiento social e higiene, compensación del tiempo de instrucción perdido, un fortalecimiento de habilidades para el uso futuro y mejor de la educación a distancia y adopción de políticas y procedimientos facilitadores para los más marginados.
Todo esto exige no solo mucha madurez por parte de los responsables, sino, por sobre todo, de consensos. Ante la pandemia, debemos prestarle aun mayor atención a la educación. Su impacto ha visibilizado más que nunca esta impostergable prioridad.