Combatir el narcotráfico antes de que sea demasiado tarde (Última parte)
No hay tiempo que perder frente al comprobado avance de los carteles narcos brasileños en la Argentina y otros países de la región
La injerencia de los principales carteles narcos brasileños en la región es cada vez más notoria. La presencia de esta nefasta actividad en Paraguay y Uruguay comenzó a vislumbrarse en nuestro país desde el año pasado y, particularmente, en la actual situación de pandemia. Los dos principales carteles brasileños son el paulista Primer Comando Capital (PCC) y el Comando Vermelho, de origen carioca. Ambos se caracterizan por sus altos niveles de violencia. Al primero, identificado como el de mayor peso, se lo distingue precisamente por su propensión a reclutar mano de obra violenta en las cárceles.
El PCC actualmente controla el tráfico de cocaína a través del puerto de Santos. La ruta de la cocaína a Europa desde allí ha crecido de manera exponencial durante los últimos seis años. Según información de la Policía Federal de Brasil, la cantidad de cocaína secuestrada en Santos aumentó un 95% entre 2017 y 2018. En 2015, se decomisaban 1436 kilos; fueron 10.606 en 2016 y 12.118 en 2017. En 2018 se alcanzaron los 23.832 kilos de cocaína, una cifra equivalente al 10% de la producción anual de esa droga en Bolivia. El Puerto de Paranaguá, en el estado brasileño de Paraná, también ha registrado un aumento sustancial en el contrabando de cocaína: en 2017 se secuestraron allí 845 kilos y en 2018 se decomisaron 4745 kilos: el 461% de crecimiento en tan solo un año.
En 2014, una investigación liderada por la Policía Federal brasileña descubrió las rutas y los mecanismos utilizados por el PCC para el envío de cocaína de Bolivia a Brasil, vía Paraguay. Esta expansión explica el mayor decomiso de cocaína en las rutas 12 y 14 del noreste argentino, trayectos utilizados antes para la marihuana. Para 2016, las Naciones Unidas habían identificado a Brasil como el país de partida más frecuente de cargamentos de cocaína que llegan a los mercados africanos, asiáticos y europeos.
Nacido dentro de las prisiones de San Pablo, el PCC se convirtió en la principal organización criminal de Brasil. Precisamente, el control del puerto de Santos le permitió expandir el comercio de cocaína transoceánica y elevar significativamente sus beneficios al alcanzar la dominación de los flujos de cocaína, principalmente de Bolivia, pero también de Perú y de Colombia. Celebra también algo que la mayoría de las organizaciones criminales de tráfico de narcóticos anhelan, pero pocas consiguen: controlar toda la cadena de valor de la cocaína, desde la producción hasta el suministro al consumidor final o su exportación.
En Paraguay, el PCC domina el nordeste, la zona de Pedro Juan Caballero, asiento del recordado golpe comando de hace unos años contra el búnker del tesoro de Prosegur, con una carga de violencia e impunidad inimaginables. Un grupo de 30 miembros del PCC, armados con fusiles, ametralladoras, granadas y bombas, volaron la fachada del edificio de Prosegur y, tras un robo millonario en Ciudad del Este, huyeron dejando una secuela de muertos, heridos y destrucción.
También preocupa la responsabilidad de este cartel en recientes decomisos de cocaína, procedentes de Uruguay, en puertos europeos. Hacia fines de 2019, en el puerto de Montevideo, en un golpe histórico, se decomisaron 4418 kilos casi en simultaneidad con unos 500 kilogramos hallados en una finca en el interior rural de Artigas. Durante el corriente mes, en Hamburgo (Alemania), se decomisaron 4,6 toneladas de cocaína y a principios de 2019 se secuestraron 1,2 toneladas en Amberes (Bélgica), todos estos cargamentos también despachados desde el puerto de Montevideo.
Durante este año se registró también el asesinato mafioso, presumiblemente de origen narco, de tres jóvenes infantes de marina que hacían guardia en la zona del Cerrito, en Montevideo, que fueron despojados de sus armas y ejecutados.
Según diversos observadores, el accionar narco en la otra orilla del Río de la Plata revela la impronta de la ‘Ndrangheta, la mafia italiana de origen calabrés que se ha convertido en el mayor importador de cocaína de Europa. Se estima que ese grupo controla hasta el 40% de la cocaína que entra en el Viejo Continente, mientras que sus beneficios equivalen a casi el 3% del PBI de Italia. Las conexiones y trabajos conjuntos de estos con el PCC brasileño son conocidos. Según información de periodistas italianos y brasileños que tuvieron acceso a los expedientes de investigación de la agencia italiana de aplicación de la ley, la Guardia di Finanza, la ‘Ndrangheta ha estado negociando las exportaciones brasileñas de cocaína desde la década de 1980. La cara visible del tráfico de cocaína ha sido Rocco Morabito, el capo o jefe de la rama calabresa Tiradrittu de la ‘Ndrangheta. Este miembro de la organización italiana fue buscado intensamente por la policía brasileña hasta su captura, en Uruguay, en 2017. Morabito escapó de prisión en 2019, antes de que pudiera ser extraditado a Italia, y actualmente su paradero es desconocido.
En la Argentina, la presencia e incidencia de los narcos brasileños se empezaron a vislumbrar hacia el final de la presidencia de Mauricio Macri. La policía provincial misionera frustró el intento de copamiento por parte de miembros del PCC de la cárcel de Oberá, Misiones, que alojaba al narco brasileño experto en explosivos Vanderlei Lopes con el fin de liberarlo. Fue este el primer operativo concluido con la detención de varios narcos de ese país. El segundo evento fue el decomiso de armas más grande de la historia de nuestro país, con más de 17 detenidos y unas 2500 armas decomisadas, en junio de 2019. Estas armas, provenientes de Europa y los Estados Unidos, estaban de paso en la Argentina y tenían como destino final Paraguay, donde debían ser entregadas al PCC. El poder de fuego de ese cargamento era enorme y demuestra el nivel de violencia de este grupo criminal, capaz también de interactuar con criminales de la Argentina.
En plena pandemia, han surgido dos hechos que encienden alarmas importantes sobre la presencia de estos grupos en el territorio nacional. El primero ocurrió en mayo con la detención por parte de la Gendarmería Nacional de cuatro hombres de origen brasileño y paraguayo pertenecientes al PCC, que poseían un fusil M16, varias armas cortas y largas, y uniformes completos de la Policía Federal. Más recientemente, el trabajo de la Gendarmería permitió desarticular una banda de narcos brasileños pertenecientes a un grupo socio del PCC llamado Bala na Cara, originario de Porto Alegre, que organizaba desde el penal de Ezeiza un operativo para asesinar a Fernando Verón, magistrado del fuero penal de Misiones. La idea era proveer pistolas y ametralladoras a sicarios que venían de Brasil y que iban a esperarlo al ingreso del juzgado para ejecutarlo.
Los hechos hablan por sí solos. Como hemos dicho en nuestro editorial de ayer, cuando se tiran por la borda los avances logrados por gestiones anteriores en lugar de redoblar los esfuerzos y cuando se desarticulan y hasta anulan organismos oficiales especializados en el combate narco, la sociedad queda totalmente indefensa frente a la violencia extrema.
Es hora de unificar esfuerzos, deponer actitudes inservibles y planificar el combate contra este flagelo de manera coordinada, seria y sostenida, mediante una verdadera política de Estado. Y hacerlo antes de que sea demasiado tarde.