Dos caras de la basura
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Datos difundidos por el Indec reportan una caída del 8,3% en el volumen de residuos recolectados para julio último comparado con el año anterior, y del 1,7% respecto de junio. En marzo, el gremio Camioneros había advertido que mientras el año pasado cada camión cargaba 12.000 kilos de basura en promedio, este año se habla de apenas 5000 kilos. Datos de la Ceamse correspondientes a la ciudad de Buenos Aires y a 24 partidos del GBA, Berisso, Ensenada, La Plata y de recolectores de residuos privados permiten confirmar que los volúmenes actualmente descartados son incluso menores que durante la pandemia, lo que refleja el desplome de los consumos, con impacto también en las tareas de recicladores que ven reducidos sus ingresos.
Informes de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, hablan de que el desperdicio alimentario representa el 12,5% de la producción total. En el sector frutihortícola, el porcentaje descartado que nunca llega a consumirse asciende al 45%. La cantidad de alimentos que se tiran en la Argentina alcanzaría para alimentar a 24 millones de personas, esto es diez veces la cantidad de gente que está hoy en situación de indigencia. Inconcebible.
Está claro que no toda la basura es realmente basura. La Red de Bancos de Alimentos nuclea a 20 instituciones de todo el país cuya misión es rescatar alimentos aptos para el consumo que, aunque muchos los consideran desperdicio, bien pueden aprovecharse. El año pasado, alcanzaron los 16 millones de kilogramos de alimentos, traducidos en 46 millones de platos de comida que se distribuyeron a través de 4500 organizaciones sociales. Uno de cada tres niños sufre inseguridad alimentaria y más de 680.000 cuentan con la Red para comer.
El impacto ambiental de esta tarea es igualmente destacable. La recuperación de fruta y verdura en 2023 sirvió para evitar la emisión de más de 2 millones de kg de gases de efecto invernadero y ahorró más de 14 millones de metros cúbicos de agua. Valorar los alimentos es una forma de valorar el planeta.
Cuando se recuerda que llevó 14 años sancionar la llamada ley del buen samaritano –dirigida a propiciar la donación de alimentos al limitar la responsabilidad civil y penal por los daños y perjuicios que pudiesen provocar quienes están en condiciones de entregar mercadería que puede ser aprovechada antes de su vencimiento– no podemos imaginar que siga demorada la norma que revierta los impedimentos para que restaurantes y hoteles puedan sumarse a esta generosa cruzada. Hay que promover creativamente sistemas que funcionen como incentivo para las donaciones, tanto como que contemplen penalidades para quienes descarten teniendo estas opciones.
Cuando los consumos de gran parte de la población se ven reducidos, y con ello el volumen de basura, más que nunca urge rescatar aquello que puede aprovecharse. Todos podemos sumar nuestro aporte evitando los desperdicios hogareños, postulándonos como voluntarios y siguiendo la nueva tradición de los días 29, que reemplaza los ñoquis por una invitación a colaborar con quienes más lo necesitan: con una contribución de apenas 500 pesos se puede llenar un plato. Los BdA son probados instrumentos para dar respuesta al hambre de tantas personas que dependen de ellos para comer.