Distorsiones del lenguaje, prohibidas en las aulas
La verdadera inclusión social no pasa por cambiar letras, sino por la modificación de comportamientos
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El Ministerio de Educación porteño, sanamente empeñado en recuperar los aprendizajes perdidos en tiempos de pandemia, dictó una resolución que prohíbe a los docentes usar la “e”, la “x” o el signo “@” en las aulas para neutralizar el género en las palabras, por considerar que constituyen una barrera para la incorporación de la lectoescritura. La medida llega tras los resultados de las pruebas en lengua y comprensión lectora realizadas en 2021, que mostraron una fuerte caída respecto de las evaluaciones efectuadas dos años atrás.
Esta regulación se sumará a medidas como la extensión de los días y las horas de clases, que forman parte del plan desarrollado por el Ministerio de Educación de la ciudad para la recuperación de aprendizajes perdidos durante la prolongada cuarentena dispuesta durante la pandemia de coronavirus entre 2020 y 2021.
Todos los docentes de los niveles inicial, primario y secundario de la ciudad de Buenos Aires, tanto en escuelas del ámbito privado como del público, deberán entonces respetar las reglas del idioma español, sus normas gramaticales y los lineamientos oficiales para su enseñanza.
Mediante recomendaciones y guías prácticas elaboradas por el citado ministerio, los docentes accederán a las formas en que sí podrán emplear el lenguaje no sexista, contempladas por la Real Academia Española (RAE), sin necesidad de incurrir en deformaciones que entorpecen los aprendizajes. Estas innovaciones acarrearon graves problemas a entre el 10 y el 15% de personas que padecen dislexia –una de las principales causas del fracaso escolar– o a quienes son no videntes.
Los contenidos deben ser accesibles para los alumnos. Generarles frustración e impotencia es sumarles dificultades y favorecer el abandono. “La presencia del lenguaje inclusivo en ambientes alfabetizadores, en lugar de reforzar la adquisición del lenguaje, genera confusión”, explicó la ministra de Educación porteña, Soledad Acuña.
Creer que el uso de algunas letras o símbolos que confunden a los niños nos convierte en una sociedad inclusiva que valora la diversidad es cuando menos ingenuo
Este nuevo ordenamiento del uso del lenguaje para la comunicación con los alumnos, que incluye también la cartelería y las comunicaciones con las familias, en nada obliga a los docentes fuera del ámbito escolar o en sus vidas cotidianas, por lo que acusar de discriminatoria la medida o afirmar que vulnera la libertad de expresión, el derecho a la identidad y expresión de género es una manera más de pretender imponer otra forma de sesgo en sentido contrario, con el agravante de que contraría lo normado por la RAE a la fecha, además de dificultar seriamente los aprendizajes.
El gobierno porteño recogió, de este modo, la experiencia de Francia, donde las autoridades educativas desaconsejaron la llamada escritura “inclusiva”, por cuanto modifica el respeto de las reglas y representa un obstáculo para la lectocomprensión. Asimismo, tuvo en cuenta el caso de Uruguay, donde se dispuso que el lenguaje denominado “inclusivo” debe ajustarse siempre a las reglas del idioma español.
Nadie discute ya que la pluralidad y la inclusión son materias cuyo abordaje se debe fomentar también en el ámbito escolar. Pero creer que el uso de algunas letras o símbolos que confunden a los niños nos convierte en una sociedad inclusiva que valora la diversidad es cuando menos ingenuo.
Podríamos en todo caso proponer enseñar braille para comunicarnos con personas no videntes, o lenguaje de señas para facilitar el diálogo con personas hipoacúsicas, al igual que practicar la paciencia para interactuar con quienes tienen trastornos del espectro autista, o ahondar en el respeto al dirigirnos a los mayores.
Incluir no es cambiar letras. La verdadera inclusión requiere cambiar comportamientos.