Cómo evitar más robos en museos
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Poco más de un mes atrás, y con motivo de los robos ocurridos en el Museo Británico de Londres, desde estas columnas llamamos la atención sobre la necesidad de proteger el patrimonio de nuestros museos nacionales.
Comparamos ciertos aspectos lamentables de la política museística, en particular, concernientes a los museos Histórico Nacional y Nacional de Arte Decorativo, con lo ocurrido en la capital del Reino Unido, donde enseguida se tomaron medidas prácticas para evitar la repetición de tan lamentables sucesos. Para el Museo Británico, con seis millones de visitantes al año y un acervo calculado en 80.000 piezas, los sucesivos robos a lo largo de años constituyeron una vergüenza pública. Su director, Hartwig Fischer, renunció, y el consejo de administración de la institución ofreció todo tipo de explicaciones a la opinión pública para despejar dudas y sospechas.
La cuestión no terminó allí. A renglón seguido, el Museo Británico inició una campaña pública para establecer el paradero de las piezas desaparecidas. En lugar de esconder la cuestión detrás de un velo de decisiones administrativas ocultas al conocimiento de los contribuyentes, que con sus impuestos solventan los museos, las autoridades de la institución difundieron con lujo de detalles los datos referidos a los objetos robados. Una decisión altamente eficaz fue exhibir en las redes sociales imágenes de piezas similares a las faltantes.
Como consecuencia de esa política, ya se han encontrado, según informó este diario el 18 de octubre último, 350 objetos entre los más de dos mil desaparecidos. Nuestra aletargada burocracia doméstica, por su parte, solo parece haber subido imágenes de las piezas faltantes de nuestros museos a la página de Interpol, sin siquiera identificar su pertenencia a instituciones públicas. Esa página, sin perjuicio de su enorme utilidad para entendidos y funcionarios policiales y judiciales, no tiene el alcance ni la difusión de las redes sociales, tan enormes en su repercusión pública.
Lo ocurrido suscita varias reflexiones. El Museo Británico, que con su venerable antigüedad lleva más de 250 años a sus espaldas en la dedicación a conservar de manera minuciosa el pasado, supo ponerse rápidamente a la altura de los tiempos presentes. Reaccionó así de forma proactiva y dinámica ante el saqueo de años una vez que este fue descubierto. Los resultados, aunque todavía parciales, comienzan a ser evidentes. No sólo eso: logró embarcar a la opinión pública del país en una campaña de recuperación de lo que pertenece a la sociedad en su conjunto.
La reacción de nuestras instituciones, modesta y limitada, evidencia la falta de una política museística ingeniosa, creativa, amigable, desenvuelta y libre de ataduras burocráticas, que incentive más la visita y participación del público en sus actividades. Es cierto que nuestros museos tienen, en muchos casos, administradores fieles, profesionales y dinámicos, y cercanos a su público.
Otros, en cambio, actúan como organismos fríos y distantes; como meros receptáculos de objetos inanimados, disociados de lo que a sus posibles visitantes puede interesar. Para colmo de males, en algunos casos recientes las autoridades públicas han hostigado a las asociaciones de amigos de museos, puente necesario entre estos y las fuerzas vivas de la sociedad, hasta lograr su paralización.
Para que la sociedad acompañe las iniciativas y actividades de los museos, como lo hizo el Reino Unido, y los perciba como parte esencial de la vida pública, es menester una política diferente a la actual. Debe estar desprovista, como sucede en algunos niveles por debajo de la conducción del Ministerio de Cultura de la Nación, de ideologismos anacrónicos y entorpecedores de la acción de los buenos funcionarios.
No estamos, en modo alguno, promoviendo la desaparición de los controles necesarios para preservar el patrimonio cultural, pero sí urgiendo a la adopción de mecanismos más modernos, flexibles y eficientes para ayudar al trabajo de la dirección de los museos y al de un personal a su cargo en general altamente capacitado.