Cuestionables políticas culturales
El Fondo Nacional de las Artes (FNA) convocó a un particular Concurso de Letras 2020 limitado a obras de los géneros literatura de terror, ciencia ficción y fantástica, excluyendo las categorías habituales de novela, cuentos, poesía y ensayo.
Este tradicional certamen literario premió, a lo largo del tiempo, a distinguidos representantes de nuestras letras. La novedosa exigencia de acotar la convocatoria a unos pocos géneros, que excluye a los poetas, llamó la atención. En declaraciones periodísticas la directora del área de Letras del FNA, Mariana Enriquez, pretendió aclarar que se trata de "un concurso único, que se hace este año nada más".
Algunos de los integrantes del FNA que defienden esa iniciativa lo han hecho sobre curiosos argumentos. Que los elegidos son géneros "sobre los que las mujeres pueden escribir (...) porque están capacitadas para cualquier cosa" ha sido uno de los más llamativos, expresión de una visión reduccionista y distorsionada, que parte de una premisa cuando menos equívoca, si no manifiestamente falsa, como la de plantear que hay géneros literarios más accesibles para hombres que para mujeres, y viceversa.
Un premio literario debe promover y resaltar la calidad. Cómo imaginarlo solo para mujeres o solo para hombres, algo absolutamente irrazonable. Tanto como obligar a respetar cupos para empleos o cargos públicos.
Con el argumento de que los concursos regionales de este año incentivan el federalismo, los escritores del interior quedan ellos también "acorralados" sin acceso a los mercados, medios de prensa y recursos de proyección nacional, logrando el efecto inverso al buscado. No faltan quienes acusan a Enriquez de pretender favorecer los géneros o subgéneros que ella, como escritora, frecuenta en una pretensión por reivindicarlos de su cualidad de "marginados".
La presidenta del FNA, Diana Saiegh, a través de controvertidas declaraciones públicas luego rectificadas se refirió a los poetas al decir que están "acostumbrados a que el Fondo sea un proveedor permanente", marcando el sesgo de su posición, contrario a la transparencia y la objetividad que deben regir las actividades estatales en general y las de los organismos de fomento a las artes en particular.
También se ha dicho, en este mismo contexto, que las autoridades culturales "tienen derecho a decidir cómo dirigir y orientar". El sesgo totalitario de esas palabras –creemos que dichas a la ligera, si no fuera porque intentos semejantes se han producido en otras áreas de la vida del país– no es desdeñable. El triste realismo socialista soviético fue fruto de esfuerzos de ingeniería cultural. LA NACION ya ha manifestado su preocupación por este tufillo autoritario que emana de quienes creen tener facultades para modificar y modelar la cultura nacional.
Según los principios de su creación como organismo autárquico, en 1958, el FNA, al operar como una entidad financiera de fomento de la actividad cultural, administra recursos financieros. El argumento de que estos son ahora escasos no sirve para explicar una convocatoria limitada a ciertos géneros literarios. Por otra parte, los tiempos difíciles son a veces más fértiles que los de bonanza para las creaciones del espíritu, y la tarea del FNA debería incrementarse.
Cabe preguntarse si sus actuales autoridades mantienen la política de exigir a quienes desaprensivamente lo olvidan el cumplimiento estricto de sus obligaciones hacia el FNA. Aunque suene prosaico, una de sus misiones no es solo distribuir, sino también recaudar.
La reclusión a la que los argentinos nos hemos visto obligados durante la pandemia aumentó enormemente la oferta de productos audiovisuales que han hecho más llevadero el aislamiento social. Además de lamentarse por supuestamente tener que trabajar más habrá que preguntarse si el FNA ha sabido aprovechar las circunstancias para difundir el repertorio musical, cinematográfico y televisivo sujeto al dominio público que integra la base del patrimonio del organismo.