Ciudadanos, no niños
Es de esperar que, en lugar de sermonear, el Presidente admita sus errores y se dedique a construir los consensos que exige la elaboración de políticas de Estado
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Días atrás, el presidente Alberto Fernández volvió a sorprender a la sociedad argentina cuando con su habitual estilo y catedrático tono expresó públicamente: “Soy como el papá que le dice al nene ‘no te asomes por la ventana’ y el nene no entiende por qué no lo dejan”. Se refería al incumplimiento de las restricciones impuestas frente a la pandemia de coronavirus por parte de algunos argentinos.
Lamentablemente, el Presidente confunde una vez más los roles en una república democrática. El primer mandatario es solo un administrador circunstancial, cuya autoridad deriva del voto de la ciudadanía, que es su mandante. El jefe del Estado argentino no es ni un amo a quien los ciudadanos deben obedecer y rendir pleitesía, como si fuesen súbditos, ni un monarca autoritario cuyo poder emane directamente de Dios.
El primer mandatario es solo un administrador circunstancial, cuya autoridad deriva del voto de la ciudadanía, que es su mandante. El jefe del Estado argentino no es un amo a quien los ciudadanos deben obedecer y rendir pleitesía
En el caso del gobernante que nos ocupa, hay que añadir que tampoco reúne las características de un líder con la suficiente autoridad moral como para indicarles a los argentinos lo que deben hacer con relación a sus acciones privadas, que como señala sabiamente nuestra Constitución nacional están solo reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los magistrados.
En lugar de pretender encarnar la figura de un líder paternal, más propio de un régimen autocrático que de un sistema republicano y democrático, Alberto Fernández debería preocuparse por predicar con el ejemplo, antes que con una palabra que ya está demasiado devaluada.
Se equivoca el Presidente al pretender ser considerado un padre por una sociedad cuyos integrantes no están para nada dispuestos a ser tratados como niños, y que exigen ser respetados como lo que son: ciudadanos. Cuando se trata de ejercer la autoridad que el cargo le confiere, el Presidente debería pensar en primer lugar en disciplinar a algunos de sus propios funcionarios, como Carlos Zannini, por ejemplo, quien en un claro abuso de poder y ejercicio de su influencia política incurrió en el ilícito de vacunarse pisoteando los derechos de poblaciones de riesgo que aún aguardan ser inoculadas. Se “colaron en la fila de la vacunación” – justificó livianamente el jefe del Estado en un burdo intento de exonerarlo de cualquier responsabilidad ante una conducta tan vergonzosa como condenable.
También debería el Presidente dejar de ver la paja en el ojo ajeno y comenzar a ver la viga en el propio. Tendría que recordar y admitir los errores en sus propios comportamientos frente a la crisis sanitaria que nos toca sufrir, comenzando por las veces en que se mostró públicamente sin barbijo y sin respetar la distancia social, saludando efusivamente a más de uno, posando para los fotógrafos junto a la familia Moyano o abriendo la mismísima Casa Rosada para dar cabida al multitudinario funeral de Diego Maradona.
En las difíciles circunstancias que atravesamos, los ciudadanos esperamos de quien nos gobierna la sensatez y la madurez que son propias de su rol. Erguirse como líder capaz de conducir los destinos de una nación abatida demanda extremar los esfuerzos para entablar el diálogo y construir los consensos que el desarrollo de políticas de Estado exige.
Lamentablemente, aquella disposición inicial a conversar ha quedado desdibujada al punto de que, violando las propias normas constitucionales, avasalló la autonomía de la ciudad de Buenos Aires cuando dispuso suspender las clases presenciales sin siquiera consultar a las autoridades porteñas.
Hacemos votos para que quienes nos gobiernan dejen de priorizar mezquinos intereses y se pongan a la altura de las circunstancias. No es un juego de niños. Los ciudadanos demandamos grandezas y no paternalismos inconducentes.