Devaluación: falsa solución para tapar distorsiones
Una salida devaluatoria del peso sin plan o con un plan sin apoyo político solo convalidará desvíos; se impone corregir desajustes estructurales y generar un shock de confianza
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Desde que el Banco Central fue estatizado en 1946, se puso a disposición del populismo un instrumento que sirvió para convalidar distorsiones y tapar miserias seculares hasta convertir la decadencia en parte del “ser nacional”, como con Aerolíneas Argentinas, las licencias docentes o los “ñoquis” militantes. Desde entonces la vida cotidiana de los argentinos se ha movido al ritmo de tres movimientos secuenciales: el déficit fiscal, la emisión monetaria y la devaluación correctiva.
Ahora se observa el mismo “atraso cambiario” que caracteriza la transición entre el penúltimo y el último de esos movimientos. La reacción inmediata, luego de tantos años de experiencia, es presagiar –y aun recomendar– pasar al capítulo siguiente de ese ciclo que se juzga inevitable: la devaluación.
No hay dudas de que la subsistencia de un férreo control de cambios –el llamado “cepo”– y la peligrosa brecha cambiaria desalientan la entrada de divisas y la reactivación económica. Tampoco ayuda la tasa de interés negativa para licuar pasivos del Banco Central, aprovechando el encierro del “cepo”. Nada es nuevo bajo nuestro sol, pues siempre que se ha utilizado el ancla cambiaria para estabilizar, se ha terminado mal ante la pertinacia del gasto estatal. La “tablita” de Martínez de Hoz, el Plan Austral de Sourrouille y la convertibilidad de Cavallo lo demostraron.
No hay dudas de que la subsistencia de un férreo control de cambios y la peligrosa brecha cambiaria desalientan la entrada de divisas y la reactivación económica
Eso es ya sabiduría popular y hasta las amas de casa saben prevenirse con conductas especulativas, fruto de su sentido común y del instinto de supervivencia. Ni qué hablar de quienes operan en comercio exterior o mueven su liquidez en forma instantánea buscando diferenciales de corto plazo. De esas experiencias debemos aprender que ni el Ministerio de Economía, ni el Banco Central pueden solucionar por sí solos los problemas profundos de la Argentina. Bajo los desajustes fiscales subyacen intereses y situaciones sociales que dificultan o impiden la estabilización de forma sustentable.
Una devaluación sin plan o con un plan sin apoyo político solo sirve para convalidar desvíos, rendirse ante la realidad y tirar la toalla, como ha ocurrido una y mil veces. Basta recorrer las tapas de diarios desde 1950 en adelante (por ejemplo, 1958, 1962, 1975, 1981, 1989 y 2002) para encontrar grandes títulos anunciando devaluaciones, alzas de tarifas y aumentos salariales “nominales” para salir del paso y continuar sin soluciones de fondo. Estamos en 2024 y muchos no han aprendido de la experiencia.
“Es la confianza, estúpido”, diría Bill Clinton si fuese argentino para explicar, en pocas palabras, lo que técnicos detallan con análisis matemáticos como equilibrio cambiario. Es cierto que hay factores contantes y sonantes que afectan el nivel de reservas y los flujos hacia el futuro. Hay vencimientos de deudas financieras, pagos comerciales, regalías y dividendos acumulados, costosas opciones (“puts”) que penden sobre el Banco Central y demoras en liquidar las cosechas.
Un “shock de confianza” haría caer la cotización de los dólares alternativos hasta converger con el tipo de cambio oficial, permitiendo la eliminación del cepo y la regularización del mercado cambiario y la recuperación económica
Pero entre las razones últimas que dificultan recomponer reservas, hay desajustes estructurales cuya corrección es indispensable para eliminar el riesgo de crisis. Como la falla de San Andrés (California) que preanuncia catástrofes para quienes construyen en su proximidad, una economía que gasta más allá de sus posibilidades termina siempre en un terremoto institucional, con emergencias, licuaciones, “defaults” y la injusta distribución de la riqueza que denuncian los curas villeros.
Un “shock de confianza” haría caer la cotización de los dólares alternativos hasta converger con el tipo de cambio oficial, permitiendo la eliminación del cepo, la regularización del mercado cambiario y la recuperación económica. Para ser creíble, debe conducir a un equilibrio fiscal normal, sin artificios insostenibles, que mejoren los ingresos públicos ampliando la base imponible, reduciendo la presión fiscal sobre los pocos que pagan y eliminando impuestos distorsivos.
Sin embargo, detrás de cada gasto hay siempre un dueño que se rehusará a cederlo. Hemos visto su versión más ruidosa frente al Congreso de la Nación al debatirse la Ley Bases y escuchado las quejas de quienes defienden sus ingresos. No solamente hay sindicatos, movimientos sociales y silenciosos empresarios, sino también provincias y municipios que tironean sobre las transferencias del Tesoro Nacional para mantener sus estructuras de empleados, jubilaciones, pensiones y clientelismo.
Para evitar devaluar o hacerlo sin desatar una carrera de precios y salarios es indispensable un programa creíble que despeje el horizonte fiscal
Son muchas las batallas que deben librarse para lograr la panacea fiscal. Hay que corregir la desproporción insólita entre activos y pasivos, originada en la incorporación de 4 millones de jubilados sin aportes frente a la reducida cantidad de trabajadores formales. Se deben equilibrar precios relativos, ajustando las tarifas públicas y del transporte en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense, mientras se elimina el déficit de las empresas estatales, nichos de gastos y corrupción protegidos por el peronismo.
Para evitar devaluar o hacerlo sin desatar una carrera de precios y salarios es indispensable un programa creíble que despeje el horizonte fiscal. Ello exige una decisión política a nivel amplio y no solamente del gobierno de turno pues implica cambios estructurales como jamás se han realizado –salvo parcialmente en los años noventa– y que afectarán intereses en todos los ámbitos. Para generar la confianza que reduzca el riesgo país se deben dar señales firmes que garanticen que los cambios, esta vez, ocurrirán. Desde la crisis de la banca Barings, en 1890, no hay inversores que no conozcan la historia argentina y su cuento del lobo.
Sostener en el tiempo la estabilidad fiscal en un contexto de demandas sociales crecientes (salud, educación, seguridad, infraestructura) requiere un sector privado vibrante y de alta productividad que pueda aportar recursos crecientes al fisco. Por ello, se deben prever reformas que eliminen el “costo argentino”, con sus privilegios regulatorios y mercados cautivos. Desde la personería gremial única hasta los sectores protegidos, desde los aportes sindicales compulsivos hasta el régimen de Tierra del Fuego; sin olvidar la industria del juicio y los abusos camioneros; las inicuas tasas municipales y los aranceles profesionales obligatorios. La economía abierta al mundo requiere que las empresas puedan acceder al mercado de capitales, reconvertirse y competir con calidad y precio, sin la carga del “costo argentino”.
Sostener en el tiempo la estabilidad fiscal en un contexto de demandas sociales crecientes requiere un sector privado vibrante y de alta productividad que pueda aportar recursos crecientes al fisco. Para ello, se deben prever reformas que eliminen el “costo argentino”
Al no integrar nuestro país la Unión Europea como Irlanda, Grecia o Croacia, carece de las ventajas que la disciplina comunitaria y el mercado común les otorga para prosperar. Ello debe suplirse con acuerdos de libre comercio que faciliten crecer hacia afuera en un mundo ávido de nuestras riquezas y que no llorará si continuamos fracasando, sino que lo festejará para aprovechar nuestras debilidades.
La disponibilidad de enormes recursos naturales nos ha acostumbrado a contar con ingresos extraordinarios para evitar cambios incómodos, continuando con un sistema que enriquece a pocos y excluye a muchos. Si de verdad juramos “con gloria morir”, no debemos confiar en que unas grandes cosechas, el litio, el cobre o Vaca Muerta provean dólares para seguir gastando de más, mientras tapamos nuestras miserias con devaluaciones dañinas y ajustes tan dolorosos como inconducentes.