Del fuego a la recuperación
Hace pocas semanas, ante los ojos atónitos y entristecidos del mundo entero, las llamas consumieron parte de la iglesia de Notre Dame , la imponente catedral parisina, una joya de la arquitectura y, para los católicos, guardiana histórica de la fe de la que un arriesgado y valiente capellán de bomberos logró rescatar santas reliquias como la corona de espinas de Cristo, parte de la cruz y un clavo que allí se custodiaban. La acción decidida de los bomberos de la Ciudad Luz evitó que el desastre fuera aún mayor.
La estructura edilicia de Notre Dame, pese a la destrucción, se mantuvo en pie. El gobierno francés salió prontamente a anunciar que la catedral será reparada, apelando a la paciencia que demandará completar tan vastos y complejos trabajos. Desde el interior profundo del país galo, también instantáneamente, llegaron numerosos compromisos solidarios de aportes de fondos para la anunciada labor, que se sumaron a aquellos formulados también desde el exterior y a los que se promueven desde la página web (www.notredamedeparis.fr/). A juzgar por los anuncios, pues, la bellísima Notre Dame podrá ser, seguramente, restaurada.
Habrá que revisar los protocolos y las medidas que debieron tomarse para haber evitado esta catástrofe. El incendio, aparentemente accidental podría haber comenzado con una colilla de cigarrillo en un emblemático edificio que estaba en reparaciones, pudo haberse evitado. La advertencia ha de extenderse a todos los monumentos de valor histórico, no solo de Francia, sino del mundo entero. Asumir un claro compromiso con la protección de obras del patrimonio artístico e histórico, tal el caso de Notre Dame, es prestar debidamente el servicio de guarda por todo aquello que testimonia el avance de una civilización. Hay edificios y bienes que no silo son hoy irreemplazables, sino que integran el devenir de una nación, de un pueblo, de una identidad compartida con la que se asocian. El ser nacional, así expresado, pasa a ser reconocido por todos en lo que significa, tanto así que incluso se vuelve blanco de organizaciones terroristas lanzadas a la violencia y la destrucción, con indeseada frecuencia, ensañadas con un modo de vida y una cultura distinta a la propia y con la que, clara y salvajemente, desean terminar. Las Torres Gemelas o el Pentágono en Estados Unidos; la ciudad histórica de Al Karak, en Jordania; la muralla de Nínive, en Irak; las estatuas asirias del Museo de la Civilización, en Mosul, o las ruinas de la ciudad de Palmira, en Siria, son solo algunos ejemplos de ello.
El fuego arrasó también con la biblioteca de Sarajevo, el Gran Teatro de Ginebra, la Fenice de Venecia, el Castillo de Windsor y el Teatro Liceo de Barcelona, espacios todos ellos reconstruidos.
Hoy el mundo llora ante el desgraciado incendio de Notre Dame, testigo de la historia y centinela de una cultura. Detrás de la gruesa humareda en aquel atardecer parisino, el fuego pareció consumir parte de un pasado de belleza y grandiosidad que, ciertamente, hoy se encuentra depreciado para muchos, pero en cuya defensa no hemos de cejar. Aquellas imponentes construcciones nos cuentan una historia. Frágil, por cierto, frente a la cual las sociedades hemos de asumir el devenir del tiempo, incluido aquello que este va dejando atrás, incorporando lo nuevo y actual. Confiamos en que la reconstrucción de Notre Dame sea, en su momento, otro ejemplo acabado de esto. Del rescate integrador de un valioso pasado con lo novedoso del presente, surgirá para las nuevas generaciones la mejor plataforma de despegue para un futuro cargado de esperanza.