Crear pobreza es alentar un reventón
Las políticas regresivas y populistas solo crean daño profundo a la ciudadanía; es hora de que el Gobierno tenga en cuenta los estrepitosos fracasos del pasado
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La Argentina ha ingresado en un círculo vicioso que no hace más que agravarse ante la forma en que el Gobierno solo hace populismo cuando dice que intenta revertir la creciente pobreza. La primera candidata a diputada nacional por el kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires, Victoria Tolosa Paz, promueve una ley para aumentar los impuestos a las grandes empresas y patrimonios. Argumentó que así se incrementarán los planes sociales. Aunque luego intentó desdecirse, el sindicalista y también candidato Sergio Palazzo ratificó aquella amenaza. Por lo visto, estos candidatos quieren hacer creer que de esa forma podrán sacar de la pobreza a la creciente cantidad de habitantes que la padecen. Si fuera así, sería fácil eliminar la pobreza del mundo, ya que no habría más que aumentar impuestos. Es también común escuchar, sin ninguna referencia a nuevos impuestos, que para reducir la pobreza basta con incrementar la asistencia con más planes sociales. Como si el dinero del Gobierno viniese del aire. Este camino ya se ha probado en el país sin haber podido reducirla, al tiempo que ha deteriorado la cultura del trabajo, como ya lo hemos tratado en recientes editoriales. Ya son millones de personas y hogares que reciben un plan social, que responden a intermediarios que los movilizan y que rechazan cualquier oferta de trabajo formal.
Lamentablemente, mucha más gente de la que se supone desconoce las reglas básicas de la economía. Además, toda propuesta de “quitarles a los ricos para darles a los pobres” alimenta los sentimientos de resentimiento y envidia, tristemente extendidos, que el Gobierno propicia cada vez más. El populismo aprovecha estas debilidades en tiempos electorales.
Tolosa Paz y Palazzo no advirtieron que lo que se lograría con más impuestos sobre los ya prohibitivos sería reducir aún más las inversiones y la creación de empleos. Peor aún: habiéndose iniciado ya un éxodo de empresas y empresarios corridos por la inmensa presión impositiva, este escape se acentuaría. Se liquidarían puestos de trabajo y la pobreza no se reduciría, sino todo lo contrario.
Estamos frente a un círculo vicioso que crece como una bola de nieve. Está impulsado y alimentado por la política oficial. Más asistencialismo implica más gasto y más déficit. Cuando el elevado nivel de la deuda pública impide el acceso a nuevos préstamos, el Gobierno pretende aumentar la recaudación con más impuestos. Cuando ya no se puede aumentar la recaudación, emite dinero y produce inflación, también con efecto pobreza. Entonces, se crean más planes sociales y crece el círculo vicioso. Se intenta atacar la inflación retrasando el valor del dólar oficial, congelando tarifas y controlando precios. Mientras tanto, aumenta el riesgo país, que arrastra hacia arriba la tasa de interés, desalentando inversiones y produciendo recesión, más desempleo y más pobreza. La brecha cambiaria se amplía y genera incentivos crecientes para comprarle dólares baratos al Banco Central, pero no para venderle. Se subfacturan exportaciones y sobrefacturan importaciones. Se devuelven anticipadamente deudas en el mercado oficial, pero no se los vende allí. Las reservas caen y amenazan esfumarse. Si no se interrumpe la fatal escalada, el final será inevitablemente una devaluación y un mayor golpe de inflación. Lo que podría llamarse un “reventón”.
Hemos conocido episodios de este tipo en nuestra historia. El Gobierno debería estudiarlos para introducir las correcciones y evitar otro inmenso daño a la ciudadanía. Ya no se trata de desvíos coyunturales que puedan subsanarse fácilmente. Hay deformaciones estructurales cuya corrección demandará cirugía mayor. El nivel del gasto público creció de un 30% del PBI en 2002 a un 45% durante las dispendiosas gestiones presidenciales del matrimonio Kirchner. Una corrección virtuosa debe incluir una reducción del aparato estatal y del enorme gasto que ocasiona. Esto requerirá crear empleo privado promoviendo inversiones en un escenario económico e institucional que despierte confianza y optimismo. Para ello deberán instrumentarse a un mismo tiempo las demás reformas estructurales: la gradual pero sustancial supresión de los planes sociales sustituidos por empleo genuino, la reforma laboral, la reforma impositiva y de la coparticipación federal, la reducción de la presión impositiva, la apertura externa, la eliminación del cepo cambiario, la desregulación, la normalización de las tarifas de servicios públicos y la reprivatización de las empresas públicas estatizadas. Estamos en una situación crítica que evoluciona hacia otra peor. Es hora de actuar con rapidez e inteligencia para revertir el proceso. Debemos reinsertarnos en el mundo, lo requiera o no el FMI. Las doctrinas oficiales que alimentan el pobrismo no satisfacen el reclamo de una sociedad cansada que merece un futuro de desarrollo e inclusión.