Cielos turbulentos
Su experiencia como jefe de Gabinete debería servirle al presidente Fernández para no cometer errores del pasado en la política aeronáutica del país
Como todos los problemas que no se resuelven, el de Aerolíneas Argentinas vuelve a aparecer regularmente entre las cuestiones que pueden causar un dolor de cabeza al gobierno de turno, que, más allá de su color político, sabe que va a tener que lidiar con la línea aérea de bandera y, en especial, con sus pilotos.
Pero esta vez del otro lado está el presidente Alberto Fernández, quien fue jefe de Gabinete durante gran parte del conflicto que, en 2008, derivó en la estatización de la empresa aérea y en el posterior reclamo ante el Ciadi, donde se condenó a nuestro país a pagar más de 400 millones de dólares a los inversores españoles. Tal vez la experiencia le sirva al primer mandatario para no cometer los errores del pasado: ser rehén de un grupo de gremialistas que buscan imponer ideas más cercanas a los años 70 que a la realidad aerocomercial actual. Cuanta menos competencia haya en el sector, más peso específico tendrá Aerolíneas y mayor capacidad de presión ostentarán los gremios frente al gobierno que intente poner algo de orden en los caóticos números de la empresa aérea.
El ministro de Transporte, Mario Meoni, se ha encargado de hacer saber en el mundillo aerocomercial que no deben esperarse grandes cambios y que aquellas empresas que vuelan actualmente no tienen que temer por sus negocios, iniciados al amparo de los cambios instrumentados por la anterior administración, que han generado un crecimiento del transporte aéreo nunca antes visto en el país.
El nuevo CEO de Aerolíneas, Luis Pablo Ceriani, fue gerente financiero durante la anterior gestión kirchnerista y sabe que los argumentos que usan aquellos que defienden la empresa estatal para justificar los más de 2000 millones de pesos de pérdidas mensuales se basan en relatos místicos más que en datos objetivos. Por si acaso, ya adelantó públicamente que necesitará este año 700 millones de dólares para mantener la operación, incluyendo los vuelos al Caribe.
Se repite que Aerolíneas Argentinas vuela a destinos no rentables. Lo cierto es que es la única aerolínea en solo 17 destinos nacionales; el resto de los aeropuertos tiene más de dos empresas, y a algunos de ellos llegan otras empresas y no Aerolíneas Argentinas. Basta con preguntarle a un sanjuanino cuánto paga por un pasaje a la Capital Federal y compararlo con lo que paga un mendocino, donde sí hay competencia. Lo mismo ocurre en la mayoría de los destinos donde opera Aerolíneas como única empresa. Esos destinos no son ni Pico Truncado, ni Tartagal, ni Las Lomitas, ni Concordia o Paso de los Libres, ciudades que como tantas otras no tienen servicios aéreos. Aerolíneas vuela en soledad a La Rioja, San Luis, Chapelco, Esquel o Santa Fe, entre otras ciudades, donde impone tarifas altas y pocas frecuencias.
En el ambiente aerocomercial se sabe que Aerolíneas pierde donde compite. En las rutas de cabotaje baja las tarifas para mantener su cuota de mercado, y mantener su peso específico a la hora de amedrentar gobiernos de turno, generando pérdidas que salen del Tesoro nacional. Sus competidores no cuentan con ese maná. En el mercado internacional, las pérdidas son aún mayores, pero se sostienen con el argumento de que es necesario conectar al país para atraer inversores. Sincerémonos: Aerolíneas vuela a Orlando, Cancún, Punta Cana y Miami, donde no abundan los inversores. Sus otros dos únicos destinos de largo radio son Madrid y Roma. Según datos oficiales, menos del 20% de los pasajeros internacionales de Aerolíneas son extranjeros, cifra que debe ser cercana a cero en los vuelos al Caribe, por lo que la ecuación de pérdidas versus inversiones debe ser, por lo menos, revisada públicamente.
En épocas en las que se piden esfuerzos de parte de todos los argentinos y en las que escasean los dólares, el Gobierno debería primero sincerar la malla de rutas internacionales de Aerolíneas Argentinas, luego definir la política aerocomercial de los próximos años, haciendo hincapié en que se eviten prácticas predatorias por parte de las empresas, incluyendo la estatal, y generar confianza y reglas claras para una industria de alta inversión, tanto en capital económico como humano, además de establecer las rutas de interés nacional que deben ser cubiertas aunque no sean rentables, sistemas que se implementan en Australia, Brasil y Canadá para cubrir sus vastos territorios. La Argentina supo tener a LADE, hoy minimizada al máximo en sus operaciones.
Mientras todos observan quién presidirá Aerolíneas Argentinas y quién será su director, o quién ocupará el codiciado puesto de director en representación del Estado en la concesionaria Aeropuertos Argentina 2000, la Administración Nacional de Aviación Civil, órgano que debe normar, regular y fiscalizar la aviación civil argentina, sigue sin tener un administrador designado. Pareciera que el candidato debe pasar por el visto bueno de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA), con la idea de que perdure el relato de las rutas no rentables y la soberanía aplicada a vuelos internacionales.