Celulares a edades cada vez más tempranas
Para muchos padres, el menú infantil contempla papilla con video de dibujitos. Ante una mirada fija en la pantalla, los cubiertos recorren sin tropiezos la distancia entre el plato y la boca del niño, reduciendo los avatares de un momento de encuentro especial como el de la comida y alimentando dudosos hábitos para simple comodidad adulta.
Esos mismos adultos podemos luego sorprendernos ante la facilidad con que los niños manejan los dispositivos. Olvidamos que son nativos digitales, de la misma forma que muchos descuidamos la conveniente regla del 3, 6, 9, 12: hasta los 3 años, sin pantallas; a los 6 años, tableta y computadora con juegos, pero sin internet; a los 9, acceso a la web, y a los 12 años, el celular propio. La especialista Roxana Morduchowicz señalaba días atrás en LA NACION que si solo pudieran cumplirse dos momentos, deberían ser sin pantallas hasta los 3 años y celular recién a los 12.
Se trata de un tema controvertido. Expertos y padres no coinciden, pues, aunque la recomendación profesional puede llegar incluso hasta los 16 años para el acceso al primer celular, los padres se ven presionados desde edades mucho más precoces. De hecho, un informe de Google y Unicef ubica a nuestro país como el que más tempranamente facilita el acceso en la región, con un promedio de 9,1 años, mientras que destaca que en el 46% de los casos el pedido llega a los 7 años o incluso antes.
Comparativamente, también nos destacamos por el uso intensivo que nuestros jóvenes dan a sus dispositivos: dedican un promedio de cinco horas y media diarias solo al uso de WhatsApp, aplicación estrella con la que más del 60% eligen interactuar.
Si hay un tema al que recurrentemente volvemos desde estas columnas es el del indiscutible valor de los ejemplos. Los niños aprenden lo que viven y las reglas de convivencia familiar en este campo son fundamentales. No podemos pretender explicarles que la hiperconectividad no es buena cuando los dispositivos parecen a toda hora una extensión de nuestro propio cuerpo.
Sin temor, los adultos debemos hacer valer una afectuosa autoridad para cuidarlos y contribuir a su sano desarrollo sin desconocer tampoco los beneficios de la tecnología. Se trata de consensuar algunas reglas y de poner límites claros para que la vida digital de los más pequeños no caiga en un perjudicial descontrol, al tiempo que el diálogo y la supervisión parental serán instrumentos insustituibles para reducir los incontables peligros a los que se exponen los menores de edad en las redes. Estas son hoy factor fundamental de socialización y resulta prácticamente imposible pensar en conservarlos al margen o aislados de su utilización a determinada edad. Nadie mejor que los padres para evaluar en qué momento se está preparado para tener un celular que pasará a ser un instrumento para su entretenimiento, pero también una herramienta al servicio de su seguridad.
Fortalecer su autonomía e independencia, ayudarlos a desarrollar un pensamiento crítico para que puedan discernir los peligros y evitar las presiones del grupo de pertenencia es clave. Hablar con ellos sobre los riesgos presentes y futuros de exponerse, ahondar en la conciencia sobre lo virtual y lo real, son solo algunos de los recursos a los que los adultos tenemos que apelar para promover siempre la conversación sobre estas cuestiones. Además de preparar a nuestros hijos responsablemente, los adultos tenemos que involucrarnos para saber qué hacen los más jóvenes con los celulares. Atravesados por la tecnología, los padres no podemos quedarnos al margen.