De Erasmo, el humanista, al fraile ajedrecista
Cuando los recursos públicos se acaban, llega la hora de la verdad, aunque haya quienes, en nombre del “Estado presente”, reclamen proseguir con las recetas inflacionarias
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Erasmo de Rotterdam (1467-1536), llamado “el príncipe de los humanistas”, proclamó su fe en la humanidad frente a la oscuridad de siglos pasados, aspirando a una sociedad donde cada persona fuese reconocida como tal y no como un número en planes ajenos. Su contemporáneo toscano, Fray Luca Pacioli (1445-1517) fue un fraile franciscano, matemático, contador y ajedrecista, amigo de Leonardo da Vinci y reconocido por su invento de la partida doble, base de la contabilidad moderna.
Quinientos años más tarde, sus auras encienden nuestro debate público como armas arrojadizas en sentidos que ellos no hubieran imaginado. El ajuste de las cuentas públicas para alcanzar el “déficit cero” ha provocado reacciones adversas con marchas y abrazos, ocupaciones y manifiestos, quejas y sollozos de alumnos y profesores, médicos y enfermeras, psicólogos y pacientes, familiares y adherentes.
En ese torbellino de carteles, clamores y reclamos, se tildan de inhumanas las abruptas estrecheces libertarias por violentar la moral de Erasmo, el humanista, y se denuesta al fraile ajedrecista por tratar a los afectados como peones de un tablero.
El ajuste de las cuentas públicas para alcanzar el “déficit cero” ha provocado reacciones adversas con marchas y abrazos, ocupaciones y manifiestos, quejas y sollozos de alumnos y profesores, psicólogos y pacientes, familiares y adherentes
Cuando los recursos públicos se acaban, llega el momento de la verdad. Quedan a la vista y en desamparo organismos que fueron creados para satisfacer necesidades colectivas durante tiempos mejores. Por lo menos, en los papeles. Se aplaudieron leyes, se pusieron piedras fundamentales, se inauguraron sedes (varias veces), se dieron discursos, se convocaron multitudes, se hicieron organigramas, se crearon cargos, se designaron agentes y se abrieron puertas a sectores de la población que los adoptaron como habituales, ignorando que no eran sustentables. Y al momento de la verdad, ahora reclaman por la insensibilidad de la partida doble.
Pero a Erasmo no basta con invocarlo, también hay que merecerlo. Cuando el dinero inflacionario corre a raudales, a nadie le preocupan las distorsiones que presagian catástrofes subsiguientes. Cuando los precios suben por el ascensor y los sueldos por la escalera, nadie recuerda al fraile Luca Pacioli porque, sin verdadera moneda, es imposible calcular valores ciertos. La inflación es bendición de los malos gobiernos pues les permite anunciar paliativos a los males que ellos mismos provocan, en nombre de un Estado presente. Hasta que alguien debe enfrentarla con motosierra.
Como bien lo señaló el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, en la misa de Luján, “frente a la crisis, los sabios buscan soluciones y los mediocres buscan culpables”, refiriéndose al índice de pobreza, recién publicado. Y tiene razón, porque es imposible atribuir ese drama solamente a un gobierno, sin recordar las causas de fondo que se arrastran desde hace décadas.
La corrupción kirchnerista no es causa suficiente de la crisis. Solo el final de una degradación anterior de gastar y malversar, olvidando que no hay humanismo posible si los números no cierran
Y es verdad, pues la corrupción kirchnerista con sus bolsos, fajos y conventos; cuadernos, arrepentidos y compungidos; cajas, cofres y baúles; retornos, sobreprecios y casinos; secretarios, asesores y choferes; comedores, punteros y operadores, no es causa suficiente de la crisis. Solo el final de una degradación anterior de gastar y malversar, olvidando que no hay humanismo posible si los números no cierran.
Es antiquísima la crítica trivial al equilibrio presupuestario. Roberto Dromi, exministro de Carlos Menem, llamó a su colega Antonio Erman González “contador sin visión política” y Cristina Kirchner declaró que “el balance de una empresa se cierra con pérdida o con ganancia”, pero “el balance de un país, por cuántos argentinos quedan adentro y cuántos afuera”. Y cuando el ajuste arrecia, cada situación dolorosa es bandera política para objetar el resultado, aprovechando la voz de quienes se manifiestan afuera.
Los estudiantes abrazan universidades y ocupan colegios repitiendo consignas ajenas, sin debatir los desafíos de la financiación educativa en sus tres niveles. Repiten lugares comunes ignorando los límites impuestos por la realidad y en algunos casos, recurriendo a la violencia para tapar con piedras la falta de razones. En materia universitaria, ¿cuánto termina costando el ingreso irrestricto?, ¿cuál es la proporción de egresados respecto de los inscriptos?, ¿cuántos años cursan hasta graduarse?, ¿cuántos extranjeros aprovechan la gratuidad y vuelven a sus países?, ¿por qué se rehúsan las auditorías externas? Y, en los primeros niveles educativos, ¿cuánto cuestan las suplencias, por licencias abusivas de los estatutos docentes?, ¿y el costo de los paros para alumnos, familias y los propios educadores?, ¿y el costo social de eliminar la repitencia, de suprimir exámenes, de evitar calificaciones?
Los estudiantes abrazan universidades y ocupan colegios repitiendo consignas ajenas, sin debatir los desafíos de la financiación educativa en sus tres niveles
La Argentina acentuó su decadencia por no pensar en el largo plazo, como lo hubiera aconsejado el fraile ajedrecista, mientras crecía el desborde del Estado. Millones de jubilados que no realizaron aportes previsionales desequilibran el sistema jubilatorio; el “combate al capital” expulsó trabajo regular hacia el empleo informal; tarifas subsidiadas frenaron inversiones y obligan a cortes de energía; planes sociales sin salida laboral multiplicaron los excluidos; multitudes de amigos y parientes pueblan las burocracias provinciales y municipales. Esas desmesuras mellaron las bases de la “movilidad social ascendente” que funcionó en tiempos mejores: educación pública y gratuita, salud accesible, cultura popular, transporte confiable, seguridad barrial, infraestructura moderna y otras más. degradadas por el populismo.
Cuando esos cimientos se corroían, a vista y paciencia de todos, no se recuerdan marchas ni abrazos, ni quejas, ni sollozos de alumnos, ni de profesores, ni de médicos, ni de enfermeras; ni de psicólogos, ni de pacientes; ni de familiares, ni de militantes enfervorizados por defender las mismas instituciones que ahora los movilizan, cuando estaban aún a tiempo de salvarlas.
Para recuperar el nivel de vida que la mayoría perdió hace ya años, es indispensable que el Estado reduzca su tamaño a una dimensión que pueda financiarse, dando prioridad a las bases del capital social destruido por su desmadre. Y para que la capacidad de financiarlo pueda crecer, el aparato productivo debe alinear sus precios con el exterior. No más el “vivir con lo nuestro” que conduce a crisis regulares de balanza de pagos y apuntando, en cambio, a la competitividad como meta económica para mejorar las metas sociales. Así lo enseñaría el fraile Pacioli, observando las fuertes torres y los rápidos alfiles que pueden movilizarse en la Argentina.
Alcanzar los niveles de prosperidad que permitan hacer realidad los derechos que reclaman tantos ciudadanos requiere un cambio cultural profundo. Y aprender que un proyecto de convivencia inspirado en los valores de Erasmo siempre deberá encuadrarse en los principios inflexibles del fraile Luca Pacioli
El gobierno de Javier Milei redujo aranceles de importación en casos de protección excesiva en su gradual camino de apertura. Pero el cambio estructural se enfrenta con distorsiones que se han realimentado entre sí pues unas son costo de otras. Para ser competitivas, las empresas requieren bajo costo del capital (“riesgo país”) y de la presión fiscal, con eliminación de los abusos sindicales, la industria del juicio y las regulaciones de privilegio. Ello ocurrirá a medida que se consolide el déficit cero y el ministro Federico Sturzenegger desbroce el camino, sin prisa y sin pausa, con rigor de cura franciscano.
Alcanzar los niveles de prosperidad que permitan hacer realidad los derechos que reclaman tantos ciudadanos requiere un cambio cultural profundo. Y aprender, desde la más tierna infancia, que un proyecto de convivencia inspirado en los valores de Erasmo, el humanista, siempre deberá encuadrarse en los principios inflexibles que enseñó Luca Pacioli, el fraile ajedrecista.