Docentes argentinos, lejos de ser respetados
El respeto empieza por casa, dice un viejo refrán que debería llegar a los colegios. Por lo visto, lejos está esto de ocurrir entre nosotros cuando los maestros argentinos aparecen como los más maltratados en el estudio Global Teacher Status Index (GTSI), una investigación realizada por la Varkey Fundation (fundacionvarkey.org), que analiza la mirada de la comunidad en aspectos como la valoración docente y su aporte. A través de una serie de preguntas, se relevó la opinión de participantes de diferentes países sobre salarios, horas de trabajo y nivel de respeto o autoridad en los colegios. Frente a estos interrogantes, la Argentina quedó en el extremo negativo del ranking: entre los cinco países que menos respetan a los maestros. Lo más llamativo es que el país no estuvo solo entre los últimos puestos, pues lo acompañó Brasil, que encabezó la región y el estudio total. Además, América Latina presentó los peores niveles entre los 35 participantes.
De los encuestados argentinos solo el 15% cree que los estudiantes respetan a sus docentes, el segundo porcentaje más bajo en la región luego de Brasil. En contraposición, en China, el 81% califica la relación entre alumnos y maestros de respeto, tendencia seguida también por otros países asiáticos como Malasia, Taiwán, Rusia e Indonesia. ¿Dónde nace esa falta de respeto? ¿Es posible pensar que los profesores puedan trabajar en pos de la educación si no se sienten mínimamente valorados? El desafío de generar un ambiente propicio para que aprender sea una tarea inclusiva y contenedora para todos en las aulas está planteado. A esto hay que agregar que de 10 puntos que se le podía adjudicar al sistema educativo, la Argentina apenas alcanzó un 5,4, lejos de los 8 de Finlandia, aunque por arriba de vecinos como Brasil y Chile.
De la encuesta global participaron más de 35 mil personas, de entre 16 y 64 años, que consideran que los docentes trabajan en promedio 31,2 horas semanales, cuando en realidad lo hacen 47,2 horas. Esta subestimación vuelve a quitarles valor a la cantidad y la calidad del tiempo dedicado a los niños, que traspasa el presencial en aulas.
Otro punto de análisis fue el sueldo que para el 59% de los argentinos consultados debería estar atado al rendimiento de los estudiantes. Con excepción de Suiza, donde el sueldo es realmente bien considerado, en el resto de los países se piensa que no está en relación con la importancia de la labor que el profesional desarrolla: en 28 de los 35 países participantes los docentes ganan menos de lo que el público considera justo. Quizá sea por eso que solo el 34% de los argentinos les recomendaría a sus hijos volcarse a esta profesión.
Está demostrado que, en igualdad de condiciones, cuando el profesor goza de respeto, aumenta la probabilidad de los alumnos de optimizar el aprendizaje y obtener un mejor rendimiento académico.
Por todo esto, es necesario que la mirada hacia la docencia se trabaje en conjunto con toda la sociedad, considerando al Estado como actor principal, para que mejore la valoración de los profesionales. Impulsando acciones concretas como ofrecer sueldos acordes al desempeño y esfuerzo que los docentes despliegan cada día, teniendo en cuenta que ellos son quienes instruyen a los futuros ciudadanos, dándoles espacios laborales dignos para ellos y sus alumnos, y proveyéndoles capacitaciones continuas que sumen al desarrollo de su carrera.
La ausencia de respeto en las aulas no es un hecho aislado. Lamentablemente, asistimos a una multiplicidad de ejemplos en la misma dirección ligados a la devaluación que experimenta el sano principio de autoridad entre nosotros. Muchas veces son los mismos padres quienes, lejos de contribuir a construir lazos de respeto entre sus hijos y sus maestros, son los primeros en violentarlos. En una complicada espiral, una educación devaluada demanda más que nunca un cambio de tendencia. Recuperar el respeto es aún una cuenta pendiente para la Argentina, y no permitir que la figura del docente se degrade es un deber de todos. El respeto empieza por casa, es cierto, pero debe reforzarse con políticas y acciones públicas, concientizando debidamente sobre la importancia de construir valores a la hora de diseñar el futuro de las jóvenes generaciones.