Cuando el miedo es zonzo
Tapizar de temores el camino a las elecciones no le rindió buenos frutos a la coalición oficialista frente a una sociedad harta de los abusos de poder y de la falta de soluciones
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La desembozada arremetida de algunos de los principales dirigentes del oficialismo por sembrar el camino hacia las PASO del domingo último con la semilla del miedo ha tenido un resultado inesperado para quienes hacen de la violencia verbal su culto político: lejos de amedrentarse, la amplia mayoría de los electores le ha dado la espalda a quienes pregonan el temor y el caos. Esa más que importante porción de la ciudadanía demostró a aquellos representantes de la coalición gobernante que, en ciertos casos, el miedo sí es zonzo.
¿Depondrán los cultores del odio las armas en el camino a las elecciones generales de octubre? Es difícil. El peronismo en sus distintas versiones nunca supo asimilar la derrota y, como le gusta decir a la vicepresidenta Cristina Kirchner, siempre ha ido y aspira a ir por todo.
Valga un ejemplo concreto de ese malsano afán por redoblar las más peligrosas apuestas: no habían pasado 24 horas del cierre de los comicios del domingo cuando se le oyó presagiar al ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, que, “si lo que la oposición dice es lo que va a hacer, esto solo se cierra con represión. Van a tener muertos, van a tener sangre”.
La desmesura en los términos que profiere el kirchnerismo es directamente proporcional a su temor de perder el dominio de un nefasto sistema corporativo
La frase, a todas luces destituyente, no es nueva en boca de este funcionario. Remite a la que había pronunciado en términos similares en abril último cuando los comicios asomaban todavía lejanos. Y no fue el único en alistar tempranamente las habituales fuerzas de choque de las que se vale el Gobierno para intentar llevar agua para su molino. Daniel Menéndez, de Barrios de Pie, con idéntica lógica desestabilizadora, había preanunciado respecto de un eventual gobierno de Horacio Rodríguez Larreta que no duraría “ni una semana” si lo que pretendía era “avanzar sobre los derechos de los trabajadores”. También sumó su agorero pronóstico el violento intendente de Ensenada, Mario Secco, quien, a caballo de la inexistente proscripción electoral de la vicepresidenta, lanzó una advertencia temeraria: “Si tocan a Cristina, vuelan todos en pedacitos”.
A esa nefasta lista de augurios macabros y amenazas explícitas se sumaron las de otros siniestros personajes, como el gobernador formoseño, Gildo Insfrán, con su “todo lo que dice la oposición va a ser con derramamiento de sangre porque es insostenible”; Gregorio Dalbón, abogado de la presidenta del Senado, con su “si Cristina va presa, correrán ríos de sangre”, y el hoy exprecandidato a presidente Juan Grabois, con su “que vengan que la vamos a pelear y, en un año y medio, se van en helicóptero”.
Si ya resultan desmadradas esas frases en boca de algunos representantes de segunda y tercera línea del oficialismo, constituyen expresiones peligrosísimas las de dos dirigentes que siguen en carrera hacia octubre: Axel Kicillof y Sergio Massa, candidatos a la reelección en la gobernación bonaerense y a la presidencia de la Nación, respectivamente. Mientras Kicillof sostuvo que “la derecha está dispuesta a asesinar gente”, Massa vinculó irresponsablemente a Rodríguez Larreta con el suicidio del doctor René Favaloro, tildó a Patricia Bullrich de montonera –no obstante haber hecho la candidata opositora una autocrítica sobre su paso por la Juventud Peronista en los años 70– y acusó falsamente a Juntos por el Cambio de planificar el desguace del PAMI, cuando solo se ha hablado de poner fin a la corrupción en ese ente, como en tantas otras dependencias públicas usufructuadas por los amigos del poder en su exclusivo beneficio privado.
No hay escenario en el que el kirchnerismo más cerril se prive de hacer gala de violencia. Ya había ocurrido a principios del corriente mes en el Congreso, en una de las reuniones de la Comisión de Juicio Político en la que un oficialismo perezoso para sancionar leyes clave para el país gasta su tiempo en promover un tan absurdo como improcedente juicio a la Corte Suprema de Justicia de la Nación. A voz en cuello durante un debate, el impresentable diputado kirchnerista Rodolfo Tailhade invitó a pelear al legislador de Juntos por el Cambio Francisco Monti. “No durás un minuto”, lo amenazó.
Hay que sumar a esta larga lista la disparatada advertencia del ministro de Trabajo de la provincia de Buenos Aires, Walter Correa, dirigida a los militares y científicos que el domingo pasado votaron mayoritariamente en la Antártida por el candidato presidencial Javier Milei: “Al rompehielos Irízar lo mantiene el Estado, o sea que, si gana Milei, se van a tener que quedar”.
La desmesura en los términos que profiere el kirchnerismo es directamente proporcional a su temor a perder el dominio del nefasto sistema corporativo que ha logrado llevar a niveles estrafalarios. Empresarios amigos del poder históricamente subsidiados, medios de prensa cooptados con suculentas pautas publicitarias y prebendas de todo tipo, sindicatos parasitarios que hace tiempo trocaron la defensa de los intereses político-partidarios por la de sus representados y señores feudales que se hicieron fuertes consolidando la miseria de pueblos cautivos del empleo estatal son los principales interesados en militar lo que se ha dado en llamar “golpismo anticipado”.
Lejos del progresismo del que alardean, el Gobierno y sus acólitos hacen gala de un conservadurismo escabroso, de una lógica nepotista a la que han investido de política de Estado. En esa desesperación por mantener el statu quo se manifiesta su ADN tiránico. Como bien ha dicho Joaquín Morales Solá, “el autoritarismo es un recurso de gobiernos frágiles cuando saben que han perdido”.
Echar mano del miedo no le ha rendido al oficialismo en las últimas PASO. Se trata de un recurso agotado como estrategia de cooptación en una sociedad que mayoritariamente ha dicho basta a los abusos del poder y la falta de soluciones.