Condenados a la soberbia y el aislamiento
El trato irrespetuoso que la Presidenta dispensó a estudiantes universitarios en los Estados Unidos contribuyó a dañar aún más la imagen de la Argentina
Aunque le duela a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, la única verdad es la realidad. Y su reciente paso por los Estados Unidos, en especial por las dos universidades donde se sometió a las preguntas de sus estudiantes, demostró la triste percepción que en esos ámbitos se tiene de la Argentina: la de un país cuya confiabilidad está gravemente dañada.
Las preguntas de los jóvenes de las prestigiosas universidades de Georgetown y de Harvard superaron claramente a las respuestas de la primera mandataria argentina. Que esos interrogantes se centraran en la inflación, en la falta de transparencia de las estadísticas oficiales y en el cepo cambiario –problemas que inexplicablemente la Presidenta se empeñó en negar–, dejaron al descubierto cuál es la imagen que de la Argentina y de su actual gobierno prevalece en los centros mundiales donde se toman las grandes decisiones.
Si los problemas de la Argentina no encontraron en la jefa del Estado una respuesta acorde, capaz de despejar las innumerables dudas y de seducir a algún inversor extranjero, la actitud de soberbia lindante con la falta de respeto con que la Presidenta trató a algunos estudiantes que la incomodaron con sus preguntas añadió un condimento más a la mala imagen de nuestro país.
No es habitual que un mandatario extranjero invitado a exponer ante estudiantes de dos de las más importantes universidades de los Estados Unidos y del mundo utilice fórmulas tan impropias de una investidura presidencial y tan despectivas para referirse a jóvenes que, por otra parte, carecían del derecho al debate o a la repregunta. Cuestionar a un estudiante porque tenía anotada su pregunta en "un papelito", insinuar que alguien les habría dicho a estos jóvenes lo que debían preguntar o hablar de falta de rigor académico, justamente en Harvard, porque en una Escuela de Gobierno se le formulaban más preguntas sobre su relación con la prensa que sobre sus políticas, revelan detalles de la grotesca actuación de la mandataria argentina, que sólo pueden provocar vergüenza entre sus compatriotas. Algo sólo superado por las evidentes falsedades en que incurrió.
En la Universidad de Harvard, la Presidenta no sólo pretendió dar cátedra sobre la "crisis mundial", pese a que, a juzgar por las preguntas que le hicieron los estudiantes, a nadie le interesaba que se refiriera a otra cuestión que no pasara por los problemas de su país. También la jefa del Estado abogó por el fin de las políticas comerciales proteccionistas por parte de los países centrales. Paradójicamente, nada dijo sobre las enormes trabas que su gobierno le ha puesto al comercio exterior y sobre las enormes dificultades para importar numerosos insumos, que convierten a la Argentina en uno de los países más proteccionistas de la Tierra.
Las tensiones comerciales externas irresueltas de nuestro país son bien conocidas y han ido en constante aumento. Sólo en la primera mitad del año, las autoridades argentinas han generado conflictos con 47 socios comerciales, que representan nada menos que el 65 por ciento de nuestras exportaciones totales. Actitud que ha recibido el certero nombre de "diplomacia del maltrato".
A esto hay que sumar las severas restricciones cambiarias, que afectan a propios y ajenos, dañan nuestra relación con el resto del mundo y retraen la inversión y el crédito, a la vez. Vivimos acostumbrados a la esquizofrenia de reglas cambiantes y de sorpresivos e irracionales cambios de rumbo, dentro de un marco de creciente anomia. Sin horizonte predecible alguno, salvo el de nuestras constantes actitudes patológicas.
La Argentina hoy es un país dirigista movido cada vez más por un fuerte imperativo intervencionista, que transita velozmente hacia el estatismo como destino final. En paralelo, nos hemos transformado en una nación autoritaria, con un gobierno de conductas discrecionales y absolutamente caprichosas. Un gobierno proclive a los zarpazos contra todo lo que genere alguna renta. Un gobierno que, además, ha transformado el ?desorden monetario en una suerte de religión y al que le importa poco la palabra empeñada.
Vamos a contramano de lo que hacen los países de la región con economías abiertas, los que más crecen y, mal que nos pese, los que más se modernizan, como Chile, Colombia, México o Perú. Y ya no somos el país de la región con el mejor nivel de vida ni el que tiene el ingreso per cápita más alto.
En contrapartida, buscamos vincularnos estrechamente con regímenes autoritarios como Venezuela, Ecuador o Angola, con perfiles similares a los nuestros en materia de dirigismo económico, con un sector externo opaco, con corrupción reconocida y plagados de la misma discrecionalidad administrativa que practicamos. Como si sólo allí pudiéramos estar cómodos o convencidos de que éste y no otro es el camino a seguir.
Un país aislado, con autoridades incapaces de ensayar una mínima autocrítica, es un país que se retrasa. Que se empequeñece y que, inevitablemente, condena a toda su sociedad a tener que aceptar una disminución relativa en su nivel de vida. No es poco y sus responsables están a la vista.