Cuasimonedas para cubrir derroches
En vez de recortar decididamente el gasto, encarando una urgente reforma, el gobernador Quintela echa mano de fracasadas recetas del pasado
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En trámite acelerado propio de una provincia en la que la división de poderes es mera ficción, el bufonesco gobernador de La Rioja acaba de hacer aprobar en la Legislatura la emisión de $22.500 millones en cuasimoneda, resta definir si física o virtual, para pagar el 30% de los salarios de los empleados públicos. “Bienvenidas las monedas provinciales a la competencia”, celebró el presidente Milei, advirtiéndole que de ninguna manera van a ser rescatadas por el Estado nacional.
La Rioja reclama al Estado nacional una deuda por coparticipación que llegará a la Corte, en tanto el presidente Milei cuestiona que el gobernador Ricardo Quintela no tenga plata para la policía cuando sí la tuvo para contratar a la cantante Lali Espósito. Quintela fue uno de los gobernadores que promovieron la reforma de la ley de impuesto a las ganancias, un gravamen coparticipable, en busca de votos para el excandidato oficialista a presidente Sergio Massa, provocando la disminución de recursos para las provincias.
Estas actitudes demagógicas traen estos problemas. En su cortedad de miras, vuelven a golpear las puertas del gobierno nacional en busca de nuevos recursos para el derroche, de modo de sumarlos a las escandalosas cifras que ya algunas provincias perciben en función de compensaciones por las reformas introducidas al sistema de coparticipación federal. Lo recibido no hace más que fortalecer las oligarquías patrimonialistas imperantes en algunos distritos, vergonzosos feudos de políticos y empresarios prebendarios.
El remanido argumento de provincias pobres es una falacia. Sí hay en la Argentina, producto de la inflación y de las políticas que desalientan las inversiones, cada vez más pobres. La realidad es que las llamadas provincias pobres reciben recursos generados en solo seis distritos, sobre todo de la provincia de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Lejos de usar esos recursos para desarrollarse, se ponen al servicio de beneficiar a las dirigencias gobernantes. Los pobres terminan emigrando a los grandes centros urbanos, ya de por sí desfinanciados por las deformaciones del sistema de coparticipación federal.
En 2022, La Rioja recibió 442.000 pesos por habitante en concepto de coparticipación, mientras que la provincia de Buenos Aires percibió 113.000 pesos y la ciudad de Buenos Aires, 61.000 pesos, a pesar de aportar el 60% de la recaudación coparticipable. La Rioja, con 383.869 habitantes, aporta el 0,6% del PBI nacional y su presupuesto está financiado en más del 90% por la coparticipación federal.
El problema de esta provincia no es la baja de la coparticipación. El verdadero escollo está en las políticas de desaliento a la inversión del gobernador Quintela en minería, en Famatina, y las que se planeaban para la explotación de litio. Casi el 70% de los riojanos con empleo formalizado son empleados públicos. En los últimos 10 años no se generó un solo puesto de trabajo privado. La provincia tiene empresas agrícolas, industriales, de servicios, transporte –unas cuarenta en total– sin ningún control y puestas al servicio de los intereses electorales de su sátrapa gobernante. Basta recordar cómo fue fotografiado repartiendo billetes en plena campaña electoral, una ofensa a la dignidad de sus comprovincianos.
La Rioja disputa con Formosa y Santiago del Estero el peor lugar en índices educativos, tanto en graduación como en conocimientos de quienes concluyen los ciclos primario y secundario. No es casual que se den estas situaciones en provincias con gobernantes que comparten la misma concepción patrimonialista del poder.
Algunos en la Rioja se ilusionaron con que Quintela cumpliera su palabra cuando anunció que, si Milei ganaba las elecciones, renunciaría al cargo de gobernador. Tal vez esto pudo haber influido para que el actual presidente ganara también en esa provincia. Está visto que Quintela dista de ser un hombre de palabra; es simplemente un impresentable que avergüenza a la gente que recuerda que la Rioja fue la provincia de estadistas de la talla de Joaquín V. González.
Sin negar que gran parte de su territorio es semiárido y con regímenes de lluvias escasas, no se puede afirmar que La Rioja sea una provincia pobre. Está demostrado en el mundo moderno que la mayor riqueza radica en la población, en la medida en que se brinden oportunidades para una educación de calidad. A gobernantes como Quintela no les interesa promover la educación. Alcanza con recordar el grave insulto que les profirió a maestras que reclamaban por el atraso en sus sueldos hace unos meses.
La Cordillera de los Andes es una fuente de riqueza, como lo demuestran la vecina provincia de San Juan y algunos logros que está alcanzando Catamarca. Si tomamos las altas cumbres andinas, desde Mendoza al norte, puede verificarse que, 120 kilómetros al oeste, tienen niveles de vida superiores al argentino más de veinte millones de chilenos. La misma distancia hacia el este solo la habitan tres millones de personas. Indudablemente la diferencia no radica en los dones de la geografía, sino en las decisiones de quien ejerce el poder.
El gobernador está cosechando lo que sembró. Incurrió en exceso de gastos en personal innecesario y en emprendimientos ridículos como crear una empresa aérea para dos vuelos semanales a Buenos Aires, sumado a supermercados, bodegas, fincas, obras públicas de baja rentabilidad social para beneficiar a empresarios amigos, siempre buscando fondos nacionales adicionales a la coparticipación.
En vez de hacer lo que se debe, que es reducir el gasto y promover la inversión, se opta por emitir una moneda que perjudicará a los riojanos. Es una mala película que hemos visto reiteradas veces en el pasado.
Resulta indudable que el país requiere de una reforma fiscal para que los recursos contribuyan al desarrollo productivo, ayuden a equilibrar el territorio, faciliten la igualdad de oportunidades sin importar el lugar donde se viva. Basta de estar al servicio de estas oligarquías saqueadoras de las riquezas de todos, grotescas por su primitivismo y desfachatadas por su obsceno tren de vida. Flotas de aviones y helicópteros transportan a los mandamases de estos feudos, a la vista de sus pueblos, aquejados por carencias de todo tipo.